En mayo de 2020 y, en medio de una pandemia en curso, circuló en redes sociales una portada falsa de la reconocida revista TIME magazine que mostraba al presidente Donald J. Trump saliendo por una pequeña puerta bajo el título ‘TIME...to go’ (que puede traducirse como Hora de irse); una representación gráfica sencilla, sutil y sugestiva, pero de un extraordinario alcance que reflejaba muy bien no solo el agotamiento que han vivido millones de ciudadanos norteamericanos en los últimos años, sino la propia comunidad internacional.

A pocos días de las elecciones presidenciales en Estados Unidos y, en medio de una devastadora pandemia, este sentimiento de agotamiento global no puede ser más claro.

En los últimos cuatro años, la megalomanía y el populismo del actual presidente estadounidense le ha convertido en un verdadero dolor de cabeza para la comunidad internacional. Sus vanidades, caprichos y ambiciones personales han permeado su política exterior y le han hecho ver en algunas ocasiones como una suerte de dictadorzuelo en potencia y sociópata que se ha valido de los mismos discursos y tácticas políticas de todos esos países a los cuales se ha referido con desprecio, muchos de los cuales han sufrido verdaderas y sangrientas dictaduras en las últimas décadas.

Un líder populista con serios y evidentes problemas de inteligencia emocional, indescifrable e imprevisible que ha utilizado la retórica xenófoba, racista y anti-migratoria a su favor (sin mencionar el desgastante ataque a la prensa y las ‘noticias falsas’), pero que además ha utilizado al propio Partido Republicado y prácticamente a todos sus colaboradores más cercanos a su antojo.

En el mundo diplomático y multilateral, los casi cuatro años de la pesadilla Trump han significado un serio desgaste cuyas consecuencias serán acarreadas por la comunidad internacional por muchos años. En el ejercicio de su mandato presidencial, se ha dedicado sistemáticamente a socavar los frágiles cimientos de una arquitectura internacional de posguerra que había logrado en menor o mayor medida el posicionamiento de ciertos temas de interés para la propia sobrevivencia de la comunidad internacional, entre estos el cambio climático y el desarme nuclear.

Así, en los últimos cuatro años, la comunidad internacional no solamente experimentó con profunda preocupación el retiro de Estados Unidos del Acuerdo de París (el país con los mayores niveles de contaminación del mundo), sino del acuerdo nuclear con Irán, el retiro del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, su retiro de la Organización Mundial de la Salud (en media pandemia), pero además ataques sistemáticos y medidas inéditas en contra de la Corte Penal Internacional y todo tipo de ataques a quien ose criticarle.

El multilateralismo tal y como lo conocíamos no había sufrido tal nivel de ataques y desprestigio por un único país, quizá desde la fallida coalición internacional que invadió Iraq de manera ilegal en el año 2003.

Más aun, su gestión de la política exterior ha provocado la reducción y salida de decenas de experimentados diplomáticos norteamericanos dentro de su propia Secretaría de Estado (relaciones exteriores), muchos de los cuales encontraron en la administración Trump un impedimento moral y ético para el cumplimiento de sus deberes como servidores públicos de ese país a nivel internacional.

Donald J. Trump, a diferencia quizá de su propia y narcisista imagen infalible, pasará a la historia como uno de los Jefes de Estado menos decentes que habremos conocido en muchas décadas, un Presidente que ha valorado y sobrepuesto sus afinidades y obsesiones personales ante el bienestar y la seguridad de su propia población.

Un Jefe de Estado cuya retórica política ha contribuido a alimentar y revivir episodios racistas despreciables en su propio país, un aumento significativo en los ataques anti-semitas, constantes ataques al Islam y el apoyo indirecto a todo tipo de radicalismos de extrema derecha, incluidos movimientos neonazis.

En el plano internacional, el presidente Trump se convirtió en una suerte de voz global de la derecha, propiciando que muchos otros candidatos en todo el mundo (hoy Jefes de Estado) adoptaran posiciones y estilos políticos similares.

Sus ‘coqueteos’ personales con el dictador norcoreano Kim Jong-un y el autócrata Putin en Rusia comprueban cuales ha sido sus pocas prioridades en materia de política exterior. Un mesías autoproclamado que auguraba el fin definitivo del sempiterno conflicto árabe-israelí bajo su mandato, al tiempo que proponía la absurda construcción de un muro de proporciones históricas entre su país y uno de sus mayores socios comerciales y políticos, México.

En menos de una semana, le corresponderá al pueblo norteamericano decidir si verdaderamente es ‘TIME...to go’, o bien, es tiempo de irnos preparando como comunidad internacional para cuatro años más de zozobra, angustia y fatiga.

Lo que suceda en Estados Unidos nos interesa y afecta directamente: mercados bursátiles internacionales, acuerdos de cooperación internacional, prioridades de su próxima agenda diplomática, cambio climático y medio ambiente, tensiones militares, inversión extranjera directa, entre muchos otros temas.

Estados Unidos y la comunidad internacional merece un nuevo liderazgo, una persona que sostenga al menos ciertos estándares de decencia y que no desprestigie aún más al pueblo norteamericano. Joe Biden no será el líder carismático que todos anhelan en ese país, simplemente no es Obama, pero todo apunta a que, en este caso, sí aplica la siguiente máxima: ‘cualquier cosa es mejor que lo que hay’.

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