En los últimos días, nuestro país se ha visto consternado por la creciente ola de violencia que nos ha dejado terribles casos de femicidios, asesinatos y abusos contra personas menores y adultos vulnerables. En estas semanas nos hemos enterado de al menos cinco muertes de mujeres a manos de sus parejas, muertes de hombres producto de peleas que terminan en balaceras y hasta un arranque de ira entre dos vecinos que terminó en tragedia cuando uno de ellos disparó múltiples veces contra el otro.
Ante este panorama tan doloroso y preocupante surgen preguntas esenciales para nuestra sociedad. Las víctimas que ya no están y sus casos particulares nos exigen respuestas, o por lo menos que hagamos un esfuerzo por meditar lo que esta ocurriendo y sugerir algunas ideas que ayuden a mejorar esta difícil situación. Inicialmente nos preguntamos: ¿qué está pasando? ¿por qué una persona llega a agredir a otra, e inclusive, a matarla? ¿por qué tantos casos contra la mujer de parte de su pareja? Ciertamente no es fácil contestar estas preguntas, ya que cada una de estas terribles situaciones tiene elementos específicos y su causa probablemente es multifactorial, pero podemos rescatar algunas cosas de nuestra cultura y nuestra educación que nos pueden estar jugando una mala pasada y alimentando una idiosincrasia de la violencia que nos tiene en jaque.
La influencia de elementos que constituye parte de la cultura popular actual debe de ser tomada en cuenta como parte de esta crisis que enfrentamos. Tomemos como primer ejemplo cierto tipo de música que en sus letras y mensaje despersonaliza a la mujer y la constituye como propiedad, como objeto que puede ser utilizado a como se quiere, como pertenencia. Se refuerza una visión en el hombre de que “se es más hombre si se es más peligroso, más violento, si se tienen más mujeres, etc.” Desde esta perspectiva, se interioriza una convicción de que, como sucedió en uno de los casos, el agresor dice y piensa “si ella no está conmigo, no estará con nadie” o puesto de otra manera “o es mía, o no es de nadie” de manera que están dispuestos inclusive a quitarle la vida con tal de no perder ante otro su “propiedad” y devaluarse desde lo que se creé que es ser hombre. Ciertas telenovelas y series de televisión alimentan este tipo de masculinidad tan violenta y tóxica, la cual consumen nuestros jóvenes y niños todos los días, en donde insistimos que les gusta solo el ritmo de una canción, o la trama de una serie, pero no analizamos los antivalores a los que se exponen tan fácilmente.
Si bien es cierto que la cultura juega fuerte en esta situación, también influye una fractura total del concepto de la dignidad humana, dejando de lado esta realidad para ver a los demás como objetos que se utilizan para el bienestar o, en todo caso, enemigos. Otra de las posibles causas de esta situación tan angustiante es lo poco que nos preocupamos por nuestra salud mental. Es menos probable que los hombres lleven procesos de terapia para gestionar sus emociones, ya que existe una concepción de que el hombre es débil si muestra sus sentimientos y los conversa, de manera que tiene que aguantar y guardarlos. En muchos casos, la falta de gestión de emociones o el análisis de la propia historia de vida para corregir ideas sobre masculinidad patológicas, constituyen parte de los factores que hacen que alguien actúe de manera tan violenta.
La educación, formación y prevención pueden ser caminos saludables para empezar a mejorar, en donde no vivamos a ciegas, si no que conozcamos factores de riesgo y señales de alerta de estas situaciones para tener mayor claridad. El centro IGNIS para la prevención del abuso surge como una iniciativa que propone procesos psicoeducativos en la cultura del buen trato, la prevención del maltrato, la violencia y el abuso. Esto porque el cambio se puede iniciar desde la educación en las familias, las escuelas, los colegios, universidades, lugares de trabajo y distintos entornos sociales donde nos movemos.
La educación en masculinidad y feminidad sanas, el buen trato a los demás, la dignidad de la persona y la sana autoestima es esencial para reconstruir una sociedad con espacios seguros, iluminada por una confianza lúcida, en donde estos temas no son tabúes, y funcionamos a partir de la prevención. Mucho trabajo tenemos para establecer una cultura del buen trato, pero podemos dar los primeros pasos desde la formación y la educación para entender que el verdadero poder se constituye en la entrega total por el otro, en el cuido de los más vulnerables, en salir de la oscuridad y, por medio de la educación, encender la luz para la confianza.
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