Costa Rica ha sido reconocida mundialmente por su imagen ecológica, pero esa reputación se está volviendo estancada si no evoluciona. Atraemos nuevas empresas, pero nos conformamos con el empleo formal que nos brinda. La pregunta que debemos hacernos es; ¿Qué hemos hecho verdaderamente con esas oportunidades de IED? Costa Rica pese a tener todas las capacidades para entrar en el mercado y hacer que crezca la industria nacional, lo detiene un congreso con fracciones estatistas conservadoras que le tienen miedo al cierre de instituciones y una sociedad adicta al crecimiento del aparato estatal.
No debemos cometer los mismos errores que han pasado con Intel o con la Agencia Espacial Costarricense. Atraemos inversión, pero no tenemos la mentalidad de mantener la innovación, creamos una agencia nacional, pero no existe la capacidad de mantener la propiedad intelectual. El costarricense está en una crisis de identidad por un congreso que limita sus propias capacidades y les ponen un techo.
El país tiene todo para liderar en biotecnología, sostenibilidad y diplomacia espacial, pero le falta una visión atrevida, que se salga de los moldes y los esquemas, que conecte la ciencia, soberanía y estrategia internacional.
Se puede decir que Costa Rica fue considerado líder ambiental internacionalmente a finales del siglo XX. Hoy, ¿sigue siéndolo o vive de glorias pasadas? El mundo está avanzando hacia la biotecnología y la exploración espacial. ¿Dónde estamos nosotros?
Costa Rica con apenas el 0.3% de la superficie terrestre, alberga casi el 6% de la biodiversidad del mundo. Cada planta, cada hongo, bacteria o insecto que habita en nuestros bosques contiene códigos genéticos únicos con el potencial enorme para curar enfermedades, regenerar ecosistemas, producir alimentos resistentes al cambio climático o generar biomateriales del futuro. Y, sin embargo, casi toda esa riqueza está intacta y subvalorada. Protegemos la selva, pero no la entendemos, y proteger sin investigar es una forma muy sofisticada de pobreza científica.
Y mientras dejamos pasar una de las oportunidades que nos puede dar un empujón enorme a la tendencia global del momento, ahora el mundo se aproxima hacia otro tipo de frontera verde: el espacio. Existe un vínculo enorme entre la tecnología espacial y la sostenibilidad, desde la monitorización de bosques y minería ilegal, la agricultura regenerativa, biotecnología en gravedad cero, hasta cartografiar especies y hábitats con inteligencia artificial desde órbita. En el 2018 lanzamos el primer satélite, un hito simbólico, pero fue una acción que no tuvo estrategia de continuidad ni una visión nacional que conectara ese logro con una política estructural en diplomacia científica o innovación.
Existe una excelente educación en materia científica, pero gracias a un miedo colectivo al progreso, estamos creando cerebros para exportarlos. América Latina empieza a cooperar en biotecnología, y Costa Rica se vende como un museo verde: genial para turistas, no para científicos.
Nuestros científicos migran, nuestros jóvenes pierden la fe. Y los inversionistas dudan, no porque no vean potencial, sino porque encuentran trabas políticas, sociales y fiscales que no hemos querido desmontar.
Se teme a la apertura económica, a la atracción de IED, a las alianzas público-privadas, a los marcos legales flexibles para la innovación. Este miedo disfrazado de moral es uno de los principales enemigos del progreso científico, ambiental y social del país.
El discurso dominante es que temen que las multinacionales “roben” nuestros recursos genéticos. Pero en lugar de crear marcos éticos y modernos para alianzas público-privadas, bloqueamos todo. Resultado: ni investigamos nosotros, ni dejamos que otros lo hagan. Pero entonces, ¿qué se hace cuando los presupuestos estatales son bajos, rígidos y burocráticos? La investigación depende de esfuerzos aislados.
Apostar por la biotecnología y la tecnología espacial no es un capricho millonario: es soberanía. Si no abrimos el capital global, nuestros propios ciudadanos quedarán fuera de la economía del futuro.
Es hora de proponer una nueva Costa Rica, no basada en la nostalgia de lo que fuimos, sino en la visión de lo que podemos ser: Un país que abraza la inversión sin miedo, que desconfía del centralismo estatista, que cree en sus científicos, que explora el espacio, sin dejar de cuidar la Tierra.
Entonces, ¿queremos seguir vendiendo playas o nos atrevemos a también dar soluciones?
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