Con motivo del momento histórico que está viviendo Costa Rica, me gustaría profundizar en la razón por la cual un Gobierno, sus operadores y el ejercicio de éste deben de ser laicos.
Ya John Locke en sus obras “Dos Tratados sobre el Gobierno Civil” (1689) y “Carta Sobre La Tolerancia” (1690) se refería a la necesidad y las bases de un Gobierno Civil, y critica la intolerancia y la coacción tanto de grupos religiosos como del Estado en contra las libertades individuales.
Los poderes públicos deben ser laicos porque precisamente son los garantes de la tolerancia religiosa entre los individuos. Cada individuo, en su ámbito privado, está en su derecho de profesar la religión o creencia que estime conveniente y que llene sus necesidades espirituales. Pero esta religión o creencia nunca debe ser traslapada al plano político o público, ya que de lo contrario, El Gobierno y sus operadores perderían su papel de garantes de observar y ejercer dicha tolerancia y libertad religiosa entre los individuos.
Manifestaciones religiosas por parte de gobernantes podrían tomarse como reconocimiento oficial de “X” o “Y” religión o creencia; y peor aún, sería dictar política pública con base en dichas creencias religiosas. Esto sería la imposición, a través de ley, de creencias religiosas de un Gobierno hacia individuos, en donde todos profesan diferentes religiones o creencias en su ámbito privado, y sería una terrible práctica desde un punto de vista de Teoría del Estado. En otras palabras, sería como “poner al zorro a cuidar el gallinero”.
Mustafa Kemal Ataturk es el padre de la Turquía moderna. Primer Presidente Turco y uno de mis personajes históricos preferidos. En el libro biográfico Ataturk, Andrew Mango narra que en el ejercicio de su Gobierno, en 1924, Ataturk, con base en principios laicos, logra abolir el poderoso Califato, herencia del Imperio Otomano. Ataturk en su momento, somete al Parlamento turco tres proyectos bastante controversiales: I) La Abolición del Ministerio de Ley Canónico (Musulmán), II) Instituyó un sistema único de educación pública (educación laica), y III) La Abolición del Califato como Institución.
Ese mismo año, Ataturk se dirigía al Sindicato de Educadores de Ankara, señalando que “la educación debe de producir ciudadanos librepensadores… y que la moral de la nación debe ser fundada en los principios de la civilización”. Ataturk indicaba que: “Para todo en el mundo – para la civilización, para la vida, para el éxito – la guía verdadera es el conocimiento de la ciencia. Buscar una guía diferente al conocimiento y a la ciencia es una seña de negligencia, ignorancia y aberración”.
Estas reformas fueron claves para estructurar lo que es la Turquía de la era moderna, próspera económicamente y dieron pie a la igualdad entre hombres y mujeres, situación no comparable con otros países musulmanes de la región.
Esto me trae al tercer tema delicado, que es la Libertad de Conciencia que tiene que tener un Presidente de la República.
Un Presidente de la República debe de tener Libertad de Conciencia en dos sentidos:
1. Idealmente debe de tener creencias, valores y principios en donde sopese y pondere el bienestar de toda la población, y no solo de un grupo o minoría. Figueres Ferrer en un discurso en 1948, indicaría que: “Todos sabemos que las estrellas no se alcanzan con la mano, pero todos debemos convenir en que los hombres y las asociaciones y las naciones necesitan saber con exactitud a cuál estrella llevar enganchado su carro, para poder discernir, en las estructuras del camino, cuáles sendas conducen adelante, cuáles son simplemente desviaciones, y cuáles nos conducirán hacia atrás… El nombre de la estrella que nos guíe debe ser, costarricenses, el bienestar del mayor número”.
En este sentido, un Presidente apegado a fundamentalismos religiosos, que quiera imponer sus creencias personales al resto de la población, no sería un buen ejemplo de un gobernante con una óptima y sana libertad de conciencia a nivel personal.
2. Idealmente, un Presidente de la República no debería de ser influido de manera inconveniente, o coaccionado, a nivel personal, por personas o individuos, sean estos religiosos, ideólogos, empresarios, sindicalistas ni de ningún tipo. El ex Presidente de México Adolfo López Mateos (1958-1964) regularmente se refería a la soledad en la que se encontraba ejerciendo dicho cargo. Yo entiendo esta afirmación como una buena aproximación de lo que debería ser el ejercicio del poder de manera adecuada. El Presidente de la República no debe de tener, en el ejercicio de su cargo “amigos”, en el sentido sospechoso de la palabra. Y preocupa que cuando nos enfrentamos a la posibilidad que un Presidente de la República, por sus creencias religiosas, tenga, un “pastor”, un “pastor en jefe” o un “padre espiritual”, o la figura que queramos llamarla, figura a la que tenga que rendirle cuentas “espirituales” y de sus actos. ¿Qué tanto influiría esta figura de “pastor”, y las estructuras religiosas a las que pertenece un candidato a la Presidencia de la República, ya en el ejercicio del Gobierno?
Esta es una pregunta que preferiría no tener que vivirla como individuo (en términos de Locke) para responderla.
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