Es evidente que el mundo ha cambiado de forma vertiginosamente hacia la digitalización, pero las respuestas sociales ante los efectos de estos cambios no han seguido el mismo ritmo. En este contexto, el libro The Anxious Generation (2024), del psicólogo social Jonathan Haidt, ofrece una conclusión importante: desde 2010, los smartphones y las redes sociales han transformado la infancia y adolescencia de forma drástica, y con ello han contribuido al aumento de la ansiedad, la depresión y una creciente fragilidad emocional en los jóvenes.

Haidt expone que la combinación tóxica de "sobreprotección en el mundo real y desprotección en el mundo virtual" volvió a los niños y adolescentes extremadamente ansiosos. El tiempo pasado en pantallas y lejos de las interacciones en persona se sumó a un aislamiento que induce a la depresión, los privó del sueño, fragmentó su atención y los volvió adictos a las dosis de dopamina de los "me gusta", los retuits y los comentarios.

Si bien su texto no ha estado exento de críticas, ofrece discusiones válidas respecto al uso y abuso del consumo de redes sociales y sobreexposición a pantallas en los niños. Haidt no propone censura ni soluciones tecnológicas, sino un cambio cultural que involucre a familias, escuelas, comunidades y gobiernos. Sus principales recomendaciones son:

  1. Evitar los smartphones antes de los 16 años. El acceso ilimitado a redes sociales, pornografía, videojuegos adictivos y notificaciones constantes convierte a estos dispositivos en una fuente de sobreestimulación. Haidt sugiere que los adolescentes usen teléfonos básicos hasta esa edad.
  2. Retrasar el uso de redes sociales hasta los 16 años. Estas plataformas afectan de forma especial a las adolescentes, expuestas a una comparación constante, al ciberacoso y a la búsqueda de validación externa en una etapa clave de su desarrollo emocional.
  3. Recuperar el juego libre y la autonomía. La infancia actual está hiperregulada. Haidt aboga por devolver a los niños espacios donde puedan explorar, asumir riesgos y fortalecerse emocionalmente sin supervisión constante.
  4. Fomentar el contacto cara a cara. Las relaciones presenciales, el juego físico y la convivencia comunitaria han sido desplazados por lo digital. Recuperarlos es esencial para un desarrollo sano.

Aunque ningún país ha implementado todas estas propuestas al pie de la letra, y algunas parecen poco prácticas y extremistas, ya hay iniciativas destacadas. El uso de teléfonos inteligentes está prohibido desde el 2018 en las escuelas primarias en Francia, donde no pueden ser usados ni siquiera en el recreo. Durante el curso actual ha comenzado un programa piloto en cien escuelas secundarias para comprobar los efectos de la "pausa digital" en estudiantes mayores de 11 años.

El "experimento" ha tenido un impacto positivo tanto en el rendimiento como en el bienestar general de los estudiantes, según las autoridades educativas, y la medida se extenderá con carácter general el próximo curso. Estados como Utah, Arkansas y Florida han restringido el acceso de menores de 16 años a redes sociales, exigiendo verificación parental. Noruega y Escocia promueven el juego libre mediante espacios urbanos adecuados y políticas escolares flexibles. Por su parte, Corea del Sur y Japón, han reconocido la adicción digital como un problema de salud pública y promueven actividades presenciales y desconexión voluntaria.

En Costa Rica, el debate sobre la niñez y la tecnología es aún incipiente. Se discute sobre ciberseguridad o acoso virtual, pero hay pocas regulaciones sobre el uso de smartphones en centros educativos o sobre el acceso de menores a redes sociales. Aplicar las ideas de Haidt aquí implicaría:

  • Regular el uso de dispositivos móviles en las escuelas, permitiendo teléfonos básicos, pero restringiendo los inteligentes durante la jornada. Esta medida debería ser analizada a profundidad, dado que no tendría sentido limitar su uso para el aprendizaje durante dicho periodo.
  • Lanzar campañas de información dirigidas a familias, docentes y estudiantes sobre los riesgos del uso prematuro de redes sociales.
  • Reformar espacios educativos y comunitarios para promover el juego libre, garantizando educación física en todo el aparato educativo público y acceso seguro a áreas recreativas.

Costa Rica tiene una fuerte tradición educativa. Aprovecharla para repensar la infancia en tiempos digitales puede ser clave para evitar una crisis de salud mental como la que Haidt describe.

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