Hace 30 años, Bill Gates advertía que era más importante atender la desigualdad socioeconómica que la pobreza. Hoy, la pobreza relativa ha subido de manera considerable comparada con la pobreza que se vivía hace 60 años. Pero la disparidad de la riqueza ha causado una estructura violenta donde el 1% de la población global posee la misma riqueza que poseen los 4000 millones más pobres.

Costa Rica tuvo muy claras las prioridades institucionales durante la segunda mital del siglo pasado. Si no sabemos lo que tenemos, es imposible conservarlo. Y si no lo conservamos es porque no hemos aprendido a amarlo. Está claro que nadie sabe lo que tiene antes de perderlo. Pero podría ser que tampoco lo sepamos aún sin correr el riesgo a perderlo.

Tenemos muchas áreas por mejorar como país. Apuntemos a los estándares más altos para aspirar a parecernos a los países más grandes del mundo dentro de nuestra categoría geográfica y poblacional: Países Bajos, Singapur, Dinamarca, por mencionar algunos. Tampoco demeritemos los grandes logros que hemos alcanzado.

Para quienes se pregunten si se ha extraviado la autenticidad de la cultura costarricense, basta darse una vuelta por una zona rural – ojalá en bus público – para darnos cuenta de que la cultura costarricense continúa viva, vigorosa y tan auténtica como siempre en la periferia del país.

En el Gran Área Metropolitana (GAM) el nivel de educación promedio hacen menos probable que la gente coma cuento de desinformación politiquera. También, en la zona central del país hay un nivel formal más alto de talento, cuya productividad es exponencial. De hecho, la productividad ha crecido de manera exponencial en el transcurso de este siglo gracias a los motores de talento exportador que existen en la GAM.

En la periferia del país no hay buenos cardiólogos pero tampoco son necesarios. El bienestar que se disfruta por la calidad de vida que tienen esas comunidades, aún con ingresos bajos y niveles bajos de consumo material de bienes y servicios, es mucho más alto que en el centro de la ciudad. Podría afirmarse, con evidencias, que la “zona azul” de la que se habla en Costa Rica no sólo es Nicoya sino toda la periferia.

Al opinar sobre política, debemos comportarnos con la elegancia de un Premio Nobel. Sobre todo para retroalimentar el paradigma de que la política es educación y la educación es política.

Se requiere pensamiento sistémico para comprender la crisis y navegar la turbulencia. A veces puede más un médico chino poniendo unas agujas de acupuntura que un cirujano cortando a destajo.

La prensa es el interlocutor entre los actores políticos y la ciudadanía. Debería exigírsele apego fáctico a los datos y a las evidencias. De lo contrario, genera un efecto altamente distorsionante en la conversación política nacional.

Nos hace falta, como cultura democrática, mayor formación en la gestión de acuerdos. Una democracia donde gana la “mitad más uno” es una democracia que se impone a la fuerza. Distinta es la democracia que se aboca a construir consensos que incluyen a todos dentro de una versión de política concebida como el arte de lo posible.

Escuche el episodio 285 de Diálogos con Álvaro Cedeño titulado “Amar lo que conocemos”.

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