Con su victoria en Arizona Joe Biden no solamente consiguió obtener 11 votos adicionales en el Colegio Electoral, también marco un hito en la historia electoral de este estado dónde los Republicanos han sido tradicionalmente victoriosos desde 1952; con la excepción del triunfo de Bill Clinton en 1996. A pesar de que en 2016 la victoria de Donald Trump en Arizona había sido alcanzada por un margen de apenas 3.5%, el triunfo de los demócratas en 2020 no deja de ser emblemático por la forma en la que funciona el sistema electoral en Estados Unidos.

En la mayoría de los estados de Estados Unidos el candidato que obtiene más votos obtiene en la práctica la totalidad de los grandes electores del Colegio Electoral para ese estado, si un candidato gana la contienda por 1% gana el 100% de los votos electorales para ese estado. Esta característica del sistema electoral hace que las campañas electorales se concentren en los swing states o estados bisagra, aquellos dónde los candidatos de ambos partidos cuentan con un apoyo similar, haciéndolos definitorios en el resultado de la carrera a la presidencia. Arizona no siempre ha sido un estado bisagra,  han sido los cambios demográficos y las nuevas reivindicaciones sociales que han impulsado esta transición de rojo a azul.

La campaña de Biden en el estado del Gran Cañón se vio sin duda beneficiada por el catastrófico manejo de la pandemia del presidente Trump, así como por las importantes sumas de dinero invertidas por la campaña demócrata en Phoenix, sin embargo, destaca el rol protagónico que jugaron los movimientos de activistas latinos en el resultado electoral, particularmente aquellos que se han basado en el análisis de datos, cuyo trabajo he tenido la oportunidad de conocer y analizar.

Durante mi estancia en Nueva York en la primera mitad del 2020, tuve la oportunidad de participar en procesos de formación y reclutamiento llevados a cabo por distintas fundaciones, tales como Generation Data y All Hands, que trabajan en la creación de una nueva generación de activistas que, a través del análisis de datos, contribuyen a diseñar y ejecutar campañas de comunicación política que buscan alcanzar públicos meta específicos. Combinando distintas fuentes de datos, y el trabajo local directo con la población, se construyen estrategias de comunicación en función de los intereses de distintos sectores de la población.

Con base en mi  experiencia de trabajo en procesos como los que se utilizan para segmentar y movilizar a la población a partir de un trabajo de encuesta, contacto y análisis de los votantes, me parece evidente el impacto que tuvieron organizaciones como Mi Familia Vota. Esta se apoya en el análisis de datos y en el trabajo de contacto de sus colaboradores para movilizar a la población latina a defender sus derechos y a participar en la democracia, logrando contribuir al registro, únicamente en Arizona, de alrededor de 100.000 votantes y visitando aproximadamente 300.000 hogares durante la campaña (de puerta a puerta).

Para aquellos que trabajamos en el uso de tecnologías para fines sociales, esta experiencia nos muestra que el futuro del activismo político y de las elecciones será uno dónde se mezclan mucho trabajo de campo, de análisis de datos y de contribuciones voluntarias para alcanzar objetivos políticos. No se trata de pretender que los datos hagan todo el trabajo, el análisis de estos no permite ganar mágicamente elecciones, pero si concentrar esfuerzos y acumular ‘insights’ para que voluntarios motivados por su propias convicciones y sus valores, logren hacer oír su voz en una democracia y lleven a cabo cambios históricos, como sucedió en Arizona.

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