¿Cómo estás?
- Bien
¿Qué hay de nuevo?
- Nada
¿Vas a comer?
- No
¿Como te fue en el trabajo?
- Igual
Me alegra que estés bien.
Hace unos días, en una salida con amigas, conversamos sobre cómo están actualmente comunicándose algunas parejas que conocemos y sí, chismeamos un poco —bueno mucho—, hablamos de cómo veíamos desde afuera, sus costumbres y formas de comunicación, con sus parejas y con sus hijos, unos muy jóvenes en la adolescencia o saliendo de ella. “No se puede soportar que no hablen” dijo una amiga, visiblemente afectada.
El dolor del silencio en las familias, en las relaciones de pareja y con hijos e hijas, es una situación común en nuestros días y quizá se acrecentó cuando se inició la era de la internet que mucho tiene que ver en su interferencia en el diario vivir familiar, pero, por otro lado, el fenómeno también se debe a que ahora, la brecha se extiende porque no hay mucho tiempo para crear vínculos, o peor, porque parece que no hay interés en crearlos. Lo único permanente es, vivir bajo el mismo techo. Y eso no asegura que haya una buena comunicación o convivencia.
Otro agravante es que chicos y chicas prefieren evitar conversar con sus familias, el tiempo lo utilizan para estar en redes sociales o en su muy exclusivo círculo de amistades presenciales, que son prácticamente invisibles al conocimiento familiar. Esto no es nada nuevo, la adolescencia siempre ha sido así, pero, ahora esta etapa se profundiza y agudiza por padres y madres que se dan por vencidos, prefieren no interactuar y también prefieren ser indiferentes, yo no puedo creer, pero hay familias donde solamente se hablan con monosílabos durante días… Y los vacíos de cada etapa en la vida, se acrecientan. Al final, la sociedad es la que adolecerá esa poca transmisión de comunicación en el núcleo familiar, traduciéndose en personas cada vez menos funcionales y más solitarias. Ya en nuestros días podemos verlos como caminan y deambulan por los centros comerciales, hay miles, son fáciles de distinguir. Familias zombis, les digo yo.
Otro de nuestros temas fueron las parejas monosílabas, esas que ni se ven a los ojos, que no interactúan, que están juntos, juntas o juntes, por conveniencia, por costumbre, por todo menos por amor. Esas parejas que dan el ejemplo monosílabo de la comunicación a niños y adolescentes. No hay mucho más que decir, es fácil de entender, pero complicado de digerir, porque los efectos de esa indiferencia al espacio comunicativo familiar son devastadores en el presente y el futuro, para todos los involucrados. ¿Y cómo hacer consciencia y cómo cambiar?
En definitiva, alguien tiene que incentivar la comunicación y convivencia como un espacio seguro, cálido y amistoso, alguien tiene que quitarse el orgullo, la pereza y quizá puedan comenzar con la comunicación no verbal, con dejar papelitos en la mesa con mensajes, con hacer un chat, con tener un ratito diario de miradas a los ojos, con un abrazo fuerte que dure al menos veinticinco segundos, con una comida para todos sin interrupciones tecnológicas, con una dinámica de ver una serie juntos, un paseo al mes que ninguno pueda cancelar, un almuerzo juntos los domingos cada tanto… un espacio de comunicación, cariño, empatía en donde queden prohibidos las respuestas monosílabas. Digo yo.
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