“Entre cifras alarmantes y discursos superficiales, la banalización del sufrimiento oculta desigualdades y limita soluciones reales.”
Según el Informe anual de casos de suicidio 2024, entre los años 2000 y 2020 se registraron 6.638 muertes por suicidio, siendo el grupo con mayor incidencia los hombres de entre 20 y 39 años. En 2024, de acuerdo con datos del registro de emergencias de la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS), 12.000 personas recibieron atención por intentos de suicidio.
En el país considerado “el más feliz del mundo”, surge la pregunta: ¿qué es realmente la felicidad? Las cifras revelan una realidad que contrasta con la aparente naturalización y desmitificación de la salud mental, tendencia recurrente en redes sociales.
Entre reels con frases de autoayuda y falsos autodiagnósticos, la lógica cultural del capitalismo digital ha banalizado el dolor y el sufrimiento, convirtiéndolos en contenido repetitivo que poco ayuda a quienes padecen depresión, ansiedad u otros trastornos.
Esta falsa conciencia sostiene discursos superficiales que evaden problemas estructurales que afectan la salud mental, como la desigualdad y la falta de políticas públicas robustas. Es la paradoja de nuestros tiempos: un supuesto avance en la visibilización de los problemas de salud mental, mientras se retrocede en la comprensión y atención de sus causas más allá del ámbito individual.
Además, la banalización de la depresión y otros trastornos oculta un problema crucial: la desigualdad. ¿Quién puede pagar una terapia, medicamentos efectivos o espacios de reflexión y paz? La salud, en general, es costosa; la mental, aún más, convertida en un lujo.
Despojar la salud mental del glamur superficial de las redes sociales y darle la atención que merece es apenas un primer paso para aliviar la epidemia de desesperanza en un mundo donde cargar con depresión implica dejar de ser productivo, dejar de ser persona, dejar de existir.
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