Como bien lo demuestran diversas investigaciones a nivel nacional e internacional, el acceso al empleo históricamente ha sido un problema para las poblaciones jóvenes no solo a nivel latinoamericano sino incluso mundial.
Más propiamente en la actualidad costarricense no estamos lejos de esta realidad, en 2018 el proyecto estado de la nación (PEN) mencionaba que, del total de desempleados, un 61% eran personas jóvenes entre los 15 a 34 años. También el mismo PEN de 2018 señalaba que la tasa de desempleo para los jóvenes de 20 años en dicho año era de 18%, mientras que para otras poblaciones como las personas nacidas entre 1974 a 1985 era de 13%, por su parte para otras poblaciones de mayor edad, como los nacidos entre 1962 y 1973 la tasa de desempleo era solo de 9%. (PEN, 2018).
Para el tercer trimestre de 2020 del total de desempleados, las personas entre 15 y 34 años de edad vendrían a representar el 56% (INEC, 2020). Es decir que, durante tiempos de pandemia, las altísimas tasas de desempleo siguen distribuyéndose con la tendencia de recaer más sobre las personas jóvenes que sobre otras poblaciones.
Incluso es bueno recordar, que como señala Organización Internacional del Trabajo (OIT), en Latinoamérica la pandemia no ha hecho sino incrementar y acelerar, los problemas estructurales que previamente ya se tenían en materia laboral.
Lo anterior deja muy claro que; entre más joven se es, más son las probabilidades de encontrarse en una lamentable situación de desempleo. La pregunta más imperantemente necesaria ante el contexto de difícil acceso al empleo de los jóvenes en nuestro país pareciera ser: ¿Qué nos impide laborar? ¿Qué nos impide acceder a un empleo digno?
En dicho sentido cabría mencionar la situación demográfica actual del país, en la cual los jóvenes entre los 15 y 34 años de edad, debemos competir por el acceso al empleo con dos de las poblaciones más grandes que ha tenido Costa Rica: la del segundo baby boom (personas nacidas entre 1975 y 1985) y la generación X (personas nacidas entre 1963 y 1974). Lo anterior es digno de un denso análisis demográfico, pero de una manera muy abreviada cabe posicionar que en la actualidad en Costa Rica tanto los Millenials (nacidos entre 1986 y 1999) como las dos generaciones anteriormente mencionadas, se encuentran con altos porcentajes de su población en la condición de Económicamente Activos, lo que tradicionalmente conocemos como la PEA.
A esto cabe sumar que el mercado laboral no ha logrado generar empleos de manera sostenida para lograr dar trabajo a una población económicamente activa tan grande, y por ende no es de extrañar el incremento de las tasas de desempleo en Costa Rica en la última década. Ahora; la pregunta sería. ¿Por qué los jóvenes sufren más el desempleo que las otras dos generaciones?
En Costa Rica las personas jóvenes entre 15 y 34 años manejan un segundo idioma como el inglés en una proporción más amplia que las poblaciones que los preceden, son nativas digitales, y esto se corresponde con una importante competencia en el mercado laboral actual. Además, manejan un grado académico en promedio generalmente mayor que las otras poblaciones económicamente activas. Siendo así podríamos hablar de una alta empleabilidad para las personas jóvenes en nuestro país. Lo cuál sería irreal, pues como se comentó al inicio poseen un desempleo más alto que las otras generaciones de la PEA.
Ante esto cabría mencionar que la falta de experiencia laboral se postula como una de las causas mayores que impiden el acceso al empleo de los jóvenes, pues son muchísimos los empleadores que la piden como un requisito. Esto parece un círculo vicioso o una extraña paradoja, pues, ¿como adquirir experiencia laboral estando desempleado?
Ante esto es que debe surgirnos como personas jóvenes una suerte de imaginación sociológica, que entre muchas otras cosas logre articular formas en la cuales nuestra marcada formación académica y nuestras virtudes como generación, se traduzcan en un mecanismo de lucha que logre crear las vías necesarias para una distribución menos adultocéntrica de los medios de producción y acceso a los mercados laborales.
Es ahí donde las ciencias sociales y ramas como la educación no formal, y la investigación científica pueden jugar roles importantes, ayudándonos a comprender las empresas y las instituciones como mecanismos de creación de bienes materiales e inmateriales, y como entidades que reproducen una determinada estructura social que históricamente ha sido adultocéntrica.
Cabe hablar también de las empresas como centros de aprendizaje y de reproducción de determinados contenidos, procesos de aprendizaje que de no ser deconstruidos continuarán favoreciendo a determinadas poblaciones y marginando a otras de una manera arbitraria. Excluyendo de su interior cada vez más a poblaciones con problemas históricos para su acceso al empleo.
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