Llevo apenas año y medio inmersa en temas más verdes. Podríamos decir que ha sido mi reencuentro con la naturaleza, luego de cubrir el área de comunicación de una asociación dedicada a crear comunidad y convocar grupos de productores y emprendedores conscientes, agroecológicos y también orgánicos. Aunque también había uno que otro “vivillo” que quería meter, “gato por liebre” al cliente final.

Esa fue una excusa de la vida para llevarme, de una forma muy astuta, a volver a ver nuestros ecosistemas sociales y naturales de una manera más cercana y a cuestionarme de muchas formas la manera en que el tico se vende ante el mundo como un cuidador de la naturaleza y el ambiente, pero falta largo camino para que eso sea una realidad para la mayoría.

Lo que sí encontré fueron muchas discrepancias entre conducta y marketing, y mucha gente haciendo negocio con lo verde siendo negro. Pero hay de todo por todos lados; el tema es el consumidor final, que lamentablemente está como muerto: parece que consume lo que le den sin preguntarse nada. Me di cuenta de que somos, por mucho, zombies del entorno y permitimos en silencio ser alimentados con lo que sea, sin preguntar si nos matará.

Otro fenómeno que encontré fue evidenciar que, ante las redes sociales, la mayoría de personas continúa consumiendo de manera nociva y adictiva todo lo que tiene que ver con ambiente, temas de bienestar, psicología positiva, mejor calidad de vida, etc. Pero, en lugar de sentirse mejor y hacer algo bueno al respecto, su vida real es vacía y muy distante de todos los “likes” que emiten en estos espacios. Y es increíble como hay gente que se aprovecha de eso y hace negocio.

Descubrí que hay algo que se llama el síndrome del scroll verde, algo así como el síndrome de estar viendo y recibiendo, según el algoritmo, un exceso de información sobre el ambiente y temas ambientales que encierra todo lo anterior. Qué tristeza: no es secreto que la sobreinformación ambiental nos anestesia en lugar de motivarnos.

Actualmente se puede medir que las personas destinan, en promedio y aveces como como mínimo,  cuatro horas diarias a estar en las redes sociales, y si todo lo que vemos está enfocado en un solo tema, esto terminará produciendo un efecto dañino en el sistema nervioso central. El punto es: ¿no sería mejor destinar tiempo al mes para realmente vivir el tema verde en nuestras vidas, en lugar de verlo solo por una pantalla?

No sería mejor ir a visitar un parque nacional, hacer un paseo de un día —barato y bonito— por las montañas cercanas a nuestra comunidad, o visitar un potrero y hacer un picnic cerca del volcán Poás o del Irazú y ver con calma hacia el horizonte. Digo, sin ser ostentosa: si se puede algo más caro, pues bien, pero no es necesario.

Lo que sí es necesario es cambiar la conducta: dejar la pantalla y poner en acción el acercamiento y el vínculo con el entorno. Caminar nuevamente por un espacio verde, comerse una fruta al pie del árbol, tomarse un fresco natural y sentarse a ver el atardecer… todo eso para simplemente hacer higiene mental y darle un descanso a la vista y a los dedos de tanta tecnología, que se ha vuelto una extensión casi propia del humano actual.

En mi experiencia, no basta con estar conectada viendo todo eso; se necesita acción: ensuciarse, llenarse de barro, tirarse a la sombra de un árbol de mango y sentirse un ratito en paz. Los invito a hacer un poco de turismo rural, a conversar con gente del campo, de la playa o del bosque, y por qué no, que se vuelva una de esas salidas obligatorias en nuestra vida.

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