En el mes que celebramos el día de la democracia recordamos la epopeya del 7 de noviembre de 1889, en el marco de la elección entre Ascensión Esquivel y José Joaquín Rodríguez para la Presidencia de la República, y tenemos oportunidad de retomar el sentido de hacer Patria.
Hacer Patria es una asignación diaria una vez que decidimos sobre el aporte que queremos hacer a la sociedad y el futuro que queremos para nuestro país. Vivir en democracia no es solo ir a votar cada cuatro años, sino también es construir ciudadanía y ejercerla desde los espacios en los que nos desempeñamos.
Considero que dentro del concepto de democracia cabe la distinguida labor de apoyar y dar las herramientas a nuestros jóvenes, para que se superen en el mundo del trabajo y por sobre todo, que tengan la oportunidad de un desarrollo personal pleno y acorde a sus expectativas.
Cada docente de nuestro país, que todos los días se dirige a las aulas a formar niñas, niños, jóvenes y adultos, inclusive adultos mayores; contribuye a una ciudadanía informada, activa y capaz de discernir de mejor manera sobre asuntos públicos y privados.
También es democracia manifestar nuestro criterio y expresar nuestras diferencias frente a las decisiones que tomamos en el Poder Legislativo y las que emanan del Poder Ejecutivo o Judicial.
Ningún poder de la República puede aducir ceguera o sordera frente a las opiniones diversas que conviven en la sociedad y deben procurar en su toma de decisiones el mayor bienestar para el mayor número, sin perder de vista los derechos y la calidad de vida de las minorías.
Los últimos meses hemos sido testigos del delicado balance entre el derecho de huelga y el derecho a la educación. Quisiera hacer un llamado a la conciencia de las implicaciones de una huelga por más de 70 días en el sistema educativo, desde el punto de vista de quienes conviven en dicho sistema y la situación económica actual.
Esta huelga, que todavía vivimos, tiene enormes repercusiones para el futuro de muchas personas y amenaza con hacer de los centros educativos catedrales en el desierto, es decir, como un templo en la mitad del desierto al que nunca asistirán los fieles.
Esta huelga afecta a los estudiantes que ven en sus centros educativos un espacio de crecimiento personal, y que hoy están con las puertas cerradas y de repente con tiempo de ocio que deberían estar dedicando a su estudio y relacionamiento social en el sistema educativo.
No se trata solamente de los exámenes de bachillerato o los promedios ponderados para aprobar el curso lectivo, si no que durante el próximo año, si siguen estudiando, van a arrastrar vacíos en conocimientos y habilidades que quedaron en pausa por etéreas discusiones y negociaciones, durante más de dos meses, entre el Gobierno de la República y los sindicatos del Ministerio de Educación sobre un tema que resolveremos en el Poder Legislativo.
En el peor de los casos, niños, niñas y jóvenes que viven en situaciones de violencia en sus hogares o pobreza extrema no podrán encontrar refugio en su centro educativo: en espacios sanos, con certeza e información sobre su futuro inmediato y con un platillo del comedor dispuesto para ellos.
Se ven afectadas las MIPYMES que atienden sodas escolares, servicios de transporte, de limpieza y de seguridad en los centros educativos a lo largo y ancho del país. No olvidemos que en zonas alejadas de la capital el centro educativo es un centro de la economía local, un espacio vivo y de encuentro que permite a muchas familias asegurar su sustento mientras brindan un servicio o una serie de productos a la comunidad estudiantil.
Se ven afectadas también las dinámicas familiares en torno al cuido de los menores de edad, en particular en familias monoparentales o donde ambas cabezas del hogar tienen trabajos que exigen el cumplimiento de horarios y la asistencia permanente, inclusive habrá hogares donde la inversión en cuido tendrá que aumentar para poder seguir sosteniendo la dinámica familiar que fue alterada por el cierre del centro educativo.
Se ven afectadas y quizás hasta obstaculizadas, las ayudas sociales como Avancemos, ante el incumplimiento forzado de su principal requisito: la permanencia en las aulas.
Estas consecuencias las arrastraremos por años en cada hogar, en cada escuela y colegio. Recordemos que durante la década de los ochentas la “generación perdida” salió de las escuelas y colegios hacia la búsqueda de empleo, sin las capacidades necesarias, para dar sustento a sus familias, por decisiones tomadas o postergadas desde el Ejecutivo y el Legislativo.
Esta huelga, en conjunto con la situación de contracción económica que estamos viviendo y la incertidumbre en torno a las delicadas finanzas públicas; amenaza con repetir una tragedia nacional que muchos costarricenses aún recuerdan.
Con índices de exclusión escolar y colegial que han bajado sistemáticamente desde 2006 y con la cuarta revolución industrial que arrastra tendencias como la llamada gig economy a la vuelta de la esquina; no podemos permitirnos escatimar en los esfuerzos por hacer patria desde el sistema educativo, y procurar desde cada espacio en el que incidimos, que nuestros centros educativos no se conviertan en catedrales en el desierto, por el futuro de todos los niños, niñas y jóvenes. Continuando así con un servicio social, dirigido a proporcionar conocimientos, crear valores, y procurar el máximo desarrollo humano de las personas, la educación.
Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio.