¿Cómo despedir este año?

Ciertamente terminamos en una nota muy positiva. Aunque se entiende que será un avance paulatino y que tomará varios meses aún para alcanzar la ansiada inmunidad de rebaño, llegaron anoche las primeras vacunas contra el COVID-19. ¿Qué mejor símbolo de esperanza de que el 2021 será mejor? Reconocimiento a las autoridades de salud que lograron insertar a Costa Rica entre las primeras naciones en tener acceso a ellas. No compensa sus yerros anteriores en el manejo de la pandemia o en la procuraduría, auditoría y gestión de la CCSS, pero definitivamente es un broche de oro para el cierre de año.

Es imposible dejar de lado el avance de obras de infraestructura que, si bien están llegando años tarde, hay que darle todo el crédito al Poder Ejecutivo, principalmente a su flamante ministro de Obras Públicas y Transportes, por cuando menos ayudarnos a cerrar la brecha que administraciones anteriores dejaron zanjar. Es notable ver las múltiples construcciones en marcha y los proyectos que inician a cada rato. Sin duda, lo mejor de esta Administración.

Aunque no rindiera los frutos esperados, hay que reconocer la voluntad de diálogo que mostró el gobierno respecto a la crisis fiscal y de deuda. Desafortunadamente el diálogo no fue tal, sino una serie de monólogos centrados en la protección de intereses particulares, con notables excepciones de parte de Uccaep y el sector empresarial en general, que cedieron en el punto de la renta global. Muy poco que resaltar en la voluntad de otros sectores participantes, pese a la buena voluntad de algunas de las personas que sacrificaron semanas de trabajo para tratar de ayudar a su país.

En ese respecto el año también ha dejado claro que existe una falta de visión de nación y de sectores que, con un liderazgo responsable, pongan el bien común por delante de intereses particulares. Esto no es inesperado, ciertamente, pero a mí me indica que el liderazgo de organizaciones de alcance nacional -empresariales, laborales, regulativas y demás- requieren de una renovación urgente, con cambio generacional incluido. Los líderes actuales están tan acostumbrados a oponerse a todo, a solo defender privilegios y mal-llamados-derechos, a negociar entre ellos, que ya ni cuenta se dan del daño enorme que hacen o de lo ridícula que es su intransigencia.

Urge que funcione el Consejo Consultivo Económico y Social, siempre y cuando participen en él personas bien seleccionadas por su patriotismo, visión de país, sentido de prioridad por el bien común y compromiso con la democracia. Si lo llenan de estas personas mencionadas arriba, será solo otro obstáculo a la buena y eficaz gobernanza del país.

El año nos dejó también el milagro que hace la política en crisis: resucitar cadáveres. Vimos a líderes “retirados”, por falta de un término que describa bien lo que tengo en mente, reaparecer en los medios, que presurosos les montaron una plataforma, respaldada hoy por la fuerza de redes sociales bien manipuladas —no manejadas— que lo único que han hecho es mostrar porque se habían retirado: obsolescencia frente a los acelerados cambios globales y nacionales y una total incomprensión de la realidad actual y el futuro.

También el año nos ha permitido pintar con claridad quiénes son ésos que son capaces de cualquier cosa con tal de mantenerse en posiciones de poder, de proteger privilegios y subsidios odiosos, y de recurrir a nuestra obtusa legislación para refugiarse. No sé bien cómo ocurre en un país que abusos claramente discriminantes, insostenibles financieramente, y que riñen con cualquier lógica elemental, se convierten en leyes, regulaciones, subsidios y privilegios a favor de unos cuantos. La única explicación es que dichas situaciones son resultado de claros conflictos de interés, pues es claro que nadie en su sano juicio legislaría o gestionaría ministerios e instituciones en esta forma si no tiene algo que ganar.

Tal vez lo peor del año ha sido la debacle en la educación pública. He visto cifras que indican que se perdió el equivalente o más de una generación escolar completa, por encima de la exclusión estudiantil elevada que ya se vivía en el país. Esto es grave para muchos niños y jóvenes, para sus familias actuales y futuras y para el país; pues éstas son productividad, capacidades y destrezas que ya nunca se recuperarán. Una verdadera tragedia que tendremos que enfrentar por décadas.

El 2020 ha sido entonces el año en que nos dimos cuenta de que debemos hacer un cambio profundo en nuestra gestión del Estado, donde se rinda cuentas de verdad y sea imposible legislar o gestionar instituciones y políticas de éstas para beneficio propio. Cuando lograremos hacer el cambio real está aun por verse. En mi opinión, y pese a que han salido varios por diversas causas, al menos cuatro ministros y jerarcas debieron presentar su renuncia por la pobre gestión de sus instituciones que resultaron en pérdidas claramente inaceptables para el país. La negligencia y la simple incapacidad no son de recibo cuando se está frente a una emergencia de esta magnitud.

