Por Christian Fonseca – Estudiante de la carrera de Ingeniería Electrónica
Desde el inicio de los tiempos, la humanidad ha ido avanzando al mismo ritmo que la energía que nos provee todo, desde nuestros hogares, forma de comer, transporte hasta casi todos aspectos de vida. Por mucho tiempo, en la época medieval, se usó la madera para prender las fraguas que forjaban los metales que usábamos para la construcción y la guerra. Después descubrimos el uso de mejores energías que permitieron el acceso a la maquinaria que usaba petróleo, carbón, vapores, etc. Gracias a nuestra manipulación de estos recursos hemos logrado muchísimos avances tecnológicos que han mejorado nuestras vidas, pero siempre, a través de las épocas, nos hemos topado el mismo problema: los recursos no son renovables. Encontramos que, eventualmente, crecemos y consumimos a tal punto que no es sostenible el ritmo de consumo en comparación a las fuentes de esta energía. En corto, nos trae consecuencias graves como hoy en día podemos ver con los efectos del efecto invernadero.
Previamente, siempre que nos acercábamos a esa situación encontrábamos otro recurso que podíamos usar para seguir avanzando nuestra tecnología, pero repetíamos el mismo ciclo. Hoy en día nos acercamos al mismo problema, la diferencia es que, gracias a nuestros avances tecnológicos, se ha podido empezar a trabajar hacia algo nunca antes visto: una fuente de energía renovable. Esta fuente de energía renovable, cuya implementación aún está siendo desarrollada y mejorada, son las plantas de energía fotovoltaica.
Las plantas de energía fotovoltaica son un conjunto de dispositivos llamados “paneles” que convierten de manera directa la radiación solar en electricidad. Primero, la convierten de radiación solar a corriente directa (la que se usa para cargar celulares, encender pantallas y electrodomésticos, etc.) y, por medio de un equipo electrónico llamado inversor, la convierten en corriente alterna (APPA, s.f.).
La corriente alterna es la que usa la red eléctrica de un país para proveer corriente directa a las casas de los consumidores. De manera individual, un panel no suministra mucha electricidad, pero en conjunto, en una planta o granja de paneles solares, se puede producir muchísima energía, incluso para suministrar una ciudad entera.
La electricidad se genera cuando un fotón (una partícula que libera el sol) choca contra el panel solar de silicio (o un material conductor que facilite el efecto fotoeléctrico) y libera un electrón. Con la suma de muchos de ellos se genera una corriente eléctrica continua que, como se mencionó previamente, se convierte en corriente alterna para ser distribuida. Este tipo de fuente de electricidad conlleva muchísimos beneficios, entre ellos, que es renovable y sostenible, no depende de ninguna manera de fuentes fósiles, y no emite gases de efecto invernadero.
En la actualidad, la implementación de plantas de energía fotovoltaica es relativamente común alrededor del mundo. Sin embargo, también es cierto que, para muchas naciones del tercer mundo, resulta muy caro implementarla a una escala significativa.
Un ejemplo de la forma en la que se implementa una planta de energía fotovoltaica en la actualidad se puede encontrar en Australia. En el 2017, el gobierno de Australia, junto a Elon Musk, construyó alrededor de 50.000 paneles solares que instalaron en casas de la parte sur del país (Embury-Dennis, 2018). Estos paneles proveen electricidad de manera directa a los hogares; la energía que sobra (la electricidad que no se consuma) va a una batería gigante (la más grande del mundo), que guarda la energía para distribuirla en otras partes del país.
Como se ha podido observar, el uso de esta tecnología podría mejorar cómo afectamos los humanos a nuestro ambiente. Por lo tanto, es importante que se desarrolle a tal punto que baje suficiente su precio para que se pueda implementar en cualquier parte del mundo, y así no dejar que nuestro consumo mate al planeta.
