El país está viviendo una crisis económica. Todos los días oímos noticias sobre esa crisis: la pobreza aumentó, el desempleo se disparó, algunas empresas han cerrado y otras han visto sus ventas caer. Por supuesto, la crisis económica no es cifras, sino que afecta a personas concretas que han perdido su trabajo y que han cerrado sus negocios. Afecta a familias que no tienen ingresos o tienen menos ingresos. Y estas situaciones, que son difíciles, se hacen todavía más difíciles porque han sido causadas por la pandemia. Además, las estamos viviendo en tiempos de la pandemia, que son tiempos de alta incertidumbre, porque no sabemos cuándo o cómo va a terminar la pandemia, en forma individual, para nuestros seres queridos, y para la economía. Son tiempos en los cuales casi todos hemos sentido en algún momento miedo, enojo, frustración y desesperanza.

La crisis económica ha causado una crisis fiscal. La pandemia ha llegado en un momento en que la situación fiscal del país estaba débil, porque las medidas de la Ley de Fortalecimiento de las Finanzas Públicas se estaban empezando a implementar y no tuvieron tiempo de generar frutos. Además, las heridas de esa ley, a nivel social, político y económico, están todavía frescas. A nivel económico, el primer impacto de la ley era contractivo (por el aumento de impuestos). El plan para la reactivación económica se había convertido en una promesa ausente, pero frecuentemente mencionada. La negociación de esa ley había creado desconfianza entre sectores, un sentido de falta de justicia, y una profundización de la insatisfacción con la configuración del sector público que tenemos y de su financiamiento.

Medidas urgentes no pueden enfocarse sólo en lo fiscal. La crisis económica se manifiesta en tres problemas urgentes e interrelacionados entre sí: el desempleo, el impacto negativo en las empresas y la crisis fiscal. En este momento, centrarnos en uno sólo de esos problemas sin atender los otros dos puede crear un problema mayor, porque se daría un desbalance en la distribución de los costos de la crisis económica e incluso se puede profundizar la crisis económica en sí misma. Por este motivo, la crisis económica nos plantea como sociedad grandes retos.

Además, el 2020 no es como los años previos, todo está en proceso de cambio. En este momento, la incertidumbre es muy alta y no sabemos lo que va a pasar. Lo que sí sabemos es que debemos prepararnos para que la economía de después de la pandemia no sea como la economía de antes de la pandemia, porque las personas vamos a tener prioridades diferentes, porque muchas empresas están enfrentando retos que antes no tenían, porque están surgiendo necesidades y oportunidades que antes no eran tan relevantes o no existían. Más aún, la transformación de la economía también está acompañada de una transformación social y política que está sucediendo ahora mismo.

En medio de este proceso de cambio, prioricemos acciones para darle forma al futuro. Más que nunca, este es un momento para pensar en cómo queremos que sea el futuro, porque el futuro va a cambiar de cualquier forma. La reflexión y las acciones para darle rumbo al futuro pueden nacer de cada persona, desde su propio contexto y retos. Sin embargo, también tenemos una oportunidad como país para repensar el futuro y trabajar en forma colectiva para conseguir algunos cambios. Este es el mejor momento para cambiar el rumbo en forma intencional, estratégica, negociada, porque la crisis económica que vivimos nos pide que repensemos y reorientemos la economía, las instituciones públicas, las organizaciones sociales, los partidos políticos, la educación, el financiamiento de la salud, y un largo etcétera.

Acuerdos para darle al país un nuevo rumbo. Los problemas en el empleo, las empresas y lo fiscal generados por la crisis económica de la pandemia no son fáciles de solucionar. Además, algunas soluciones que se habían previsto en 2019 o antes, ahora son insuficientes, no se adecuan a la situación actual de la economía, o no se pueden implementar rápidamente. Por lo tanto, además de delinear el futuro, los acuerdos sobre el nuevo rumbo del país que se tomen, si se toman, determinarán cómo repartir los impactos negativos de la crisis. Además, como parte de esos acuerdos, es importante decidir un proceso temporal para implementar el nuevo rumbo, que incluya medidas inmediatas, temporales y permanentes, y medidas de corto plazo (próximo tres años), también temporales y permanentes. En este momento, alcanzar un acuerdo, tener un plan, tener un nuevo rumbo claro, pueden cambiar completamente la forma como vivimos el día a día de la crisis económica, mientras construimos la Costa Rica de las generaciones futuras. Es la responsabilidad del tiempo en que vivimos: trabajar en forma conjunta para construir un nuevo rumbo.

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