Más allá de la política, el 2020 ha cambiado para siempre como trabajamos, como nos relacionamos, como viajamos —si es que lo hacemos del todo— y nuestra relación con la tecnología. La cuarta revolución industrial dejó de ser algo que “iba a pasar” para convertirse en nuestra realidad cotidiana. Bienvenidos seamos todos al futuro.

El 2020 también empezó con graves incendios en Australia, y luego vimos situaciones similares en diversas partes de mundo, con deshielos récord en los polos, vimos un iceberg del tamaño de Delaware desprenderse de la Antártida, y deshielo mayor y más prolongado en el Ártico, además, en el llamado tercer polo (el gran glaciar del Himalaya) se ha acelerado el ritmo de atrición, lo que pone en riesgo el agua y la agricultura en una región del planeta en que vive casi la mitad de la población mundial. Nosotros lo sentimos con la Niña y una temporada de huracanes récord en el número de tormentas que, además, se extendió hasta los primeros días de diciembre, lo que hace a Centroamérica más vulnerable. La crisis climática también se nos ha hecho más tangible que nunca y algo con lo que creo que por fin entendemos que tendremos que lidiar.

Consecuencia de todo lo anterior, y aún si no lo notamos mucho a nivel individual, los patrones de consumo han cambiado mucho y creo que para siempre. Hoy gestionamos diferente casi todo: como nos alimentamos, como nos entretenemos, como trabajamos, como gestionamos nuestras finanzas y nuestra salud, como compramos lo que requerimos, como y con cuanta frecuencia nos transportamos, y, en fin, para las empresas ha sido un año de constante adaptación e innovación para seguir creando valor a sus clientes. Y esto es cierto B2B, B2D y B2C.

A nivel local hemos visto sectores enteros colapsar —¿Cómo no pensar en el turismo?— y hemos visto otros surgir ya sea por vía de adaptación o por nuevos emprendimientos que respondieron con velocidad y capacidad a las cambiantes condiciones de los mercados. Habrá mucha nueva riqueza en menos manos y mucha nueva pobreza en muchas partes del mundo y del país. El 2021 tendrá que ser un año de adaptación o reconversión productiva para muchos, pero también un año de solidaridad para muchos más. El mundo queda golpeado y peor distribuido en su riqueza y, sin matar el impulso creativo e inversor, debemos buscar también equilibrios sociales y en acceso a las oportunidades. Nada sencillo en un mundo y, sobre todo en un país, donde lo que más se marcó en el año fueron los egoísmos sectoriales, sindicales y políticos.

En este punto hay que reconocer que la Asamblea Legislativa ha sido “una de cal y otra de arena”. ¿Cómo no reconocer su alta productividad general? Pero cómo ocultar que, en momentos críticos, sobre todo al final del período, surgieron nuevamente los opositores de oficio, aquellos que bloquean poniendo intereses partidarios, ideológicos y hasta personales por encima del bien común. Vamos a un año en que el país requerirá de una singular gobernanza, de agilidad y flexibilidad para que no caigamos más profundo en la crisis fiscal y de deuda con que cerramos el año y al mismo tiempo reactivemos la economía, la generación de empleo y despleguemos políticas sociales, productivas y crediticias de acuerdo con las necesidades reales del país y no de uno u otro candidato o ideología.

En este 2020 terminó de morir el buen intento del gobierno de unidad nacional y lo cerramos con rumores de que varios partidos, y líderes de esos y otros partidos, buscan articular una coalición política para las elecciones de 2022. Esto es buena noticia, pues en el próximo gobierno será necesario partir, tanto como sea posible, de una visión compartida por muchos y así lograr los cambios que el país requiera.

Conforme avancé en la columna me empecé a pasar al 2021. Caso inevitable hacerlo. Pero eso será el tema de la próxima columna.

Por ahora baste decir que el 2020 nos deja maltrechos, pero con esperanza -por la vacuna, por el diálogo incipiente, porque hay proyectos que prometen-.  También nos deja con grandes dudas, pues al final, algunos sectores y cadáveres sacaron las uñas y amenazan con impedir cambios que son a todas luces necesarios. Además, nuestra aceptación de la mediocridad en la gestión pública continúa y, cada recurso desperdiciado o pobremente gestionado, ahora tiene un costo inaceptable.

Adiós 2020.

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