El 26 de noviembre de 2025, Guinea-Bissau volvió a ocupar titulares globales por la razón que ya parece su marca registrada: otro golpe de Estado. En menos de cinco décadas de vida independiente, el país ha sufrido nueve rupturas institucionales. La cifra no sorprende; lo que sorprende es que aún haya Estado que golpear.

El episodio más reciente, rápido, quirúrgico y sin resistencia significativa, expone con crudeza la fragilidad estructural de la gobernabilidad guineana. Pero también deja ver algo más profundo: la normalización de un modelo político donde las Fuerzas Armadas no intervienen en la política, sino que la definen. Guinea-Bissau no enfrenta una crisis excepcional; vive instalada en ella.

La toma militar: control absoluto y suspensión del orden constitucional

Tras horas de tiroteos cerca del Palacio Presidencial y de la Comisión Electoral Nacional, los militares anunciaron la destitución del presidente Umaro Sissoco Embaló y la creación del “Alto Mando Militar para la Restauración del Orden”, un organismo que asumió la administración completa del Estado: cierre del espacio aéreo, fronteras selladas y suspensión total del proceso electoral.

Embaló confirmó que fue detenido sin violencia en su oficina, mientras varios altos funcionarios, incluyendo a los generales Biague Na Ntan y Mamadou Touré, así como al ministro del Interior, Botché Candé, fueron arrestados simultáneamente. Un mensaje claro: el Ejército no solo removió al presidente, reconfiguró todo el mapa de poder en cuestión de horas.

Una elección que ya estaba rota antes del golpe

El golpe no surgió de la nada. Llegó tres días después de unos comicios presidenciales convulsos en los que tanto Embaló como su rival, Fernando Dias da Costa, se declararon ganadores antes de que la Comisión Electoral publicara los resultados oficiales. Ambos bandos se acusaron mutuamente de conspiración, fraude e intentos de manipular al órgano electoral.

Para un país con instituciones frágiles, esa combinación, dos presidentes autoproclamados y un ambiente de sospecha total, era una chispa demasiado peligrosa. En ese vacío, la fuerza que históricamente decide quién gobierna volvió a intervenir: las armas.

Una historia que se repite: el “Cinturón de golpes” y la militarización crónica del poder

Guinea-Bissau forma parte del llamado Cinturón de golpes de África Occidental, pero su situación es especialmente grave. No hay un solo presidente electo que haya completado un mandato sin interrupciones violentas desde 1974. La política guineana no es simplemente inestable; es inestable por diseño.

La razón estructural es clara y es que las élites militares funcionan como un actor político permanente, con facciones internas que rivalizan por control, acceso a recursos y capacidad de influencia sobre el poder civil.

El propio Embaló es producto de esa lógica. Llegó al poder en 2020 apoyado por sectores militares pese a que el resultado electoral estaba impugnado ante el Tribunal Supremo. Durante su mandato, sobrevivió a dos intentos de golpe: uno en 2022 y otro en 2023. Su presidencia no fue la excepción al modelo; fue el ejemplo perfecto de cómo opera.

Guinea-Bissau vive en un sistema donde los presidentes gobiernan bajo permiso militar, no bajo legitimidad electoral.

Un país pequeño, pobre y atrapado en su propio laberinto político

Guinea-Bissau es una nación de poco más de dos millones de habitantes, con una economía de subsistencia basada en la agricultura. El anacardo representa el 80% de las exportaciones del país. A eso se suman la pesca, la madera y recursos naturales como bauxita y fósforo. Es un país con potencial, pero amenazado por la incertidumbre permanente.

La inestabilidad no es solo un problema político; es un obstáculo al desarrollo. Ninguna reforma económica, ningún proyecto de inversión y ningún proceso institucional puede consolidarse en un país donde los gobiernos duran menos que los ciclos agrícolas.

Mientras tanto, la comunidad internacional reacciona con cautela. El Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación recomienda no viajar al país salvo necesidad extrema y sugiere permanecer en casa desde las 18:00, evitar carreteras por la noche y alejarse de la frontera norte con Senegal. Son advertencias que ilustran el clima: un país paralizado por un poder que cambia de manos demasiado rápido.

Guinea-Bissau necesita algo más que elecciones

El caso de Guinea-Bissau recuerda una verdad incómoda: la democracia no se sostiene solo con urnas, sino con instituciones capaces de limitar la fuerza y mediar conflictos. Cuando esas instituciones no existen, o existen solo en papel, la política termina resolviéndose por medios extra constitucionales.

El golpe de 2025 no es un accidente ni una anomalía. Es un síntoma. Lo que Guinea-Bissau enfrenta no es una crisis temporal, sino un modelo político basado en la intervención militar. Hasta que ese modelo no cambie, las elecciones serán rituales sin garantía y los gobiernos, administraciones provisionales.

Guinea-Bissau no necesita simplemente elegir a un presidente. Necesita, con urgencia, construir un Estado que no pueda ser derribado cada vez que un general lo decida.

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