El rechazo al movimiento sionista no es una cuestión novedosa ni se trata tampoco de una postura crítica reciente. Aunque actualmente se presente en círculos progresistas, redes sociales y espacios académicos como una posición ética o humanista en una lucha contra la colonización, sus raíces ideológicas se cimientan en la propaganda soviética del siglo XX donde no se aceptaba ningún pensamiento ideológico más allá de lo que dictaba el movimiento socialista sin identidades que compitieran.

El movimiento antisionista moderno reproduce un guion antiguo el de la agencia de seguridad e inteligencia soviética (KGB) y los aparatos ideológicos del comunismo, que disfrazaron el antisemitismo bajo apariencias de protección política y de corrientes intelectuales.

Tras la Segunda Guerra Mundial, la URSS adoptó una política ambigua hacia los judíos. Si bien fueron de los principales combatiendo al nazismo, pronto impulsó campañas para eliminar la autonomía cultural judía. De esta forma decidieron que en las escuelas soviéticas se borrara la historia judía y se estigmatizara el movimiento de autodeterminación judía (sionismo), acusándolo de ser un nacionalismo “burgués”.

El brazo judío del Partido Comunista, llamado tradicionalmente como Yevsektsiya, se encargó de cerrar escuelas hebreas y de silenciar a los judíos que promovieran la autodeterminación y la creación de un hogar nacional judío, situación que se profundizó con la creación del Estado de Israel y el acercamiento repentino hacia occidente.

De esa manera, las campañas de desinformación soviéticas propagaron la idea de que el Estado de Israel era un “proyecto imperialista” y acusaron a los judíos de doble lealtad, lo cual no sería novedad en el ideario antijudío a través de la historia.

En el año 1975, esa misma narrativa desembocó en la resolución 3379 de las Naciones Unidas la cual declararía que “el sionismo es una forma de racismo y de discriminación racial”, una iniciativa que sería promovida por el bloque soviético y sus aliados. Aunque fue revocada en 1991, sigue siendo utilizada por algunos críticos a Israel todavía haciendo eco de dicho mito histórico.

Las imágenes de la propaganda soviética antisionista encuentran hoy nuevos portavoces en sectores de la academia, en alas izquierdistas y progresistas, así como espacios como redes sociales. En algunas universidades, por ejemplo, a través de programas de diversidad e inclusión, la identidad judía suele ser minimizada, invisibilizada o señalada de ser un grupo “privilegiado”

A esto se suma que estudiantes con tendencias sionistas (judíos o no) son marginados de “espacios seguros”, bajo la lógica de que apoyar a Israel es incompatible con la justicia social, dando a entender que ser sionista es sinónimo de ser antipalestino o de necesariamente estar en contra al derecho de existencia de dicho pueblo, circunstancias que no necesariamente son vinculantes.

Actualmente el antisionismo se reviste con el lenguaje de los derechos humanos, presentando al Estado judío como un “proyecto colonial” o utilizando mal incluso el término “necolonialismo” para señalar al movimiento de autodeterminación judía, y equiparando la seguridad de los judíos con opresión, ambos aspectos lejos de la realidad. En otras palabras, lo que en la URSS se formulaba como lucha contra el “nacionalismo burgués”, hoy se formula como lucha contra el “supremacismo blanco” o el “colonialismo de colonos”, alterando las palabras, pero manteniendo en el fondo los mismos principios.

De la misma forma en que los soviéticos utilizaron a los judíos del Yevsektsiya para validar su política antijudía por considerar la “doble lealtad”, hoy proliferan activistas que se presentan como voces judías contra Israel. Estas figuras suelen ser instrumentalizadas por movimientos más amplios para justificar posturas antisemitas, bajo el argumento de que “incluso los judíos lo dicen”, a esto se le denomina tradicionalmente como “tokenización”, utilizar a judíos determinados con posiciones contra el establishment regular para generalizar una posición ideológica.

Anteriormente en la URSS, eran los encargados de clausurar escuelas hebreas y censurar la cultura judía, actualmente son los judíos antijudíos que en espacios progresistas argumentan que la defensa de Israel equivale a opresión, y atacan a otros judíos por apoyar la existencia del Estado judío, inclusive utilizan imágenes con judíos para decir que no todos son iguales, y por supuesto, si hay algo en el pueblo judío es la diversidad de pensamiento y la no totalización del pensamiento, dos judíos, tres opiniones.

En el pasado, la maquinaria de propaganda soviética difundía teorías de conspiración y acusaciones de “poder judío colectivo”, en la actualidad, esas mismas narrativas circulan en redes sociales como TikTok o en sectores mediáticos.

Antes se acusaba a Israel de ser una creación imperialista, actualmente se le describe como un Estado colonial no semita y se expande el mito del pueblo jázaro, queriendo a dar a entender un distanciamiento étnico de los actuales judíos con el antiguo pueblo de Israel.

En el pasado se expandían libelos de sangre de la prensa comunista contra los judíos como el llamado “complot de los médicos” expandido por la Pravda soviética acusando a los judíos de estar conspirando para asesinar a líderes del partico comunista. En la actualidad se compara el orgullo con supremacía racial, y se acusa de “infanticidas” a quienes apoyan al Estado de Israel, en una falsa comparación.

De esta manera se confirma que las formas cambian, pero el mensaje central persiste: demonizar a los judíos como colectivo y cuestionar su derecho a la autodeterminación y a su orgullo.

El antisionismo contemporáneo no surgió en los movimientos sociales actuales, ni es una crítica novedosa al poder o a la política internacional. Es la herencia de un proyecto que utilizó el lenguaje de la justicia social y del antiimperialismo para disfrazar un antisemitismo profundo.

Es por esto que, cuando escuchamos en campus universitarios o en redes sociales consignas como “sionismo es racismo” o “Israel es un Estado colonial”, no estamos ante ideas frescas, sino ante la reedición de una estrategia diseñada hace décadas en Moscú. Es así como se puede decir que el odio reciclado sigue siendo odio. Llamarlo por su nombre y reconocer su genealogía es un paso indispensable para combatirlo.

Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio. Delfino.CR es un medio independiente, abierto a la opinión de sus lectores. Si desea publicar en Teclado Abierto, consulte nuestra guía para averiguar cómo hacerlo.