¿Quién no recuerda el blockbuster de la década de los 90? Un equipo de expertos luchando en traje y corbata, contra amenazas secretas, si todo sale bien nadie recordará su existencia, si algo sale mal deberán hacer malabares para tratar de borrarle la memoria a los testigos y así protegerlos de la inestabilidad que sus propios recuerdos podrían causarles.
En poco más de una década he sido parte de equipos que evitaron la partida de una compañía que brinda más de 14.000 empleos directos en el país, que se diera un serio retraso en la entrega de respiradores a la CCSS, que resolvió una invasión militar mediante un “simple” proceso legal, que consiguió ayuda humanitaria cuando sufrimos los estragos de la Tormenta Tropical Tomás, que sentó las bases para el Acuerdo Climático más grande y prometedor en la historia de la humanidad, que diseñó el V20 para darles a los países más vulnerables al cambio climático una voz más fuerte dentro del Banco Mundial, he colaborado con la recepción de donaciones de patrullas y lanchas rápidas para afrontar el narcotráfico en nuestro país y también en proyectos para cambiar cultivos de hoja de coca por café en el Perú.
Otros compañeros han gestado repatriaciones previniendo muertes de centenares de costarricenses, el intercambio de nuestro sistema para prevención de desastres que evitó otras tantas en el exterior, así como del esfuerzo global por la seguridad y el desarme nuclear.
Aún así, hace poco me tocó leer a don Roberto Artavia decir que solamente Cinde, Procomer y Comex parecen enfocarse en la productividad de manera constante. No, don Roberto, muchos otros contribuimos cotidianamente, enviamos leads, iniciamos contactos, atendemos preocupaciones, sembramos semilla, encausamos alianzas, protegemos la inversión. Muchas de estas conversaciones no pueden ser publicitadas por confidencialidad, porque el logro fue evitar una catástrofe, o porque publicitar una negociación incipiente sería como inaugurar un puente cuando apenas se han excavado las bases. Son las instituciones que don Roberto menciona quienes, por su rectoría, cosechan lo propio, pero también muchas de las semillas que se siembran en Casa Amarilla.
La Cancillería ha realizado trabajo tesonero para promover las investigaciones clínicas en el país, para lograr nuevas oportunidades de becas para nuestros estudiantes, para promover el turismo, mantener nuestra seguridad, nuestra imagen país y está trabajando conjuntamente con el Micitt en temas como bioeconomía, ciberseguridad e inteligencia artificial, por citar tan solo unos pocos ejemplos de actividades que incrementan nuestra productividad país.
Cuando trabajé en P&G manejando aproximadamente seis millones de dólares al día en cuentas por pagar, me correspondía comprar y vender moneda en tres países. En algún momento especulé con los tipos de cambio buscando generar utilidades a la empresa comprando y vendiendo moneda en vez de dejar en el mínimo las cuentas. Lo hice con éxito, hasta que me explicaron que el giro de la compañía, su razón de ser, era vender sus productos y el máximo de los recursos debía ser utilizado en ello. Productividad bien dirigida. Si llegábamos a generar más utilidades a los accionistas en el mercado de moneda que produciendo Pampers, Pantene y Gillette, mejor sería cerrar el chinamo y dedicarnos a eso. Lo comprendí, y me fui.
Al pasarme al sector público, contrario a lo que indica don Roberto, mi salario disminuyó. Pero lo acepté consciente de que el Estado no busca enriquecer a unos pocos, sino redistribuir riqueza, regular el mercado y democratizar el acceso. Soy firme creyente de que la causalidad es bidireccional: a mayor equidad mayor productividad, a mayor productividad, mayor equidad, ese debe ser el norte de las instituciones del país.
Aunque parezca increíble, hacer más con menos es lo que hacemos en el servicio exterior. Nuestras embajadas trabajan con las uñas, el presupuesto y el personal se ha reducido, hoy somos en promedio dos diplomáticos por embajada (incluyendo al embajador) y los consulados frecuentemente son unipersonales. Nuestros salarios, que en Costa Rica serían altos, en destinos caros apenas y alcanzan porque llevan congelados desde el 2010, sí, más de una década sin aumentos ni ajustes por la inflación o la devaluación. Esto no es queja, es una realidad que entendemos quienes dejamos familia y amigos atrás no para hacer plata, sino para hacer patria.
Todo ello, mientras se trata de sobrevivir a escándalos, cuestionamientos, críticas, exposición mediática y a un proyecto de ley que busca convertir nuevamente en piñata política nombramientos que actualmente son hechos por competencia y no a dedo. Funcionarios profesionales, que día a día velan por aceitar el engranaje, prevenir catástrofes, solucionar conflictos, iniciar contactos, en silencio.
Sin embargo, coincido en que algo se está haciendo mal, la desigualdad aumenta, el servicio a la deuda es cada vez más caro, el riesgo país se incrementa, las calificadoras de riesgo ya saben que no logramos ponernos de acuerdo y de seguir por la ruta que vamos nos iremos todos juntos, empleados públicos y privados, agarrados del moño, al despeñadero del default.
La realidad es que es más fácil recordar los fallos y casos de corrupción que saber el nombre de Martina Mora Briceño, mi querida y abnegada profesora de primaria en una escuelita pública, o de tantos otros funcionarios que trabajan de manera responsable y eficiente todos los días. Lo que queda en la memoria son los funcionarios de las convenciones colectivas, los de las pensiones de lujo, los de los escándalos, las protestas y los bloqueos, los que efectivamente destruyen nuestra productividad y atentan contra el funcionamiento correcto de nuestras instituciones, de la misma manera que una invasión extraterrestre sería nefasta y nos haría olvidar que son la excepción y no la regla.
Los trámites burocráticos no obstaculizan solamente a la empresa privada, también hacen más difícil la labor de quienes estamos condicionados por el principio de legalidad: “Hacer solamente lo facultado por ley”. Frecuentemente coordino con Comex, Procomer y Cinde, pero también con los ministerios de Turismo, Salud, Ambiente, Tecnología y Telecomunicaciones, Hacienda, Cultura, el BCCR… la lista es larga, existen muchas instituciones tratando de contribuir, con funcionarios que se ponen la camiseta a pesar de que cada vez hay menos presupuesto y más controles, restricciones y reportes por realizar.
Puedo dar fe de lo que conozco, en particular del servicio exterior. Aunque en el país posiblemente pocos recuerden la diferencia entre un embajador y un cónsul y mucho menos sepan exactamente qué hacemos o cómo contribuimos diariamente a incrementar la productividad, somos la primera línea de defensa y los grandes promotores del país. Realizamos cotidianamente nuestras labores y pasamos desapercibidos mientras logramos evitar crisis, catalizar alianzas, encausar contactos, generar oportunidades, a sabiendas de que si todo sale bien no será nuestro nombre, sino el de Costa Rica, el que resonará en el exterior.
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