Me emocionó ver al breakdance hacer su debut en los Juegos Olímpicos, un símbolo de progreso y una luz de esperanza para cada niño en barrios vulnerables. Demostró que cualquiera, sin importar su origen, puede aspirar a convertirse en un medallista olímpico sin necesidad de equipos costosos, entrenadores de élite o instalaciones de clase mundial. Sin embargo, mi entusiasmo se desvaneció rápidamente cuando la atleta australiana subió al escenario. Su entrada confiada me llevó a esperar movimientos extraordinarios, pero lo que siguió estuvo lejos de cumplir mis expectativas.

El mundo pronto supo que Rachael Gunn, también conocida como Raygun, tiene un doctorado en estudios culturales y aseguró su lugar en los Juegos Olímpicos de 2024 al ganar el Campeonato de Breaking de Oceanía en 2023. Cumplió con las reglas, ganando su lugar de manera justa. Sin embargo, la disparidad de oportunidades entre los australianos, los neozelandeses y el resto de las islas del Pacífico es evidente. A pesar de sus logros académicos y el apoyo del gobierno australiano, la situación pone de relieve el problema más amplio de las oportunidades desiguales en este nuevo deporte olímpico.

Las Islas del Pacífico, divididas en tres grandes regiones —Melanesia, Micronesia y Polinesia— son hogar de 2,3 millones de personas distribuidas en un 15% de la superficie terrestre. A pesar de sus abundantes recursos naturales y su rica diversidad cultural, estas naciones insulares enfrentan desafíos significativos. Su aislamiento físico, sus poblaciones pequeñas y dispersas, y su alta vulnerabilidad al cambio climático las convierten en algunas de las naciones más vulnerables del mundo.

Habiendo trabajado estrechamente con comunidades de las Islas del Pacífico, puedo resumir los principales desafíos a los que se enfrentan en tres áreas clave: el cambio climático, una brecha de conocimiento y escasez de expertos, y, lo más crítico, la falta de apoyo financiero. La falta de financiación obstaculiza los esfuerzos para abordar los demás desafíos, dejando a estas islas con opciones limitadas: depender de la ayuda extranjera o intentar extraer y utilizar sus recursos existentes.

Dado su aislamiento geográfico, centrarse en los recursos oceánicos ha sido el enfoque más lógico para el desarrollo económico. Durante décadas, la pesca de atún y, más recientemente, la recolección de recursos valiosos como los pepinos de mar han sido promovidas por organizaciones internacionales para apoyar los medios de vida de los pescadores locales. Sin embargo, a medida que las existencias disminuyeron y el cambio climático alejó estos recursos de las aguas locales, la capacidad de las comunidades locales para cosecharlos disminuyó.

En respuesta, estos gobiernos emitieron cuotas de captura a embarcaciones extranjeras de países como China, Japón y Corea del Sur. Sin embargo, la capacidad de monitoreo limitada y las instalaciones inadecuadas hicieron casi imposible asegurar que se respetaran las cuotas o que los desembarcos se reportaran con precisión. Como resultado, muchas especies comerciales valiosas en el Pacífico Sur están ahora en peligro o sobreexplotadas.

En las aguas profundas que rodean estas islas, minerales valiosos como los nódulos de manganeso, los respiraderos hidrotermales y las costras ricas en cobalto permanecen en gran medida sin explotar debido a limitaciones tecnológicas y de experiencia. Si bien estos recursos podrían ser cruciales para el futuro, la mayoría de las naciones insulares del Pacífico carecen de los medios para explotarlos, lo que genera preocupación dentro de la comunidad internacional. La posible extracción por parte de naciones tecnológicamente avanzadas ha provocado un debate, particularmente con respecto al impacto ambiental.

Las recientes interacciones de Nauru con la comunidad internacional destacan estos desafíos. Una pequeña nación insular del Pacífico con una población de aproximadamente 12,000 personas, la economía de Nauru depende de los recursos oceánicos. Sin embargo, estos recursos no son extraídos por Nauru sino por empresas multinacionales, principalmente dirigidas por nacionales europeos y australianos.

El papel de Nauru se limita en gran medida a solicitar permisos de minería a la Autoridad Internacional de los Fondos Marinos (ISA), que otorga licencias de exploración solo para una pequeña fracción de áreas más allá de las jurisdicciones nacionales o en aguas internacionales. Al asegurar estas licencias y pasarlas a los contratistas, Nauru obtiene beneficios económicos de la extracción de recursos. Pero con una experiencia limitada, fondos escasos y un alto desempleo exacerbado por la pandemia, los nauruanos tienen pocas alternativas.

La ISA, como muchos organismos intergubernamentales, está gobernada por estados miembros. Si bien países como Costa Rica están comprometidos con la protección de los entornos oceánicos, a menudo permanecen desconectados de las duras realidades que enfrentan estas naciones insulares. Esta desconexión es la razón por la cual la reciente elección de Leticia Reis de Carvalho como secretaria general de la ISA ofrece poca esperanza para estas naciones. En cambio, genera preocupaciones de que puedan perder una fuente de ingresos crítica durante décadas, especialmente si las evaluaciones de impacto ambiental retrasan aún más la extracción de recursos.

En este escenario, el cuento "El traje nuevo del emperador" cobra una relevancia particular. Así como el emperador fue engañado para creer en su atuendo inexistente, la comunidad internacional a menudo presenta grandes soluciones que, al ser examinadas de cerca, revelan fallas significativas. Bajo los marcos internacionales actuales, la extracción de recursos oceánicos y la minería en aguas profundas se otorgan a los contratistas más capaces, pero el desequilibrio en las oportunidades para diferentes naciones es evidente. Es imperativo aprovechar el poder de la era digital para dotar a los isleños del Pacífico de habilidades multidisciplinarias, como la IA, para cerrar la brecha de conocimiento. Esto facilitaría su participación en los procesos de toma de decisiones globales, empoderaría a las comunidades locales con conocimientos avanzados y aseguraría que puedan gestionar y beneficiarse activamente de sus propios recursos naturales.

Las controversias en torno al break dance en los Juegos Olímpicos, la minería de los fondos marinos en las Islas del Pacífico y la gobernanza de la ISA comparten un hilo común: la desconexión entre el progreso bien intencionado y las complejas realidades que enfrentan los más afectados. Mientras que el debut del break dancé en los Juegos Olímpicos simboliza la evolución, también subraya las disparidades en la oportunidad y el acceso. De manera similar, la minería de los fondos marinos en las Islas del Pacífico destaca la brecha entre los organismos internacionales y las comunidades a las que pretenden servir.

Para abordar verdaderamente estos problemas, debemos cerrar la brecha entre la intención y el impacto, asegurando que las Islas del Pacífico y otras comunidades marginadas no sean simplemente receptores pasivos de políticas globales, sino participantes activos en su configuración. Al invertir en educación, capacitación y empoderamiento, podemos ayudar a estas comunidades a tomar el control de sus destinos, asegurando que se beneficien del progreso en lugar de quedarse atrás.

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