La Hipótesis de la Reina Negra es una teoría biológica, específicamente de la evolución de microorganismos, que propone que algunas especies pueden perder genes, es decir, dejan de ejecutar ciertas funciones, siempre y cuando esas funciones sean realizadas por otros miembros de la comunidad.
Los organismos que pierden esas funciones ganan ventaja, ya que, al dejar de realizarlas, se vuelven más eficientes en el uso de sus recursos. Sin embargo, la pérdida de funciones hace que el organismo se vuelva más dependiente de otros que sí conservan la función.
Con el tiempo, se forma una comunidad en la que diferentes especies cumplen diferentes roles, con una división de trabajo. A nivel colectivo, es una apuesta por una cooperación finamente sincronizada.
Sin embargo, este tipo de comunidades experimentan varias vulnerabilidades. Por ejemplo, si una especie que produce un bien público clave desaparece, sea por un cambio ambiental o cualquier otra situación, los organismos que dependen de esta podrían no sobrevivir.
También existe el riesgo de la aparición de “tramposos”, es decir, organismos que se benefician de un bien público sin aportar nada a la comunidad. Un aumento en la población de tramposos puede ejercer una presión insostenible sobre quienes sí contribuyen, lo que eventualmente podría llevar al colapso de toda la comunidad. Esta situación, en economía, se conoce como la “tragedia de los comunes”.
En las poblaciones humanas, la tragedia de los comunes describe una situación en la que algunos individuos, actuando de forma independiente y racional en función de su propio interés, terminan agotando un recurso compartido, lo que a largo plazo perjudica a toda la comunidad. Ejemplos de este fenómeno incluyen la sobrepesca, la contaminación y la deforestación.
En analogía con la Hipótesis de la Reina Negra, y en una época de acceso sin precedentes a la tecnología, es posible que los seres humanos estemos perdiendo ciertas capacidades, especialmente cognitivas, al delegarlas no en otros organismos, sino en aparatos, internet y sistemas de inteligencia artificial. Este fenómeno se conoce como “externalización cognitiva”, un concepto que describe cómo transferimos tareas mentales a herramientas externas.
La externalización de la memoria implica que, en lugar de memorizar datos, confiamos en internet como una memoria externa para buscar información al instante, lo que debilita nuestra memoria a largo plazo y nuestra capacidad para retener datos. Por ejemplo, existe un deterioro en la memoria espacial, en quienes dependen de aplicaciones de navegación para conducir.
La externalización del pensamiento crítico puede ocurrir cuando se utilizan en exceso herramientas de inteligencia artificial generativa como atajo para escribir o resolver problemas, omitiendo el proceso mental de analizar información, sintetizar ideas y construir argumentos. Estudios han demostrado que quienes dependen excesivamente de la IA tienden a aplicar menos esfuerzo cognitivo, afectando negativamente sus habilidades de razonamiento.
De manera similar, el ritmo de vida frenético, marcado por avalanchas constantes de contenido, está afectando diversas capacidades cognitivas. La gratificación instantánea, promovida por aplicaciones que ofrecen recompensas rápidas e inmediatas, está debilitando la paciencia, una virtud esencial para realizar tareas que requieren esfuerzo sostenido. Asimismo, la costumbre de alternar entre múltiples tareas está reduciendo la capacidad de concentración, una habilidad esencial para el aprendizaje, el pensamiento profundo y la productividad.
La historia ha demostrado que uno de los peligros más graves para las poblaciones regidas por la Hipótesis de la Reina Negra, y que también podría aplicarse a las humanas, ocurre cuando colapsa el bien público del cual dependen. El resultado es lo que se conoce como un “cuello de botella poblacional”: un evento en el que la población sufre una reducción drástica y repentina en su tamaño.
La pregunta que surge, por tanto, es ¿cómo se pueden mitigar los riesgos? Para prevenir el colapso ocasionado por la tragedia de los comunes, se ha propuesto el establecimiento de regulaciones y controles, colectivamente acordadas, para limitar el acceso y uso de los recursos y sancionar a quienes lo sobreexplotan. Debe haber incentivos para conservar los bienes públicos y utilizarlos de manera sostenible.
Respecto a la pérdida de capacidades cognitivas, la situación es más compleja. La clave no es prohibir la tecnología, sino aprender a usarla de forma consciente. Esto incluye, por ejemplo, enseñar a los estudiantes a usar la IA como una herramienta de apoyo, no como un sustituto del pensamiento. Esto se conoce como fomento de la autonomía cognitiva.
Por otro lado, es necesario fomentar espacios de tiempo en modo “sin conexión”, que permitan la desintoxicación digital. Además, se recomienda realizar ejercicios y juegos que fortalezcan la memoria, la concentración y la creatividad sin recurrir a ayudas tecnológicas. También es fundamental retomar actividades tradicionales de estimulación cerebral, como la lectura en formato impreso, tocar instrumentos musicales, practicar deportes y socializar con amistades.
En el equilibrio está la clave. Aprovechar los beneficios de las tecnologías sin sustituir las habilidades cognitivas básicas que nos permitieron evolucionar como especie y nos permiten sobrevivir como colectivo.
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