Berlín es una ciudad pletórica de monumentos históricos. Uno de ellos, cerca de la famosa Puerta de Brandemburgo, es el dedicado a las víctimas del Holocausto: una gran cuadra entera de bloques que simulan altas tumbas, separadas las filas por estrechos pasadizos donde escasamente llega la luz. En suma: evocación plena de soledad, angustia, miedo ante un enemigo oculto, despiadado y totalmente desprovisto de humanidad.
Justamente a un costado, pasando una calle, casi inadvertido al comienzo del Tiergarten, un enorme parque, se sitúa otra obra no menos escalofriante: un prisma de concreto de regular tamaño, todo cerrado, excepto por una pequeña ventana que invita al transeúnte a mirar adentro. Gran simbolismo: un corto video con dos hombres jóvenes que nos ven de reojo, conscientes de que alguien podría denunciarlos, apalearlos y hasta hacerlos podrirse en una cárcel o, peor, escoria humana en un campo de concentración. Se trata del monumento para honrar a las numerosas víctimas del colectivo LGBTI+ bajo el régimen nazi (1933-1945). Estremecedor.
Pero la historia subyacente es más amplia: nos lleva hasta mediados del siglo XIX, época en que arranca la verdadera historia del movimiento gay mundial. E igualmente en Alemania, un país pujante, que está a punto de unificarse (1871) y con mentes muy dadas a la teorización. En 1864 un escritor (Karl Heinrich Ulrichs) ya había escrito documentos sociales y jurídicos sobre lo que él llama uranismo, es decir, el afecto íntimo entre hombres. Y es en otro país de habla germana, Austria-Hungría, donde el médico Karl Kertbeny en 1869 crea la palabra homosexual (tómese nota de que, hasta entonces, ni siquiera existía la otra, heterosexual).
Pero es más tarde y siempre en Alemania, en 1897, cuando un médico judío, Magnus Hirschfeld, hace algo extraordinario: funda el Comité Científico Humanitario, dedicado a defender los derechos de los homosexuales y luchar contra el código penal que los acosaba. Aún más: terminada la Guerra Mundial en 1918, crea el Instituto para las Ciencias Sexuales (ICS), algo inaudito cuando todo lo referente al sexo era tabú. Este ICS era una especie de universidad, donde se recolectaba todo tipo de estudios relativos al sexo.
Hasta 1933, Berlín era la ciudad más alegre y de costumbres más libres en Europa. Un escritor inglés, Christopher Isherwood, deja su testimonio en una novela famosa: Adiós a Berlín, inspiradora del conocido film Cabaret. Hasta que llega Hitler como canciller y todo aquello se acaba. Los camisas pardas saquean y cierran el ICS y Hirschfeld huye al exilio, donde muere en 1935. Aclaremos que su larga brega estuvo siempre inspirada por un ideal: Dignidad. Posiblemente, eso del Orgullo, tan común hoy día, lo habría sorprendido negativamente por lo discriminatorio y hasta arrogante del término.
El pasado 28 de junio fue un día de celebración mundial. El neoyorkino bar Stonewall, del Greenwich Village, donde ocurrieron los sucesos ya conocidos en 1969, es todo un hito: imposible ignorar su protagonismo. El pasado 26 de mayo venció el plazo para hacer regir el derecho al matrimonio de los ciudadanos LGBTI+: gran efeméride local. Y lo de Alemania, por lo que tiene de audaz y señero, pero hasta ahora poco conocido, debe merecer un lugar especial para quienes luchamos por la plena vigencia de los derechos humanos y su progresivo reconocimiento universal.
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