Costa Rica no puede tener teatros para algunos: debe tener teatros para todos. Esa es la convicción que guía nuestro trabajo y la razón por la que celebramos hoy los 128 años del Teatro Nacional y los 97 del Teatro Popular Melico Salazar no como aniversarios de edificios, sino como símbolos de acceso, diversidad y pertenencia.

Ambos escenarios, parte esencial del Ministerio de Cultura y Juventud, reflejan una misma visión: que el arte no es un privilegio, sino un derecho que se comparte.  Nuestros teatros deben abrir sus puertas no solo a quienes ya están dentro del mundo cultural, sino —y sobre todo— a quienes aún no se han sentido invitados a entrar.

Del mármol a la comunidad

El Teatro Nacional nació como un acto de fe en el talento costarricense. Fue el sueño de un país que, sin petróleo ni oro, decidió invertir en belleza. Pero ese sueño debía actualizarse. No basta con conservar un edificio, había que conservar su sentido: ser la casa de todos.

Por eso, el Teatro Nacional ya no solo recibe grandes producciones internacionales. Hoy se abre cada semana para los Martes de Lírica, para los Miércoles de Literatura, y para las Jóvenes Promesas que encuentran aquí su primer escenario.

El Teatro Nacional vuelve a ser un espacio vivo, donde las voces emergentes comparten el mismo escenario que las grandes figuras. Porque el arte no tiene jerarquías: tiene historias que se entrelazan.

Créditos: Luis Madrigal/Delfino.cr (CC BY-SA)

El Melico Salazar: el teatro que vive en la gente

El Melico Salazar, por su parte, es el teatro de la gente. Un espacio donde el rigor técnico y la excelencia artística se combinan con una sensibilidad profundamente humana.

A lo largo de sus 97 años, el Melico ha construido una relación única con las comunidades: produce, acompaña y conecta con artistas de todos los territorios.

Su equipo de producción —uno de los más destacados del país— hace posible que las ideas se vuelvan escena, que los proyectos locales lleguen al nivel nacional y que los sueños de los creadores costarricenses encuentren una plataforma real.

El Melico no es solo un teatro que presenta espectáculos: es un motor de producción cultural, un espacio formador, un aliado de las artes vivas.

Por eso, cuando su telón se levanta, no solo se ilumina el escenario: se ilumina el esfuerzo de cientos de personas que hacen que la cultura suceda.

Desconcentrar el arte: un Ride diferente

Ambos teatros forman parte de una visión más amplia: desconcentrar el acceso a las artes. Esa ha sido nuestra tarea como Ministerio: que la cultura no dependa del código postal.

Con el Ride Cultural, llevamos música, danza, teatro y literatura a parques, plazas, costas y montañas. Porque el arte no tiene una sola sede: vive donde hay emoción y deseo de crear.

De una de esas giras nació, por ejemplo, el SINEM de Puerto Jiménez, fruto de la convicción de una comunidad que creyó en su capacidad y decidió convertirla en oportunidad.

Y desde ese mismo espíritu de participación, impulsamos fondos de creación desde los territorios, como el Fondo Limón del Festival Nacional de las Artes, donde los artistas limonenses contaron su historia en sus propios términos.

O el Concurso de Composición del Canto de Paz con el Océano, que unió a músicos de todo el país para escribir una obra colectiva que hoy representa nuestra conciencia ambiental y nuestra diplomacia cultural.

Desconcentrar no es mover recursos del centro hacia la periferia. Es reconocer la fuerza creativa que ya existe en las comunidades y fortalecerla con políticas, infraestructura y acompañamiento.

Más allá de las cifras

Podemos hablar de inversiones, de nuevos circuitos escénicos, de estadísticas. Pero ninguna cifra puede explicar lo que siente una niña al escuchar su primer concierto, o una madre al ver a su hijo sobre un escenario. Esos instantes son el verdadero producto interno de la felicidad de un país.

Lo dijo John F. Kennedy hace más de medio siglo:

El Producto Interno Bruto lo mide todo, excepto aquello que hace que la vida valga la pena: la belleza de nuestra poesía, la fortaleza de nuestras familias, la alegría de los juegos de nuestros niños.”

Y yo añadiría: tampoco mide la emoción de un país que canta, baila, pinta y se reconoce en su arte.

Los teatros de todos

El Teatro Nacional y el Melico Salazar no son templos del pasado: son laboratorios del futuro cultural de Costa Rica. Ambos nos recuerdan que la cultura no es una decoración del desarrollo, sino su alma más profunda.

Hoy, al celebrar sus aniversarios, reafirmamos algo esencial: la cultura vive cuando los teatros se abren, cuando el Estado acompaña y cuando el arte se convierte en puente entre las personas.

Costa Rica no solo conserva sus teatros: los habita, los reinventa y los comparte. Porque el telón de la cultura nacional no se cierra nunca: cada día, en algún rincón del país, vuelve a levantarse.

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