Entramos a una pequeña sala con aire acondicionado y una serie de máquinas complicadas, un tubo metálico a la izquierda y en medio una pantalla pequeña con un panel de control que parecía salido de una película de ciencia ficción. Éramos jóvenes de entre 15 y 16 años, estudiantes de cuarto año del Colegio Científico Costarricense sede San Pedro en una visita al Centro de Investigación en Estructuras Microscópicas (Ciemic) de la Universidad de Costa Rica. Llegamos a ese lugar caminando, el colegio se ubica a poca distancia de la llamada Ciudad de la Investigación. Nos mostraron en esa pantalla una imagen Microscópica de un insecto, al mismo tiempo nos explicaron cómo funcionaba este microscopio, sobre los electrones y el recubrimiento de oro para que funcione esta técnica. Ese día sin saberlo aún decidí mi camino profesional, ese mundo infinito ante mis ojos fue fundamental para despertar la curiosidad que caracteriza la ciencia y que me acompaña hasta el día de hoy.

A partir de entonces vinieron muchas experiencias, algunas fuertes y retadoras, en el plano académico trasnochar se volvió la constante. Sacrificar ocio y diversión por sesiones de estudio, laboratorios o pijamada de estudio. Aun así, los recuerdos son gratificantes en su mayoría. Cuando estudiamos lógica, cuando el profesor Minero nos sorprendía con un quiz, la vez que pensamos que éramos como Newton porque nos sacamos buena nota en cálculo, las giras al Braulio Carrillo, leer Cien Años de Soledad y apreciar a García Márquez. Todo eso vivimos en el Cole.

Los profesores también trabajaban para la UCR, acostumbrados al nivel universitario nos exigían académicamente, pero mantenían en su mente que éramos adolescentes. Doña Leda incluso le dio tutorías de física a un compañero en vacaciones para que se pusiera al día. Todos entramos a la universidad. En nuestra mente ya era habitual la curiosidad científica, el método científico y entender el mundo incorporando la mate, la química, la física, la biología.

Estás enseñanzas me acompañaron mientras estudié medicina, cuando inicié como profesora de anatomía y más tarde en mis estudios de doctorado, un grado académico cuyo significado entendí en el mismo colegio, ya que algunos profes contaban con un phd y nos compartían con pasión el significado que esto encerraba para ellos y las herramientas que les brindaba para sus clases o su investigación.

Cada uno de los 21 egresados de la XVI generación del científico de San Pedro continuó su camino, algunos químicos, otros médicos, profesores universitarios, chefs, algunos con maestrías, doctorados, pero sin duda alguna marcados profundamente por esa etapa en nuestras vidas que nos mostró la importancia del esfuerzo, la gratificación de aquel acto de graduación en el Melico Salazar y una máxima de vida para no conformarse.

Me entero de que el Sistema Nacional de Colegios Científicos se enfrenta a problemas financieros y me invade una profunda tristeza. Privar de oportunidades a una juventud que ahora las necesita más que nunca en un mundo que sufre por la pobre Educación en ciencias, matemática, pensamiento lógico y análisis crítico. Hago un llamado vehemente a las autoridades para que no se deje perder lo que tantos años ha costado construir, que ha despertado las mentes científicas en este país independientemente de los recursos económicos. Que fue la chispa inicial para la formación de muchos profesionales y científicos que ahora retribuimos ese regalo que se nos dió, desde nuestras profesiones, día con día.

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