Es muy probable que alguien le haya hecho esa pregunta a usted en los días que precedieron al último proceso electoral. A mí me la hicieron muchas veces; yo la hice otras tantas. La pregunta siempre fue entendida como ¿por qué candidato a la Presidencia va a votar usted? Nunca fue entendida cómo ¿cuál partido votará usted en las próximas elecciones? Nunca; ni una sola vez.

Mi pequeña encuesta personal iba seguida de una segunda pregunta -Y para diputados ¿por quién votará Ud.? Esa segunda pregunta provocó el desconcierto del encuestado: - Ah, ahí está difícil...

Los resultados los conocemos ya: el partido relegado al tercer lugar en la papeleta presidencial obtuvo 17 curules; el partido más votado obtuvo 14 curules.

En primer lugar, el electorado está persuadido de que basta un hombre providencial para gobernar el país. Poco importa si tiene un partido detrás de sí que le permita reunir un equipo de Gobierno competente. Ya lo encontrará.

En segundo lugar, la elección de cuál lista de diputados votar parece más un juego de azar que un voto informado. Consulté el portal del TSE para indagar quiénes eran los candidatos a diputado postulados por los distintos partidos y no encontré virtualmente nada. No fue que la información era de poco valor informativo; no: es que no había prácticamente nada. El TSE llenó esa sección de su portal con la información suministrada por los partidos políticos que, evidentemente, nada o muy poco le dieron. Me pregunto si el TSE podrá exigir información más completa la próxima vez.

Como acertadamente comenta Jorge Vargas Cullel en una columna reciente en La Nación, los partidos políticos en Costa Rica se han convertido en meras figuras jurídicas. De no ser -dice Vargas – porque el Código Electoral exige que los candidatos a cargos de elección popular deban ser postulados por un partido político hace rato estos habrían cesado de existir. Una afirmación lapidaria, pero válida: los partidos políticos cesan por completo su actividad en periodos no electorales, renunciaron a formar a sus dirigentes y a forjar pensamiento: dejaron de ser vehículo para propuestas que beneficien al país y a las comunidades. Son un mero andamiaje electoral. La escasa cohesión partidaria se puso de manifiesto cuando, al tomar partido por uno de los dos candidatos que pasaron a segunda ronda, dirigentes del PLN, PUSC y ML eligieron apoyar unos a un candidato y otros a su contendor, pero en ningún caso se concretó una coalición nacida en el seno del Comité Político de uno de los partidos perdedores. Lo más cercano a ello fue la alianza programática que Rodolfo Piza celebró con el PAC para la segunda ronda de las presidenciales. Esa iniciativa, sin embargo, no emergió de su partido PUSC sino de algunas de las figuras de dicho partido.

Peor aun, el Código Electoral hace sumamente fácil fundar un partido político; por eso tuvimos una papeleta presidencial con trece opciones. Demasiadas para no abrumar al elector. Muchos de esos mini partidos responden nada más al deseo de sus fundadores de escalar el poder o acceder a una curul en la AL. ¡Y algunos lo consiguen!

Este escenario tipifica un sistema político disfuncional y eso es una amenaza para la democracia. Los partidos políticos son herramientas esenciales de la democracia. Resolver el problema de su evidente declinación es tarea urgentísima. ¿Cómo conseguirlo?

La brecha que separa al elector de los partidos políticos es enorme, y se ensancha. Prácticamente no hay vínculo entre los candidatos a diputados, que nadie conoce, y los electores. Por ahí hay que comenzar: por hacer representativo el Poder Legislativo, por convertir al elector en protagonista del proceso electoral. Es precisamente lo que busca la reforma electoral que propone Poder Ciudadano ¡ya! por cuanto la mitad de los diputados serían elegidos en los Distritos Electorales (DEs) y estos estarían investidos de un mandato directo. Los partidos políticos (PPs) estarían obligados a postular en los DEs a los candidatos mejor cualificados, so pena de que sus adversarios pongan en evidencia que, o no están bien cualificados, o que su trayectoria e historia de vida no es la mejor. El electorado y sus contendores harían un escrutinio de dicho candidato.

La carrera parlamentaria que proponemos (reelección del diputado hasta por dos periodos consecutivos) operará para que la calidad de los parlamentarios se vaya depurando: un diputado cuyo desempeño en la Asamblea no fue satisfactorio difícilmente conseguirá que su partido lo postule nuevamente.

Mejor aun, un partido político que postule a un candidato en un DE le exigirá que sea un mensajero del Programa de Gobierno que dicho partido proponga, y de las ideas y propuestas de su candidato presidencial.

Para el éxito de la reforma que proponemos se requieren tres reformas complementarias: una reforma del mecanismo de financiación de las campañas políticas, para democratizar la difusión de la oferta electoral de los partidos -que ahora opera bajo un mecanismo de reembolso, con las nefastas consecuencias que conocemos -, la reforma al Reglamento Legislativo, que evite que la agenda sea secuestrada por minorías que consiguen evitar que los proyectos se voten, y finalmente la acción afirmativa del Estado, vía el TSE, para organizar debates en las comunidades entre los candidatos a diputados del DE en cuestión. Las dos primeras reformas son legales; la tercera es administrativa.

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