Una silla de bebé para carro, de las tres-en-uno, con reforzamiento de acero y pruebas superadas contra choques, certificadas en todas las revistas de recién nacidos y madres primerizas; la antigua oficina o el cuartillo de los chunches, ahora remodelado, pintado y deshumedecido, preparado con sensor de respiración, fotos en la pared y el equipamiento propicio para la ocasión —bañera, chupones, pañales y cremas humectantes—; la lista de un par de colegios, que cumplan con las expectativas académicas, artísticas y deportivas —¿y también las sociales? Cosas más, cosas menos, de acuerdo con las posibilidades de cada quien. Pero… ¿está la lista completa? ¿La preparación, toma de consciencia, reserva de tiempo y las acciones enfocadas en fortalecer el apego paterno o materno hacia los hijos fueron priorizados o tan siquiera contemplados?

La teoría del vínculo fue descrita inicialmente por John Bowlby luego de la segunda guerra mundial, cuando se descubrió que los menores que vivían en orfanatos tenían una mayor capacidad de sobrevivencia o de un desarrollo más adecuado si lograban establecer una cercanía emocional con alguno de sus cuidadores. Así, en términos sencillos, y luego de años de robusta evidencia científica fortalecida por muchos otros investigadores, se ha concluido que el apego resulta ser una necesidad básica para el ser humano.

Uno de los factores más importantes para desarrollar la resiliencia —entendida como la capacidad de algunas personas de adaptarse a circunstancias adversas a través de mecanismos de defensa sanos—, independientemente de algunas características biológicas bien descritas, es haber tenido un vínculo estable durante los primeros años de vida —lo que llamamos precisamente figura fuente de resiliencia—, en donde un adulto brinda a un menor disponibilidad, respuesta e involucramiento emocional de forma estable y sostenida en el tiempo.

En ausencia de estos componentes, existirá una “desnutrición” emocional, que, junto con otros factores, bien podría contribuir con el desarrollo de lo que conocemos como estrés temprano en la vida. Este fenómeno se acompaña de dificultades en el desarrollo, un aumento en la probabilidad de sufrir trastornos afectivos, ansiosos, de conducta, por déficit atencional, de personalidad, de síntomas somáticos o abuso de sustancias, sin mencionar la menor expectativa de vida por su asociación con desbalances fisiológicos o estilos de vida no saludables que conducen a la enfermedad física. Entre más adversidad, aumenta el riesgo o la severidad de estas manifestaciones.

Gabor Maté, un reconocido experto en el área de las adicciones, describe así mismo un elemento básico para la comprensión de esta temática: la separación proximal. La misma se refiere al momento en que un padre o una madre amorosos, previamente vinculados, en un ambiente libre de violencia, ya sea por una enfermedad física, una condición mental —supongamos, una depresión—, una crisis financiera, un duelo, o cualquier otra circunstancia capaz de generar un estrés familiar importante, deja de estar disponible afectivamente hacia el menor. Este, a su vez, percibe la desconexión de forma inmediata, generando la sensación de un inminente abandono emocional, activando los sistemas fisiológicos de alarma, incluso a pesar de que exista cercanía física. Es posible que bajo estas condiciones se generen respuestas desadaptativas que bien podrían acompañarse de psicopatología más adelante.

Tomando en cuenta estos antecedentes, en la consulta de adultos de Psiquiatría salta a la vista, cada vez con más frecuencia, una preparación para la paternidad o la maternidad que obvian estos conceptos, básicos para un desarrollo sano de ese menor que está por venir al mundo. Si usted está esperando o pensando en tener hijos —o ya los tiene—, quizás sea un buen momento para identificar cuáles son los aspectos que más ha priorizado y sobre cuáles podría actuar, en caso necesario: el tiempo invertido en conexión emocional y la calidad de la misma, los espacios de escucha empática y activa, si ha recibido educación sobre cómo puede ser un papá/mamá mejor vinculado y más disponible emocionalmente (a través, por ejemplo, de lecturas especializadas en el tema, talleres con personal certificado sobre la materia del apego, psicoterapia o simplemente haciendo un ejercicio de consciencia plena al respecto).

Vale también la pena revisar si las largas jornadas laborales promueven estilos de vida más acomodados económicamente, pero quizás más lejanos de sus seres queridos —a modo de una separación proximal, entre otras causas—; cuánto tiempo están presente los aparatos electrónicos cuando se comparte en familia (en especial si se invierte en trabajo o en redes sociales); si ha tenido algún evento depresivo o de otra índole, es importante considerar si requiere de tratamiento o ayuda profesional; o si se ha hecho consciencia en qué tan cercano, qué tan disponible, se está, emocionalmente hablando, de estos seres queridos.

Al final de cuentas, no será ni la silla del carro, ni el cuarto, ni el colegio, ni las compensaciones por el tiempo de ausencia, cuales quiera que estas sean, las que conformarán personas más sanas. La evidencia científica sustenta fuertemente el rol de la cercanía emocional, a veces sin disponibilidad de algunas cosas materiales que bien podrían no ser indispensables, como uno de los elementos más necesarios para el desarrollo íntegro del ser humano.

Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio. Delfino.CR es un medio independiente, abierto a la opinión de sus lectores. Si desea publicar en Teclado Abierto, consulte nuestra guía para averiguar cómo hacerlo.