Recién hace unos días participé en un conversatorio sobre Economía Circular. El evento fue convocado por la Cancillería y se dirigió a funcionarios del servicio exterior. Como representantes del sector público participaron dos funcionarias del Ministerio de Ambiente; como contraparte del sector privado estuvo la empresa Metalub, cuya interesante experiencia de acopio y reciclaje del aceite usado de vehículos que actualmente se encuentra construyendo su planta de producción y es un ejemplo maravilloso de Economía Circular.
Como directora de Ecoins, yo cerraba el panel también desde mi visión del sector privado, sin embargo, como casi siempre sucede, desde una percepción híbrida entre representante de la sociedad civil y emprendedora, pero con una connotación más cercana a una ONG que a una empresa privada, dado por el perfil del negocio que desarrollamos.
Uno de los dos representantes de Metalub fue don Steve Aronson, un visionario empresario estadounidense a quien se le reconoce, entre muchos otros logros, ser fundador de café Britt y Teatro Espressivo, así como por ser parte de la Fundación ProParques. Tras 40 años de vivir en Costa Rica, don Steve ha cosechado un currículum de innovación y negocios para el que se necesitan muchas páginas más que las que me permite este texto.
Cuando finalizó la exposición sobre política pública en materia de Economía Circular realizada por las representantes del MINAE, don Steve agradeció la amplia descripción de todo aquello que para él resultaba nuevo. Poco después relató que, en su experiencia como empresario y emprendedor, muchas veces se ha sentido huérfano.
Don Steve describió su frustración cuando al solicitar recursos a los bancos para financiar sus proyectos lo que encontró fueron obstáculos y negativas, muchas de ellas amparadas en estructuras obsoletas incapaces de entender la innovación y la inversión de impacto y que parecían más centradas en solicitar prendas y garantías de fincas o bienes inmuebles que en reconocer el potencial de negocios de las iniciativas presentadas. Muchos de los emprendedores, dijo, tenemos que ir afuera del país a buscar esos fondos para desarrollar proyectos productivos innovadores y sostenibles.
Mientras él hablaba, venían a mi cabeza las incontables horas invertidas en presentar mis proyectos de innovación a potenciales financistas, así como las decenas de propuestas, concursos y famosos pitchs, a los que mi socia Lucila y yo nos hemos expuesto en búsqueda de recursos frescos con resultados que muchas veces no han alcanzado siquiera para un respetuoso “no gracias”.
La parte positiva de escuchar a don Steve es que me sentí un poquito menos huérfana. Además, veo que los rechazos tampoco fueron a cuenta de sesgos de género, o por el síndrome de impostora, sino porque simple y llanamente quienes tratamos de impulsar ideas novedosas estamos inmersos en un sistema que aún no sabe apoyar la innovación, un sistema que no ha desarrollado la capacidad de medir el impacto de manera diferenciada, un sistema que aún separa lo público de lo privado y no reconoce la urgencia de cambiar este enfoque para aprovechar más eficientemente las posibilidades de la cooperación. Seguimos todos trabajando con muy buenas intenciones desde el ego-sistema, pero sin movernos todavía lo suficiente hacia el ecosistema.
Ahora, reflexionemos solamente sobre la realidad de las pequeñas empresas, sin entrar siquiera en el tema de la innovación. Desde el 2008 el Observatorio de Mipymes de la UNED, según datos de su Primer Diagnóstico Nacional de Mipymes (2008), ubicaba la tasa de mortalidad de las pequeñas y medianas empresas en 80% al corte de sus primeros tres años. Se determinó que cuatro fueron las causas principales de los decesos: nacen como mecanismo de subsistencia, sin visión o planes claros; se dedican a actividades muy tradicionales y con poca diferenciación en su propuesta de valor; carecen de financiamiento; y son lideradas por personas con poca formación.
