Por Karina Jiménez – Estudiante de la Escuela de Estudios Generales
En diciembre del 2019, las autoridades del gobierno chino informaron a la OMS hallazgos epidemiológicos consistentes con una nueva enfermedad de transmisión humano-humano, que luego sería nombrada Coronavirus (COVID-19), causada por el virus SARS-COV-2, altamente infecciosa y con importantes afecciones al sistema respiratorio (Majid, 2020). Más de un año después, nos encontramos en medio de una nueva normalidad, con reglas y situaciones que cambian a menudo y en muchas ocasiones nos dejan desorientados. A todos nos ha afectado de distintas formas e inclusive nuestra percepción cambia según pasa más tiempo y nos vamos adaptando más al nuevo estatus quo. Mientras que la mayoría de las personas sienten que su vida no ha cambiado radicalmente y una buena parte de la población considera que su situación ha empeorado, existe un grupo de personas que considera que se siente mejor ahora que previo a la pandemia. Surgen entonces las preguntas, ¿a qué se deben estas diferencias? ¿Cómo podemos mejorar nuestra respuesta y, por lo tanto, nuestra percepción de este tipo de situaciones?
El término resiliencia ha sido definido por muchos autores a lo largo de los años, pero en general se puede decir que se refiere a la adaptación positiva o la habilidad de mantener o recuperar la salud mental a pesar de experimentar situaciones adversas (Herrman et al, 2011). Coloquialmente, esta capacidad se asocia con características de personalidad como el positivismo, pero entrevistas con sobrevivientes de eventos catastróficos como el Holocausto han sacado a la luz que las personas resilientes realmente tienen una visión más realista de su situación, una firme convicción de que su vida tiene un propósito y la habilidad de improvisar y así encontrar soluciones a su situación o al menos mecanismos de adaptación (Countu, 2002).
Ahora bien, la resiliencia está influenciada por muchos factores: personales (personalidad, autoestima, apreciación y flexibilidad cognitiva, regulación emocional, adaptabilidad, etc.), biológicos (cambios cerebrales reactivos a experiencias adversas a temprana edad, alteraciones del eje hipotalámico-pituitario-adrenal, expresión genética de ciertos receptores) y ambientales (soporte social, comunidad, cultura, exposición a violencia) (Herrman et al, 2011); y es la combinación de estos la que determina la reacción de una persona ante una situación extrema. Si existe la combinación adecuada de factores, la persona podrá mantener su salud mental durante y posterior a una crisis, pero, si no es así, los efectos perjudiciales no tardarán en hacerse notar. Un estrés excesivo puede resultar en una amplia gama de problemas psicosociales y de salud mental, como ansiedad, desórdenes afectivos y agotamiento mental (burnout). Durante la pandemia del COVID-19, se ha visto un aumento en los casos de burnout que se manifiesta como extenuación emocional, despersonalización y disminución de los logros personales (Yildirim y Solmaz, 2020).
Ahora bien, dentro de todos estos factores, hay muy pocos que en realidad podamos controlar o cambiar a corto plazo. La mayoría ya vienen tomando forma desde nuestra infancia y por mucho tiempo estuvieron fuera de nuestro control. De hecho, estudios han demostrado que uno de los factores más importantes para mantener una buena salud mental frente a los estresores dentro de la pandemia es haber tenido un bajo nivel de estrés emocional pre-pandemia. Sin embargo, la pandemia del COVID-19 tomó por sorpresa al mundo y hubo un periodo de tiempo muy corto para que las personas se ajustaran a la nueva realidad. El confinamiento, así como las disrupciones del estilo de vida y economía y las pérdidas de educación y empleo son claros estresores en tiempos de pandemia, que se acentuaron de gran manera cuando iniciaron las medidas restrictivas y aún no había una adaptación adecuada de la sociedad para continuar funcionando como antes. Es por ello por lo que si bien, algunas personas vieron la nueva normalidad como una desaceleración de su estilo de vida y tuvieron una reacción positiva a ella, la mayoría de las personas han tenido un periodo de adaptación más prolongado (Shanahan et al, 2020). El reconocimiento de factores protectores frente a situaciones de estrés extremo, como lo son el soporte social, mantenerse informado sin obsesionarse y encontrar estrategias de distracción que nos mantengan alegres y centrados, son de suma importancia para hacer frente a los cambios que como sociedad hemos experimentado. Lo más importante es mantener flexibilidad de pensamiento, es decir, poner atención a las necesidades que tenemos a medida que la situación cambia para poder desarrollar estrategias que nos permitan mantener nuestra salud mental (Chen y Bonanno, 2020).
De esta manera, estrategias de manejo, como el desarrollo de nuevos pasatiempos, resultan de suma importancia para mantenernos alertas y conectados con nuestra mente. Estas destrezas, junto con la búsqueda de soporte social, mantener rutinas diarias y realizar actividad física, se han visto vinculadas con un mejor manejo de los estresores propios de la pandemia (Shanahan et al, 2020). Todas las personas del mundo, en mayor o menor grado, se han visto afectadas por esta situación sin precedentes y es responsabilidad de cada uno encontrar aquello que nos ayude a sobrellevar el día a día. Buscar nuevas actividades que no hayamos tenido la oportunidad de experimentar antes, encontrar pasatiempos que nos edifiquen y reevaluar nuestra situación de manera positiva son algunas ideas que nos pueden ayudar. Y recordemos no poner la mira en cuándo terminará la pandemia o cuándo cambiará la situación porque son eventos fuera de nuestro control, sino más bien vamos hacia adentro, hacia lo que podemos mejorar dentro de nosotros mismos y las cosas positivas que podemos encontrar dentro de una mala situación, de modo que esta sea una oportunidad de volvernos más resilientes ante la adversidad.