En Costa Rica llevamos más de ocho años de rezago en áreas claves como el empleo, la educación y la reducción de la pobreza, y los datos lo confirman. Aunque la tasa nacional de desempleo en 2024 se ubicó en 6,9%, el desempleo juvenil alcanza todavía un preocupante 23%, condenando a toda una generación a vivir sin oportunidades reales. La pobreza ronda el 20% a nivel nacional, pero en las zonas rurales supera el 25% y en regiones como Brunca o Huetar Caribe llega a más del 30%. Y en educación, la última medición PISA mostró que nuestros estudiantes cayeron a 415 puntos en lectura, por debajo del promedio OCDE, lo que refleja una pérdida de calidad educativa que afecta directamente la competitividad del país. Estas cifras no son simples estadísticas, son rostros concretos de jóvenes sin empleo, familias atrapadas en la pobreza y comunidades que siguen esperando soluciones que nunca llegan.

Ante esto, no podemos seguir pensando que cada cuatro años un presidente o un diputado serán los responsables de traer el cambio. Ese mito nos paraliza y nos acomoda, cuando la realidad es que el cambio nace de abajo, de nosotros mismos, de nuestras comunidades. Y para lograrlo no necesitamos más discursos: necesitamos valentía. Valentía para trabajar, para emprender, para innovar, para educar con propósito, para exigir condiciones que nos permitan crecer, pero también para arremangarnos y construir desde lo que tenemos a mano: cuadernos para aprender, palas para producir, computadoras para innovar.

Desde mi experiencia como doctor en educación y como experto en innovación y emprendimiento, sé que hay rutas posibles si dejamos de ver la estadística como condena y la usamos como punto de partida para actuar. El desempleo se enfrenta formando jóvenes en habilidades técnicas y digitales adaptadas a la realidad local, conectando la educación con el mundo productivo y fomentando el emprendimiento comunitario que aproveche las oportunidades del territorio. La pobreza se combate con proyectos asociativos, cooperativas y con el impulso de la formalidad para miles de pequeños negocios que hoy sobreviven en la informalidad. Y la educación debe transformarse con más inversión en la primera infancia, con metodologías que vinculen a los estudiantes a la resolución de problemas reales y con una conectividad digital que llegue a todos los rincones del país.

No basta con soñar un país distinto, hay que construirlo. Dejemos de esperar cuatro años un cambio y convirtámonos en generadores de valor emprendiendo, creando empresas y exigiendo más oportunidades para que nos dejen bretear. La gente ya no come cuento, cada vez se aleja más de la política, pero tampoco podemos permitir que otros, que son minorías, decidan por nosotros.

Esto lo escribe alguien que ya estuvo en política y que escuchó una frase que me marcó: “en la política se hacen amigos a medias y enemigos de verdad”. Por eso me alejé de la política tradicional, pero eso no significa que me considere un enemigo ni que renuncie a aportar. Estoy listo para compartir mi conocimiento y mi experiencia en educación, innovación y emprendimiento cuando llegue el momento. Hoy, lo que me mueve es convocar a todos a que levantemos juntos cuadernos, palas y computadoras, y que cada acción sume a un futuro donde nuestras comunidades y regiones brillen por el trabajo, la creatividad y la unión.

El cambio no lo hará otro por nosotros. El cambio somos nosotros.

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