Además, la llegada de la pandemia en el 2020 les puso la situación aún más cuesta arriba. Según un estudio del Ministerio de Economía realizado en 2020, la mitad de las pequeñas y medianas empresas de Costa Rica vieron las ventas reducidas en cerca del 75%. Y una de las mayores preocupaciones expresadas por las pymes y las entidades financieras fue la implementación de avales y garantías.
Después del 2020, a la crisis ambiental por el aumento de la temperatura y la crisis sanitaria del coronavirus se le sumaron otras más: la de suministro de materiales por el paro del comercio internacional, la del aumento de precios del petróleo, el gas y los cereales por la guerra entre Rusia y Ucrania, además de la rampante inflación global. Hoy, más que en cualquier momento, es un hecho que vivimos en el denominado “Mundo VICA”, haciendo alusión al acrónimo que significa “volátil, incierto, cambiante y ambiguo”.
El impulso y crecimiento de los emprendimientos post-COVID no puede ser abordado con la misma lógica del 2019 porque las necesidades que deben satisfacer las empresas existentes y las nuevas son mucho más complejas.
Un emprendimiento A.C. (antes de COVID) podía ser una pastelería, un negocio de bienes raíces, una venta de vehículos usados o una guardería. No hay duda que esos negocios siempre serán necesarios, pero al parque empresarial de emprendimientos existentes en los tiempos D.C. (después de COVID) deben agregarse los pioneros, los innovadores; hablo de los Metalub, que reciclan aceite usado; los SUSTY, que apoyan a empresas con data para sus certificaciones; los dosmil50, que ofrecen empaques compostables; los 360 Soluciones, que facilitan tecnología para el compostaje; los Neutraflights, que compensan el CO2 de los viajes en avión; los MundoRep, que reciclan bolsas plásticas; y los ecoins, la nueva moneda de la economía circular.
Los negocios tradicionales pueden y deben seguir adaptándose para hacer su respectiva transición hacia la circularidad: diseñando mejor sus procesos, reduciendo los materiales tóxicos, o contaminantes que emplean y reduciendo al mínimo sus desperdicios, pero los segundos negocios, los más innovadores son circulares por definición y nacieron para apoyar a los primeros.
Los nuevos negocios de la circularidad no pueden ser evaluados con las mismas métricas financieras de los negocios tradicionales, porque están generando una solución a las externalidades negativas que por años nos ha provocado el modelo de economía lineal.
En el 2022 una tonelada de plástico reciclado se coloca en el mercado internacional a un precio mayor a los $1.000 dólares, y en su proceso activó el empleo pues requirió de mano de obra tanta no calificada como calificada, pero además, esa tonelada vendida no generó costos al Estado o las municipalidades por costos de limpieza, transporte o cánon de entrada al relleno sanitario, tampoco fue criadero de dengue ni nos dió mala imagen frente a los turista, tampoco terminó como microplástico en el Océano.
En la Economía Circular el residuo deja de ser un recurso en el lugar equivocado, y entra nuevamente a la cadena de suministros reactivando la economía local. Los negocios circulares (que ayudan a rediseñar, rechazar, reducir, reutilizar, reparar, remanufacturar y reciclar) pueden dar un empujón potente a la Ley 8839 de gestión de residuos sólidos, creada desde el 2012 y cuyos resultados siguen siendo pobres con apenas 8% de recuperación de nuestros recursos valorizables.
De la misma forma en la que Costa Rica abolió el ejército hace más de 70 años, o estableció el pago por servicios ambientales para combatir la deforestación, nuestro país podría ser líder y aprovechar todas estas crisis por las que navegamos para diferenciarse en su política pública y priorizar, y apoyar decididamente los negocios que pertenecen a la categoría de la Economía Circular; ellos, intrínsecamente somos del grupo de los descarbonizados, naturalmente rompemos los paradigmas de la producción y el consumo, somos inclusivos, colaborativos y resilientes, somos los hasta ahora hijos huérfanos de la circularidad que reclaman el lugar que les corresponde dentro de la economía del hoy y del mañana.
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