Hace muchos años cayó en mis manos “La epopeya del civismo costarricense: el 7 de noviembre de 1889”, de José María Pinaud. Lo abrí sin expectativas y terminé absorbido por esa ventana al pasado. Sentí el mismo asombro que cuando, de niño, uno escucha historias familiares que revelan facetas desconocidas de quienes creemos conocer. Descubrí un país que no sabía que existía, y mi imaginación reconstruyó las escenas de aquel 7 de noviembre como si las hubiera visto.

Puede uno pasar el tiempo argumentado si pudieron haberse evitado o no. Quizás, la visión de país que tenía don Bernardo Soto, como presidente, era muy avanzada y progresista para su tiempo. Quizás, como sociedad, nuestros antepasados todavía necesitaban estar más maduros para asimilar mejor “esta escuela nueva”. Quizás, si el señor Gustavo Ortega hubiese llevado su “espíritu encendido por la llama de la aventura” a otro país el pelotón de policías nunca hubiera cometido la torpeza de recorrer las calles de San José dando vivas al Lic. Esquivel. Quizás, si Esquivel y Rodríguez no hubieran corrido por la silla presidencial como acordado. Quizás, si no se hubiera dado la expulsión del obispo Thiel en 1884 “el sentimiento religioso influyendo en la conducta de los hombres” durante la campaña electoral de 1889 no hubiera estado presente y el partido Constitucional no hubiera tenido el empuje que tuvo.

En fin, todo pasó como pasó y se resolvió de la mejor manera gracias a la “superioridad” de los gobernantes de la época. Don Bernardo Soto con su gesto de hacerse al lado evita “anteponer sus vanidades de hombre a sus deberes de costarricense”. Evita ceder el mando al primer designado por ser su padre (aunque hubiera sido constitucional, entiende el mensaje equivocado que esto enviaría). Descarta al segundo designado por ser el candidato del partido vencido, a pesar de ser de su preferencia. Así que corresponde al tercer designado, el Dr. Carlos Durán completar el periodo constitucional. Éste, junto con don Ricardo Jiménez Oreamuno cumplieron su deber de ciudadanos de amparar la legalidad, “favoreciese ello o no, a quien fuere”.

Esa noche, en medio de un país polarizado, con gran presión de ambos lados y mucho en juego, se tomaron las decisiones correctas sobre los problemas correctos y se sentaron así las bases sobre las que estamos viviendo hoy, a 136 años de esos hechos.

La historia de don Víctor Guardia y don Bernardo Soto no es una anécdota menor, es una lección sobre cómo se decide cuando de verdad importa. Guardia lo dijo sin dramatismos: “Aquí el problema es político y no militar”. Si el presidente decidía mantener el principio de autoridad, doscientos soldados y doscientos policías, bien comandados, podían deshacer a miles armados apenas con piedras, palos y machetes. La fuerza estaba de un lado. La decisión, del otro. La verdadera tensión estaba en entender: qué significaba ejercer esa autoridad y cuál sería el costo.

Este libro abre una ventana a una noche que dejó gestos que hoy necesitamos recordar. Asomarse a esos hechos es entender de dónde venimos para imaginar con más claridad el país que todavía podemos ser. Las palabras de Jiménez Oreamuno, expresadas en 1939, en los siguientes pasajes del libro lo dicen con una franqueza que no envejece.

Lo demás son “rajonadas” de ticos.

“Los sucesos del 7 de noviembre vinieron a enseñarme una cosa que sigo creyendo: que la libertad de los pueblos y el civismo de las naciones son verdad cuando felizmente tienen en el Gobierno hombres conscientes de la dignidad de su cargo, respetuosos de las instituciones y honrados cumplidores del deber. La libertad viene más de los de arriba que de los de abajo; cuando el gobernante sabe que lo que tiene es un depósito sagrado del que depende la vida de las instituciones, el gobierno del pueblo, libre y democrático, es verdad. Pero para eso se necesita, ya lo digo, la superioridad del gobernante. Cuando es un ambicioso, un pobre diablo, patea las instituciones y se ríe de las libertades. Hace un ludibrio de la República y amengua a su pueblo [ … ]. Don Bernardo, con sólo haber dado una orden, pudo haber lanzado a la calle unos destacamentos y a las seis de la mañana del día siguiente los sitiadores de San José habrían estado en sus casas, tomando café, lamentando la mala noche y pensando en que los había dominado la fuerza irresistible. Creer otra cosa, será romántico, pero no deja de ser ilusionarse con “rajonadas” ticas.”

Lo que dice el expresidente Jiménez Oreamuno acerca de la publicación de este libro: "Bien hace LA TRIBUNA en reproducir en un tomo las narraciones, recuerdos y datos que se conservan de los hechos del 7 de Noviembre. Bien hecho porque si aquella noche no quedó marcada con resplandores de heroísmo ni corrieron ríos de sangre, sí hubo episodios, gestos y actitudes, que merecen ser recordados y hasta puestos de ejemplo para que los jóvenes inspiren en algunos de ellos su vida cívica. Es cierto que tengo poca fe en las virtudes cívicas de los costarricenses de hoy. Los sucesos que se han venido sucediendo, el envenenamiento que en el alma de los ciudadanos ha dejado el “brochismo”, la renunciación a muchos de sus básicos derechos y la flojera aún para censurar lo que censura merece, son malos síntomas y acusan una honda depresión de la moral y del civismo. Pero dicen que la esperanza es lo último que se pierde. Y yo acaricio la de que tal vez otra generación pueda ser inspirada en fuentes más puras y en más nobles ejemplos y la república sea restablecida en su pureza majestuosa, como la soñaban sus enamorados.”

Vamos, sigamos ejerciendo nuestro derecho, mas allá de votar, de pensar.

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