En un mundo donde los recursos naturales son finitos y la presión extractiva sobre el ambiente es cada vez más evidente, la gestión de residuos emerge como un campo crucial que demanda un análisis cuidadoso y acciones transformadoras, más allá incluso de lo económicamente inmediato. Bajo esta premisa resulta fundamental cuestionar las prácticas convencionales de disposición de residuos y desarrollar alternativas innovadoras que promuevan ojalá el suprareciclaje de los recursos presentes en los mismos.

La incineración, en todas sus formas, ha sido promovida como una solución a los desafíos de la gestión de residuos, sin embargo, esta práctica, aunque seductora en su aparente simplicidad, genera una nube tóxica de consecuencias ambientales, sociales y económicas. Si bien puede parecer una medida conveniente para solventar algunas crisis en el manejo de residuos, reducir su volumen y generar algo de energía, debemos considerar cuidadosamente los impactos negativos que conlleva.

Desde una perspectiva sanitaria, la destrucción térmica de residuos puede generar emisiones tóxicas y contaminantes que afectan la calidad del aire, el suelo y el agua. La liberación de dioxinas, furanos y otros compuestos químicos representa una amenaza para la salud humana y el ambiente, con efectos que pueden perdurar durante generaciones. Al final, la incineración no es más que transformar en gas los residuos y emitirlos al aire libre con alguna filtración.

Además de los riesgos sanitarios inherentes, este tipo de gestión plantea una amenaza económica significativa para aquellos cuyas subsistencias dependen del aprovechamiento de materiales valorizables: desde los recicladores de base, hasta las grandes industrias que dependen de materias primas recuperadas, empleando ciencia y tecnología para dar valor a los residuos. El problema radica en que son precisamente los desechos reciclables los más atractivos de incinerar pues son los que más energía contienen.

Por otro lado, la construcción y operación rigurosa de este tipo de plantas gasificadoras imponen una carga financiera considerable para cualquier municipio, con un costo de gestión aproximadamente cinco veces mayor al destinado actualmente por los ayuntamientos para la disposición de cada tonelada de residuos en rellenos sanitarios. Ante tal diferencia, surgen dilemas financieros complejos: o se desvían recursos de otras necesidades comunales esenciales para cubrir este déficit, o bien se plantea la posibilidad de financiar esta brecha a través de impuestos adicionales, lo que recaería directamente en la población.

A pesar de que existen unos pocos tipos de residuos, muy específicos, que sólo se les puede disponer térmicamente de forma segura, lo cierto es que todos los métodos, llámense incineración, gasificación o plasmagasificación, se basan en la premisa de "usar y desechar", perpetuando un modelo lineal extractivo de consumo que agota los recursos naturales, en un momento en que el mundo se enfrenta a una crisis climática sin precedentes.

En esta coyuntura crítica, la economía circular y la innovación, respaldadas por los incentivos adecuados para un sector empresarial comprometido con alternativas más sostenibles, son el rumbo correcto hacia un actuar más responsable y ético para construir un futuro más prometedor. No nos ceguemos por quienes nos venden humo, o pretenden que lo respiremos.

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