Ya casi acaban las negociaciones del FEES y no debemos dejar pasar la oportunidad para recordar unos de los momentos más determinantes de todo este proceso, y a la vez, externar un llamado hacia el movimiento estudiantil y todos los sectores sociales y defensores del Estado Social y Democrático de Derecho de Costa Rica, a la unidad y la solidaridad frente a la sombra del autoritarismo y la inoperancia.
Hoy no vengo aquí a, como usualmente lo hago, hablar con datos y cifras. Ya han sido expuestos y comentadas por muchas personas a lo largo de este mes, por lo que veo innecesario abordarlos una vez más. Esta vez, vengo a hablar con mi corazón. Vengo a hablar no solo como activista, sino como estudiante de la Universidad de Costa Rica, como persona con responsabilidad ciudadana, como costarricense, como humana, y como defensora de los derechos humanos.
Cuando estuve en secundaria, fue en una institución privada. Crecí con muchos privilegios y oportunidades. Pude recibir cursos para el examen de admisión. Mi familia pudo pagar para que pudiese cursar el programa del Bachillerato Internacional. No me tuve que preocupar en ningún momento de perder la oportunidad de estudiar en caso de que no entrara a la UCR. Incluso fui admitida para estudiar en otro país. Es precisamente por esta vida tan lujosa que he tenido, que tengo que agarrar el corazón y luchar con todas mis fuerzas para erradicar esos privilegios, y convertirlos en derechos universales para todas las personas. Y es por ese motivo, que con toda garra y todo corazón, estaré siempre a favor de la educación pública de calidad.
La educación pública de calidad es un derecho humano consagrado en la constitución, en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, e incluso un Objetivo de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030. Sin embargo, más allá de identificarlo como un derecho legítimo inherente a todas las personas por su carácter normativo, debemos verlo también desde un sentido de solidaridad, de humanidad y de empatía.
Si hay algo que la carrera de derecho me ha enseñado, es que el derecho va mucho más allá de lo que está escrito. Va hacia la interpretación, con el respaldo analítico de la ciencia jurídica, arraigado a una serie de fines y valores jurídicos, entre ellos la justicia. Y a la vez, este estudio del Derecho, sumado a todas las demás profesiones, debe ser transdisciplinario, pues debemos saber que todas las áreas del conocimiento se complementan.
Así, nuestra visión de los derechos humanos debe ser no solo contemplarlos como tal porque así lo dice en un papel o documento, sino porque somos capaces de reconocer, en el marco de la era actual de nuestro mundo, que sin ellos, nuestra convivencia y sistema social, político, ambiental, cultural, económico, etc., no sería capaz de sobrevivir. Sin derechos humanos, habría seres humanos quizá, mas no habría humanidad. La educación pública de calidad nos permite crear comunidad y entre todas las personas seguir progresando no sólo de manera individual, sino también colectiva.
A la hora de analizar nuestra convivencia social, de analizar cómo logramos llevar a cabo nuestras vidas, cómo logramos aprender, comunicarnos, formarnos, evolucionar y progresar...todo esto es gracias a la educación. Sin ella, nada funcionaría, y ciertamente, el mundo seguiría en la era prehistórica. Y aún así, hay quienes quieren creer que la educación es un negocio. De que invertir en educación es menos importante que invertir en otros asuntos (¿como por ejemplo en los bolsillos de los amigotes del presidente?).
Me pregunto si alguna vez la ministra Müller, el ministro Acosta o el presidente Chaves han tenido que entrar a un aula por allá en las zonas costeras, en las zonas rurales, o incluso por la capital, que está que se cae a pedazos. Si han tenido que depender de una beca para comer lo que tal vez es la única comida del día. Si han necesitado del Estado y sus subsidios para poder salir adelante y apenas poder pagar una vivienda de calidad. Si gracias a la educación pública pudieron formarse y perseguir sus ambiciones, o si alguna vez tuvieron que dejar de lado lo que querían para trabajar y ayudar a sus familias. Me pregunto si alguna vez estas personas tuvieron que vivir lo que muchas personas costarricenses viven ahora. Tal vez yo no lo viví, tal vez usted quien me lee tampoco, pero no se necesita vivir algo para empatizar con ello.
Lo diré aquí y ahora: quien vende la educación, vende a su familia, vende a sus seres queridos, vende a sus amistades, vende a toda una nación, y vende a una patria. Vende a un pueblo que tal vez en estos momentos no está en la mejor situación, pero que posee un espíritu luchador. Un pueblo que no se queda callado, y que a pesar de todo, ejerce su voz con todas las fuerzas para clamar contra la injusticia y exigir lo que le corresponde. Un pueblo resiliente que no se rinde ante los intentos autocráticos de desmantelar la institucionalidad que desde la Segunda República se ha construido con lágrimas de esfuerzo de las personas trabajadoras que sirven a la patria desde sus diferentes ámbitos.
Hoy, hago un llamado al movimiento estudiantil, a la comunidad universitaria, a los sectores sociales y al pueblo de Costa Rica, desde el fondo de mi corazón, a la unidad. Hago un llamado a que nos movamos desde el amor y solidaridad por nuestro país, por nuestra institucionalidad y por nuestra comunidad de la República de Costa Rica. Por ese país sin ejército que a pesar de su pequeño tamaño, alberga una gran variedad de cultura y biodiversidad. Salgamos a las calles por el país. No nos dejemos derrotar por esas voces del odio que pretenden impulsar narrativas violentas y tergiversadas sobre los hechos. No dejemos que se irrespete nuestra autonomía. Salgamos, por Costa Rica.
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