Recién celebramos el bicentenario de vida soberana, un hito que pocas naciones han cumplido, y aún menos lo han hecho con las condiciones de vida que hay en Costa Rica. Contabilizar los logros, las bendiciones y los talentos que ha acumulado el país en este período es importante porque sólo amamos lo que conocemos. Pero el bicentenario es el pasado. Esta fecha histórica marca una transición hacia la tercera centuria de vida para la nación y el estado costarricenses. Estos son los primeros días de un período que culminará con la celebración, ojalá, del tricentenario en el año 2121.

Quizás ninguna de las personas que leen estas palabras estará viva entonces. En un país que alberga una de las cinco zonas azules del planeta, habrá hoy cientos o quizás miles de niñas y niños elaborando sus primeras palabras que sí lo estarán. Es por esa generación por la que debemos trabajar, organizarnos, ponernos de acuerdo, planificar con visión estratégica y esforzarnos hasta el cansancio para ofrecerles unas condiciones de vida y bienestar mejores a las que disfrutamos en la actualidad.

Aunque es difícil pronosticar adónde estará el mundo dentro de cien años, sí podríamos afirmar que será muy diferente a la actualidad. Hoy sentimos que mucha de la disrupción que vivimos viene aparejada o resulta de la Internet, una innovación tecnológica de apenas treinta años de existencia. En otros treinta años habremos llegado a la mitad del siglo y quizás el 2021 sea un lejano año pandémico en nuestro retrovisor. Se ciernen sobre la humanidad dos grandes fuerzas que nos sacarán de nuestras expectativas y zonas de confort: una de ellas es el cambio climático y la otra es la transformación digital.

El cambio climático, al ritmo que continúa acelerándose, podría hacer inevitables los peores escenarios catastróficos que la ciencia ha dibujado desde hace 40 años: tres o más grados centígrados de aumento de temperatura global podría ser fatídico para millones de especies que componen la red de vida de la cual depende y forma parte la especie humana. La pérdida de predictibilidad de patrones de lluvia complicaría la producción agrícola, exacerbaría las sequías y provocaría más y mayores inundaciones repentinas como las que hemos visto este 2021. Por si fuera poco, los peores pronósticos de aumento en niveles del mar podrían inundar de manera permanente las costas del mundo con dos metros de aumento en las mareas. Dos metros verticales, o sea, cientos de kilómetros cuadrados de costa inundada. ¿Cómo lucirían el centro de Puntarenas, isla Calero, Puerto Viejo o Manuel Antonio? Debemos iniciar estas conversaciones, aunque no estemos listos para estos desafíos.

La transformación digital se refiere a un conjunto de tecnologías cuyo crecimiento en capacidad, reducción de costo, financiamiento, penetración o adopción, está sucediendo de manera exponencial, esto es, que se duplica en cada período de medición. Esta es la famosa Ley de Moore, que describe cómo los procesadores de cómputo, desde los años 1960, han duplicado su capacidad de almacenamiento y velocidad y cortado su precio por la mitad cada dos años por los últimos 60. Eso explica por qué hoy todas las personas con móviles llevamos en los bolsillos mayor capacidad de cómputo que la que tenía la NASA al llevar una misión tripulada a la luna hace más de 50 años.

Estas tecnologías poseen el potencial de impactar la eficiencia y costos de producción agrícola incluso en zonas urbanas; la producción de energía de fuentes limpias, renovables y almacenables, como el hidrógeno; la producción de nuevos materiales para la impresión 3D, incluidas fibras para imprimir textiles, ropa y zapatos sin necesidad de manufacturarlos y desplazarlos a un punto de venta; flujos, manejo y almacenamiento de información incluyendo biodatos de nuestro cuerpo para que expertos monitoreen remotamente nuestra salud; vehículos autónomos, tanto terrestres como aéreos, para transporte de bienes y personas sin necesidad de conducirlos o incluso comprarlos, sino pagando por el servicio del transporte nada más.

Podríamos imaginar que, un país que por más de 50 años ha hecho grandes esfuerzos públicos y privados para la regeneración y conservación de ecosistemas naturales y de biodiversidad, sería capaz de impactar su paisaje urbano y rural creando ciudades-bosque arborizadas; transformando casas en torres residenciales para aumentar la cobertura boscosa y la producción agrícola urbana; con sistemas de transporte colectivo eficientes, modernos, seguros y limpios; con mejores índices para medir el bienestar de las personas y las comunidades y la calidad y robustez de sus entornos naturales. Esto haría un mejor país para la ciudadanía costarricense que está por nacer.

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