Allá a inicios o mediados de los 70, cuando aún la “sustitución de importaciones” —tan importante en nuestro proceso de desarrollo— entraba en cierta madurez, las opciones de productos de consumo eran mucho menores y éstos relativamente más caros que hoy. La pintura era uno de esos.

Pues bien, apareció un anuncio en la TV, de alguna “innovación tecnológica” que repetían mucho y era simpático: una señora, subida en una escalera, con una brocha gorda en su mano, pañuelo en su frente, toda pringada de pintura, ve a su vecina aplicando un rodillo en la pared, dejando ésta toda impecablemente pintada, antes de que la primera terminara menos de la mitad de su labor. Cuando ve lo que ha ocurrido exclama molesta y un poco frustrada “…y yo pintando”.

Mi querida madre, siempre laboriosa, autodidacta y con un humor sarcástico, con frecuencia, ante una situación que podría tener semejanza con la de la escena descrita del anuncio, exclamaba con su bella sonrisa “¡y yo pintando!”. Sus hijos, ya adultos, recordándola siempre, usamos la frase cuando algo nos agarra “fuera de juego”.

¿Cuántas personas, grupos (sindicatos, por ejemplo, o taxistas o educadores o lo que usted quiera), se han quedando fuera de juego por seguir pintando con brocha gorda cuando podrían usar rodillos o algo aún más moderno?

Como país, y como personas, ¿cuándo aprenderemos a cambiar las brochas que sean inservibles, por los rodillos?

No creo que estemos preparados ni sea necesario saltar ya a la tecnología de punta en todos los campos, pero hay áreas que no esperan y otras en que debemos tener todo preparado para ese salto. Lo digo, porque no falta quien piensa que por el hecho de que ya hay avances en medicina genómica, nuestras universidades deberían dejar de enseñar Oncología, por ejemplo, porque el cáncer a futuro se tratará mediante estudios del genoma del paciente y los conocimientos de Oncología ya no serán necesarios.

Lo mencionado al final del último párrafo es un ejemplo hipotético nada más, solo con fines ilustrativos. Por supuesto que los estudiantes de ciencias médicas (y todos nosotros proporcionalmente), debemos estar al tanto de lo que ocurre en las áreas de punta de la ciencia y la tecnología, en este caso de la Medicina. Pero de ahí a generalizar en la formación profesional, que se debe adaptar ya los planes de estudio a lo que vamos aprendiendo sobre lo que ocurre aún en los laboratorios de investigación más avanzados del mundo, hay una gran diferencia.

Como economista especializado en temas de desarrollo integral, tengo muy claro que estamos en una sociedad cuyos retos nos exigen estar al tanto de lo que está ocurriendo en el horizonte del desarrollo científico y tecnológico. Esto lo acepta todo aquel que esté más o menos bien preparado intelectual y académicamente. Con frecuencia “el cartero llama solo una vez a la puerta”. O sea, que muchas oportunidades no se repiten.

Pero lo que, a veces pareciendo más fácil, resulta más difícil, es que existan especialistas en poder recomendar con criterio riguroso y atendiendo a las realidades del país (dotación cuantitativa y cualitativa de recursos de todo tipo, especialmente científicos y técnicos, así como financieros) en qué momento y por medio de cuáles estrategias, conviene dar saltos tecnológicos en áreas o sectores específicos. Por no haberlos, se han perdido o podrían perderse recursos preciosos.

No hay que quedarse petrificado como “la mujer de Lot”, mirando para atrás, pero tampoco debemos deslumbrarnos ante cualquier pinche metal.

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