Desde tiempos ancestrales, se ha condicionado el tiro de la primera piedra a los libres de pecado. Siendo las cosas de esta manera, es necesario aclarar que Yorgos Lanthimos se mantiene libre de pecado, porque ha dedicado su carrera al cine independiente (o al menos al cine que no es de franquicia). Por su parte, Bella Baxter, el personaje de la obra de Lanthimos, está libre porque tiene la inocencia de un infante. Así que la película Poor Things resulta ideal para tirar la primera piedra, la que señala las enfermedades de la sociedad contemporánea.

Ya mucho se ha hablado sobre la cinta y su paralelismo con la obra Mary Shelley, así que está sobradamente claro que acá estamos ante un muy moderno Prometeo. Lanthimos, igual que la autora gótica de Frankenstein, condensa el conflicto humano en la idea de que el verdadero monstruo no es quien se ve física o psíquicamente disímil, sino el que desde su posición de privilegio le rechaza, le explota, abusa o utiliza. Ya muy claramente lo habían cantado The Doors: people are strange when you're a stranger (la gente es extraña, cuando eres un forastero).

Poor Things trabaja ampliamente esa idea y lo hace con una fórmula simple: el recurso del forastero, el outsider, el observador que desde fuera contempla esas costumbres y usos que le resultan ajenos y los describe con una naturalidad científica y con la inocencia de quien no juzga. Eso sí, el juicio nos lo deja claramente a nosotros, los espectadores, los que tenemos la mente de adultos.

Justamente sobre la idea de la contemplación científica, Bella (Emma Stone) se nos presenta como una investigadora de la vida, ¿qué Siddharta descubriendo el dolor y la muerte, qué Descartes encontrándose en su propia autoconciencia pueden compararse con Bella?

Desde su “nacimiento”, con su caminar torpe y dando vueltas en triciclo, ya busca comprender la relación de las cosas; pero aún hay más (y aquí destaca la capacidad plástica de Emma Stone, para lograr marcar toda la evolución del personaje) en su búsqueda de la verdad descubre el hedonismo, el idealismo (tanto en la teoría como en la práctica), el capitalismo y el socialismo, etc. ¡Y cómo los descubre! actriz y director no escatiman en colores, sonidos, formas ni posiciones (incluidas las que ocurren dentro de la cama… y en este caso también afuera, en su mayor parte).

Finalmente, luego de toda una circunvalación de aprendizaje, la protagonista alcanza su madurez, y ya no es el entorno el que la controla sino ella la que tiene control sobre el entorno. No significa que acabe la pasión, el idealismo, ni la visión lúdica, lo que sucede es que a partir de ahora todo esto se apropia desde un centro estable. La escena final, una especie de paraíso medieval con quimeras y polliperros, donde el león pasta con el cordero (o por lo menos el que se comportó como un león, ahora es como un cordero, y come pasto) resume muy bien la idea.

Sin embargo, la piedra más grande que nos arroja en la cara, el mayor aporte de Poor Things, es el utilizar una protagonista femenina para poder señalar claramente toda la toxicidad del machismo anquilosado en la humanidad. Muestra clara fue el rechazo que encontró la cinta.

Se criticó, hasta en los círculos elevados, por las crudas escenas sexuales. Sin embargo, como bien lo justificaron el director y la protagonista, se vuelven necesarias justamente por esa crudeza, para exponer cómo en nuestro mundo, el cuerpo de la mujer se codicia y se comercia, muchas veces sin su consentimiento. La narración de Lanthimos no debería sorprendernos. Duncan (magistral interpretación de Mark Ruffalo), imagen del bon vivant, nos presenta justamente esa cara, el macho posesivo, que desea a “su” mujer solamente para “su” propio provecho. Igualmente el general Alfie Blessington (Christopher Abbott), con quien hará tandem para poder destruir la liberación (permitida solo a los varones) que vive Bella.

Además, para Bella, la libertad de su propio ser es importante, sin censuras, hasta el punto de utilizar el deseo masculino para lucrar: “somos nuestro propio medio de producción”.

Dentro de la película, el papel de Bella es servir de espejo para mostrarnos nuestras propias deformidades, cualquier crítica que se le pueda encontrar, nos es devuelta (con la misma intensidad).

La idea de espejo en el relato queda clara desde el inicio, con el uso del plural en el título. El director no nos está narrando la historia de la pobre Bella, las criaturas empobrecidas son todos los otros, los que la juzgan, oprimen o utilizan para beneficio propio.

Volviendo con Yorgos Lanthimos, su trabajo es rescatable y destacable. Esta adaptación de la novela Poor Things, del escosés Alasdair Gray, resulta muy esclarecedora ya que se centra solamente en la exploración de la feminidad de Bella y en la condición monstruosa de nuestra sociedad.

En un momento de la historia plagado de franquicias que, desde su multiverso, exprimen rápida (y furiosamente) las ganancias fáciles, el dedicarle tiempo a la estética, poner cuidado al color, perfeccionar el ángulo y decantar el fotograma perfecto, es una labor que convierte a Lanthimos en un forastero dentro del cine. Un artesano que nos regala una pieza monstruosa pero muy bien acabada, con profundidad visual y psicológica.

El director, aborda la naturaleza femenina de forma más vasta y elegante que Barbie, una de esas películas que estuvo sonando mucho previo al Oscar y fue todo un boom. Al final, Poor Things se llevó lo que se merecía el pasado 10 de marzo, cuatro premios de la Academia Cinematográfica, incluido el reconocimiento de mejor actriz principal para Emma Stone. La justicia está servida.

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