El año pasado realicé un experimento que consistía en asumir el desafío de eliminar durante 30 días cualquier ruido ambiente que yo agregara de manera intencional. Por ejemplo, música, podcasts, audiolibros, meditación con mantra, entretenimiento digital.
Los primeros cuatro días fueron confusos y me generaron ansiedad. Sentía que estaba haciendo un sacrificio muy grande por algo cuyo propósito no comprendía. Al quinto día me fui acostumbrando al silencio que me rodeaba. Para hacer el cuento corto, después del día 30 nunca más volví a encender el radio en el carro, nunca más volví a escribir con música ambiente y nunca más volví a escuchar música con audífonos.
Este experimento con el silencio me hizo reflexionar sobre la cantidad de ruido intencional que producimos y consumimos. Algún día no se escucharán los motores de furgones y de aviones. Pero hoy los percibo con notoriedad, sobre todo en horas de la madrugada mientras el pueblo duerme.
Invito a Costa Rica a honrar su distinción global de zona azul, cultura desmilitarizada y en armonía con la naturaleza y le baje un par de clicks al ruido que genera. Por supuesto, no necesitamos de muchas pruebas para suponer que una gran cantidad vehículos, en especial los de dos ruedas, exceden los límites permitidos por ley y aceptables en salud pública con el ruido de sus motores.
Nuestra nación democrática, libre, diversa, ingeniosa y talentosa por múltiples generaciones ha sido invitada a opinar sobre cuanto tema se le ocurra a algún influencer en medios digitales. Esto nos ha convertido en una cultura experta en opinólogos. Es lamentable desde el punto de vista de la cantidad de ruido que producimos y, en muchos casos, nos vemos obligados a consumir sin tener la opción de preservar el silencio. No todas las culturas son así. En particular, son más silenciosas las naciones que viven bajo regímenes de dictadura donde no existe la libertad de expresión. ¿Cómo alcanzar un balance sostenible?
El silencio se parece mucho a la paz. Basta que una persona o pequeño grupo decida afectarla y nos quedamos todos sin ella. En palabras sencillas, no habrá silencio si hay una persona ruidosa. Tampoco habrá paz si hay una persona violenta, perversa, o si hay una persona con hambre, con frío, excluida o viviendo en la miseria.
Incluso existe, en gestión de la paz, el silencio como herramienta para suspender las agresiones. Equivaldría a un “cese al fuego” que le permite a las partes involucradas una pausa a la violencia desde donde inicia la regeneración de la paz. También existe el silencio violento. Se dice que a Gandhi nunca le otorgaron el Premio Nobel de la Paz porque, en aquellos tiempos en que el Comité Nobel de la Paz era muy riguroso, Gandhi había sido descalificado porque alguna vez osó decir que prefería la violencia antes que la indiferencia. Quienes no alzaban la voz contra el régimen imperialista y colonialista británico que violentaba los derechos, la cultura y la riqueza de la nación india, eran conniventes plegándose al régimen y aceptando un destino diferente al que la soberanía posibilitaba.
Ahora entiendo mejor a Gandhi cuando veo a tanta gente pudiendo hacer tanto por impactar el bienestar de toda una nación por múltiples generaciones, guardando silencio y recursos, comprando seguros y colocándose en una posición favorable en la eventualidad de que el destino le dé un vuelco a la historia de prosperidad, equidad y bienestar que cuenta la República de Costa Rica en sus 204 años de historia soberana.
Escuche el episodio 283 de Diálogos con Álvaro Cedeño titulado “Bajarle dos clicks al volumen”.
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Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio.