En un contexto internacional marcado por polarización y narrativas simplificadas, resulta imprescindible reconocer cuando un líder político toma decisiones que trascienden la coyuntura y se inscriben en la historia. Tal es el caso de la reciente adhesión de Costa Rica a la definición de antisemitismo de la International Holocaust Remembrance Alliance (IHRA).

La definición de la IHRA —adoptada ya por más de 40 países y organismos internacionales— no es un texto retórico ni simbólico. Es una herramienta jurídica, educativa y política que permite identificar, prevenir y sancionar expresiones, actos y políticas que promuevan el odio contra personas o instituciones judías. Su aplicación fortalece el Estado de derecho y se alinea con los valores democráticos que han distinguido a Costa Rica en el escenario global.

La decisión del presidente de la República de respaldar esta adhesión va alineado con los valores tradicionales costarricenses, y no es resultado de un cálculo político de corto plazo. Quienes hemos seguido de cerca el proceso sabemos que, desde el primer momento en que el tema le fue planteado, lo comprendió en toda su dimensión y lo apoyó sin titubeos. Fue un acto que combinó sensibilidad histórica, claridad ética y visión estratégica.

No todos los sectores, incluso algunos tradicionalmente aliados, han terminado de apreciar la magnitud de esta declaración. En un momento en que la desinformación y los discursos de odio resurgen con nuevas formas, la adopción de la definición de la IHRA coloca a Costa Rica del lado correcto de la historia: el de los países que no solo condenan el antisemitismo, sino que se comprometen a prevenirlo y combatirlo de manera efectiva.

Este paso no es únicamente un mensaje para la comunidad judía costarricense, sino para toda la sociedad: el odio y la discriminación, en cualquiera de sus manifestaciones, son incompatibles con nuestros principios republicanos. Se trata, en última instancia, de una afirmación de los valores que han permitido que Costa Rica sea reconocida como una democracia sólida, respetuosa de la dignidad humana y comprometida con la convivencia pacífica.

En tiempos donde abundan los discursos efímeros y las decisiones oportunistas, este gesto del presidente reafirma que la política también puede ser un ejercicio de visión de largo plazo. Una visión que entiende que proteger a una minoría es proteger la esencia misma de nuestra democracia.

Costa Rica ha dado, con esta adhesión, un paso que honra su historia y refuerza su futuro. Y eso merece no solo reconocimiento, sino también gratitud.

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