¿Se imagina alguien fuegos artificiales en un funeral cuando entra la viuda a la ceremonia? Justo eso ha pasado en el entierro de Charlie Kirk, un joven predicador del “evangelio” MAGA (Make America Great Again) asesinado recientemente en un mitin político en una universidad estadounidense por un joven de solo 22 años.
¿Pero quién era verdaderamente Charlie Kirk? El main stream o mass media lo define como un “carismático y buen comunicador que practicaba la política de manera correcta”, tal como lo ha descrito Ezra Klein, escritor liberal de The New York Times. Pero sin duda alguna el fundador de la organización Turning Point USA era mucho más que eso para la derecha conservadora de Estados Unidos. Representaba todos aquellos valores del movimiento MAGA que a través de una estrategia mediática de fake news predicaba sin cesar el discurso o el manual de Trump, y que seguramente ha sido fundamental para que el narcisista Trump haya llegado de nuevo a la casa blanca.
The Charlie Kirk Show era otro de los lugares donde el activista fallecido esparcía su polémico discurso a base de opiniones antiinmigración, sus creencias religiosas, su pasión por Trump y el odio transfóbico. Pero Kirk era mucho más que una simple opinión o un buen comunicador. No es exagerado afirmar que el ideal MAGA representa en la actualidad lo que el nazismo predicaba en los años treinta del siglo pasado, pero con una actualización superficial en cuanto a cambiar al enemigo judío por el actual odio por el migrante, además del anhelado recuerdo del glorioso pasado, dos elementos claves para entender como se propaga el fascismo en nuestras sociedades.
Kirk no era simple cristiano conservador que defendía los valores tradicionales, defendía la libertad de expresión o respetaba opiniones contrarias. Era un bully supremacista que normalizaba el discurso de odio hacia los migrantes, el feminismo y la persecución de minorías. Defendía el matrimonio tradicional por encima de las decisiones profesionales de una mujer; se burlaba de iniciativas contra la discriminación racial; era un fiel defensor del supuesto fraude en las elecciones de 2020 que encadenó un intento de golpe de estado en Washington; se opuso a la Ley de los Derechos Civiles, calificándola como “un gran error”. Apoyaba la teoría del gran reemplazo, incluso invitó a su podcast a diversos defensores de la esclavitud o contrarias al derecho al voto de las mujeres; y también defendió en su podcast que obligaría a su hija a dar a luz en caso de que fuese víctima de una violación.
Curiosamente cabe destacar un elemento que deja en entredicho todo su discurso y que ha sido propicio para facilitar su asesinato: “vale la pena pagar algunas muertes por armas de fuego cada año para que podamos tener la Segunda Enmienda y proteger nuestros demás derechos divinos”.
El rechazo a todas las violencias, o en este caso a la violencia política, sin dejar de lado la compasión, no debe cegarnos del legado de un individuo. Kirk era un instigador fascista que defendía una agenda supremacista que busca imponer un relato y una visión de país acorde a un discurso de odio o simplemente a un discurso MAGA.
El mitin republicano disfrazado de entierro al que asistieron 100.000 personas, repartidas en dos estadios ha confirmado la creación de un nuevo “mártir” en la ultraderecha estadounidense. Trump por su parte no ha perdido ni un segundo en sacar partida de tal evento multitudinario. En contraste a las palabras de la viuda, Erika Kirk, en las que dijo que había perdonado, “como lo había hecho Jesucristo” al asesino de su esposo, Trump no desperdició una oportunidad única para propagar su discurso de odio:
Odio a mis oponentes, y nos les des deseo lo mejor, lo siento, Erika”.
Tal como les sucede a muchos, la vida no le ha dado una segunda oportunidad a Kirk para redimirse como persona. Pero hace bien recordar que la compasión hacia una persona no debe ser utilizada como escudo para tapar su legado.
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