Es probable que fuese en las pinacotecas de Lorena donde Georges de La Tour se empapó de los claroscuros de Caravaggio, así como de otros exponentes del barroco italiano y holandés. Su fascinación por el mundo de las sombras y la luz llegó a expresarse con más evidencia en La adoración de los pastores (1644) o La Magdalena penitente (circa 1642-1644). Denominado “tenebrista”, La Tour plasmó en sus obras una atracción por la luz artificial y controlada. Podemos imaginar que una fascinación por controlar elementos tan propios del ojo, el color, el sol y la luna ha sido un sueño recurrente en el mundo de los artistas. Controlar nuestro deseo de experimentar el miedo, el mundo de las sombras, el desorden de lo que no podemos ver, ha sido el objetivo de cuentos aleccionadores desde tiempos de antaño. A través de la fotografía y el cine de terror, hemos encontrado pasadizos secretos que nos permiten adentrarnos en este reino de caos.

Sin embargo, ¿qué pasa cuando dejamos de querer controlar la sombra? ¿Qué hace a una sombra temible y qué la hace una aliada? En el episodio “Sombras nada más”, de La Telaraña, nos hablan sobre las determinaciones físicas y simbólicas de estas. Junto al neurofisiólogo Óscar Brenes, el escritor Fabián Coto y el fotógrafo y cineasta Jurgen Ureña, también nos adentramos en el nuevo libro de fotografía de Ureña: La otra orilla, publicado por Editorial Abyad, basado en la exposición fotográfica del 2023, El reino de las sombras.

Durante el episodio, se analiza el origen de la sombra como concepción negativa, a través de una explicación de sus propiedades físicas, así como se reconsidera su papel de protección, de refugio frente a los excesos de la radiación solar. Se expone también cómo estas desafían nuestro propio limitado conocimiento y nos humanizan. Desdibujan bordes, así como en La Telaraña unimos mundos de ciencia y arte. Nos deja con la reflexión de que podemos intercambiar los roles de la luz y la oscuridad. En el cine de terror contemporáneo, ya ha sido utilizada esta atmósfera luminosa y pastoral como un escenario para el terror, como lo hizo Ari Aster en Midsommar. Después de todo, ¿no sería aterrador tener un sol perenne sobre nosotros, así tanto como un mundo sin sol?

En el cine y la fotografía, el mundo en blanco y negro es un reflejo, es un pasado. Más importante, no es solo blanco y negro: es un espectro en calidad de tonos y en calidad de fantasma. Es un instante que vimos y se nos recuerda con tintes grises, físicos, que ese momento no está ya a nuestro alcance. Es un espejo, y es un rastro.  Este episodio nos lleva a repensar y a deconstruir también su simbología. Les invito a vivir esta danza entre la luz y la sombra, el día y la noche, el yin y el yang. Con canciones de Piazzolla y del soundtrack de El Hobbit, este episodio lo recorremos quietos, vela en la mano, alumbrando nuestro camino hacia un mayor entendimiento, como en las cautivantes escenas de La Tour.

Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio. Delfino.CR es un medio independiente, abierto a la opinión de sus lectores. Si desea publicar en Teclado Abierto, consulte nuestra guía para averiguar cómo hacerlo.