Experimentar la inevitable convergencia de opuestos, sentir repulsión y curiosidad al mismo tiempo, querer saber qué estamos haciendo mal, qué devora al ser humano desde adentro, esto es lo que ocurre al sumergirse en la escritura de Ariel F. Cambronero. Por un lado, nuestro instinto, formado y deformado, incita a apartar la vista; por el otro, resulta imposible eludir las imágenes que se nos presentan, ecos de héroes y de monstruos semejantes en vicio y desproporción.

Este cuentario se distingue por la meticulosa atención a la coherencia y al detalle, así como por su intrincada complejidad. Se enriquece con una variedad de elementos que profundizan en significados más allá de la superficie de cada historia a la hora de tratar tópicos oscuros y macabros. Sin reservas, el autor hace uso de una narrativa intensa, a veces grotesca y perturbadora, para ilustrar con sumo detalle espacios, situaciones y personajes capaces de sorprendernos, incluso negativamente, generando repulsión, descontento o angustia.

Muchos de los relatos de Cambronero exploran el horror psicológico a través de la representación de crímenes horribles y de la perturbadora conducta de niños, adolescentes, adultos y seres sobrenaturales. Aprovechan la tensión que se entabla entre ellos y sus repercusiones a nivel filosófico para abordar conceptos como realidad, conocimiento, muerte, amor, deseo, moral, libertad o mente, tensión que contribuye a generar una atmósfera inquietante, cuyo efecto trasciende cada narración, pues nos lleva a cuestionar la existencia en un mundo aparentemente absurdo y sin un significado inherentemente dado.

Cabe resaltar la importancia que tienen en este cuentario otros temas que, en nuestro contexto, suelen ser tratados con recelo y de manera superficial como la homosexualidad, la violencia infantil, la violencia hacia los animales y las atrocidades que se cometen en contra de los menos favorecidos. Hechos que nos llevan a cuestionar la justicia, la existencia de dios y la composición y funcionamiento del universo bajo un presunto orden, como ocurre en el relato "El cerebro de Boltzmann".

En este texto se explora el tema de la ignorancia y su superación a través de la psique del protagonista, la dicotomía entre la oscuridad y la luz como metáfora del bien y del mal, explorando, a su vez, la relación entre la falta de conocimiento racional y el miedo.

El relato presenta al protagonista como un sujeto pasivo, cuya comprensión se ve limitada por la imaginación descontrolada, generando pavor ante lo desconocido. A medida que avanza la historia, se cuestiona la existencia de Dios. Luego lo identifica con la oscuridad. La narrativa lleva al personaje a confrontarse con esta idea, con una realidad que teme conocer, lo cual provoca una transformación personal.

La trama revela la conexión del protagonista con todo lo existente, llevándolo a una comprensión más profunda de su papel en el universo. Sin embargo, la historia también muestra la angustia que acompaña a la aceptación de su realidad y su relación con el todo, con cada cosa buena o mala que acontece. La sensación de impotencia y subordinación a una voluntad que se descubre imperfecta es inevitable.

El relato se presenta como un proceso creativo que utiliza la imaginación como herramienta sub-creadora, pero también destaca los efectos de las ideas inadecuadas y las pasiones asociadas. La literatura, según la obra, no solo es producto imaginativo, sino también un medio para la introspección y el conocimiento de la naturaleza humana.

Por otro lado, Cambronero también nos invita a ahondar en nuestro espacio interior a través de la intimidad de la casa de familia, lugar que usualmente asociamos con valores positivos, pero que también puede esconder oscuros secretos y traumas de la infancia, justo como sucede en el relato “El origen del mundo”, en el que se nos muestra la casa como un pequeño cosmos, pero totalmente sumido en el caos desprendido por paredes, objetos y animales, el cual se aloja en el corazón del protagonista, quien, a pesar de su adultez, no logra liberarse de su influjo.

Otra virtud de este libro es la habilidad de plantear reflexiones como estas, de gran profundidad, en muy pocas páginas, tal y como acontece en el relato titulado “Elizabeth” (uno de los mejores a mi parecer), también vinculado con el hogar, con la metamorfosis aparente (en este caso para quien se independiza) y la real, en objeto.

El autor, a través de relatos como este, utiliza la confrontación con lo tabú y la destrucción metafórica del ser para sumergir al lector en una experiencia igualmente transformadora. La lectura se convierte en un viaje introspectivo hacia las sombras, al mismo tiempo que nos ilumina con nuevos entendimientos sobre la complejidad de lo que somos, de la existencia humana.

Estas letras nada placenteras, la adquisición de conocimiento, el cambio de las formas e, incluso, la aniquilación y la locura nos recuerdan que cada palabra puede ser una llave hacia la comprensión más profunda de la mente, de la imaginación, del propio universo y, por supuesto, de sus horrores.

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