Hay algo casi mágico en ver una foto nuestra transformada en una escena que parece sacada de “El Viaje de Chihiro”, la premiada película animada, producida por el estudio japonés, Studio Ghibli. No sorprende que, apenas se habilitó la nueva funcionalidad de generación de imágenes con IA de ChatGPT, miles de usuarios corrieran a crear su propia versión “al estilo Ghibli”.
Como abogado apasionado por la inteligencia artificial, mi primera reacción fue preguntarme: ¿Esto es legal? Pero muy rápidamente esa pregunta se transformó en algo más profundo: ¿Esto es “justo”? ¿Qué tensiones están en juego cuando la creatividad humana y la tecnología se entrelazan de esta forma?
El estilo no es legalmente protegible
Desde el punto de vista legal, sabemos que el “estilo” artístico como tal, no está protegido por los derechos de autor, al menos no en sí mismo. La ley protege expresiones concretas, no ideas, técnicas, métodos ni estéticas generales. Esta distinción es fundamental para preservar la libertad creativa: si las ideas o los estilos fueran objeto de protección exclusiva, estaríamos bloqueando el desarrollo del arte, la ciencia y la innovación.
Un artista no puede apropiarse legalmente de la idea de “dibujar criaturas fantásticas en un bosque”, ni de una paleta de colores pastel o de una técnica narrativa determinada. Lo que sí puede proteger son las obras concretas que expresan y fijan esa idea: un personaje con nombre propio, una escena determinada, una ilustración única. El sistema de derechos de autor fue diseñado precisamente para evitar monopolios sobre conceptos abstractos y asegurar que otros creadores puedan inspirarse, reinterpretar o responder a lo que ya existe.
Así que, en principio, un usuario que genera una imagen “al estilo Ghibli” no está infringiendo ninguna norma, siempre y cuando no copie directamente personajes, escenas o elementos específicos protegidos por derechos de autor. La controversia no está en el uso del estilo, sino en la forma en que se entrenó el modelo de lenguaje o4 de Open AI.
El debate real gira en torno a lo que podría haber hecho OpenAI: entrenar un modelo de inteligencia artificial con obras prexistentes de Studio Ghibli, protegidas por derechos de autor, sin permiso de sus autores. Si eso ocurrió, podría configurarse una reproducción no autorizada. Y esa es una cuestión legal más seria que no puede despacharse con ligereza.
Desde el punto de vista jurídico, OpenAI podría intentar ampararse en la figura del “uso justo” (fair use), una defensa legal que permite ciertos usos de obras protegidas cuando se cumplen condiciones específicas, como el carácter transformador del uso, la naturaleza de la obra utilizada, la sustancialidad de lo “copiado” y el efecto en el mercado.
En este caso, la defensa de OpenAI se centraría en que el entrenamiento de modelos de IA es un proceso altamente transformador: OpenAI no busca replicar ni explotar comercialmente las obras originales de Ghibli o de su fundador, Hayao Miyazaki, sino extraer patrones estadísticos que permitan generar nuevas expresiones. Además, el uso podría considerarse socialmente útil, al contribuir a la innovación tecnológica, y lo “copiado” durante el entrenamiento no es lo sustancial de las obras, sino aquellos elementos NO protegidos, es decir, su “estilo”.
De lo legal a lo moral
Ahora bien, sin ignorar la importancia de esa discusión jurídica, me interesa ir un poco más allá. Porque aunque las leyes actuales nos dan algunas herramientas para analizar el caso, también muestran sus limitaciones. La pregunta de fondo no es solo si se violaron derechos, sino si el marco legal que tenemos hoy es el más adecuado para abordar esta nueva realidad tecnológica y cultural.
La IA generativa nos obliga a reflexionar sobre muchos de los principios sobre los que se construyó el derecho de propiedad intelectual. Por un lado, debemos seguir incentivando la creatividad humana. Por otro, también debemos permitir que la innovación tecnológica siga avanzando y democratizando el acceso a nuevas formas de expresión.
Quizá ha llegado el momento de discutir nuevas formas de compensación, nuevos modelos de licencia, o incluso nuevas categorías de uso justo que reconozcan el valor social del desarrollo de la inteligencia artificial sin descuidar los derechos de los creadores. Tal vez haya que explorar sistemas de transparencia sobre los datos usados en el entrenamiento de la IA, o espacios de diálogo más directos entre empresas tecnológicas y comunidades creativas.
No tengo una respuesta definitiva. Pero sí tengo la convicción de que estas preguntas deben abordarse con apertura, honestidad y responsabilidad. Porque la inteligencia artificial no debe verse como una amenaza, sino como una oportunidad para enriquecer el patrimonio creativo de la humanidad. Negarnos a explorar esta posibilidad por temor o por rigidez normativa sería, en el fondo, un obstáculo a nuestra propia capacidad de evolucionar como sociedad.
Y porque, al final del día, toda creación es también una forma de inspiración. La historia del arte, de la ciencia y de la cultura es una historia de diálogo entre lo que ya existe y lo que todavía no se ha imaginado.
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