La revista Time destacó su álbum Exodus (1977) como el mejor del siglo XX y algunos críticos lo consideran el compositor más influyente de nuestro tiempo. Bob Marley es la figura más notoria de Jamaica y un ícono de la música reggae: un género dotado de un encanto melódico y una fuerza política que parecen inagotables. Marley es, además, un emblema de la resistencia contra el sistema capitalista, referido en varias de sus canciones como la nueva Babilonia.
Su impacto trasciende culturas, modas, grupos etarios, idiomas y geografías. Trasciende incluso la propia música. Hace medio siglo, a partir del impulso que supuso la venta de cientos de millones de álbumes, Marley fue el militante político que convirtió al rastafarismo en un reclamo planetario por la paz y la justicia social. Un reclamo que se aviva cada vez que escuchamos canciones como War (1976) y Get up, stand up (1973).
Avanzo por los pasillos del aeropuerto internacional de Jamaica y en los altoparlantes se escucha Redemption song (1980). Es Marley pero no es Marley, sino un cover que se ubica en algún lugar entre el bossa nova y el dance hall. La música del mítico cantante ha dejado de ser lo que era y hoy sirve de alimento para la máquina insaciable que habitamos. Esa idea incómoda me acompaña mientras espero a ser atendido por el funcionario de migración.
Tras los pasos de un fantasma
La noche del 3 de diciembre de 1976, después de un ensayo particularmente bueno, Marley comenzó a pelar una toronja en la cocina de su casa, observó que su manager se acercaba desde el otro extremo y se vio atrapado en medio de una lluvia de proyectiles. Una bala le atravesó el pecho y se alojó en su brazo izquierdo. Permaneció allí durante el resto de su vida. Marley se negó a extraerla, por miedo a afectar su capacidad para tocar la guitarra.
Dos días después del atentado subió al escenario del National Heroes Park de Kingston y ofreció el concierto que le había prometido al pueblo jamaiquino bajo un título que era, también, una plegaria: Smile Jamaica. Esa noche 80 mil espectadores presenciaron el milagro: la metamorfosis del músico en resucitado. Al final del concierto unas 200 personas subieron al escenario y rodearon a Bob Marley para protegerlo de una segunda muerte.
En el museo que lleva su nombre, observo una experiencia inmersiva que revive al músico durante algunos segundos y engendra un recuerdo fantasmagórico. Probablemente a esto se refería Marlon James, en su Breve historia de siete asesinatos (2014), que inicia con la frase “Escuchen. Los muertos no paran de hablar”. En esa novela, el escritor jamaiquino presenta a Bob Marley como un fantasma que tiene mucho que contar y lo cuenta todo a través de quienes intentaron asesinarlo.
Three Little Birds
En un pequeño restaurante de Kingston, una mujer de ojos cansados me sirve un plato de ackee con bacalao. Entonces me veo a la distancia, sentado al lado de la ventana con la camisa florida, los pantalones cortos, el sombrero Panamá y una cerveza Red Stripe en la mano. Soy un turista amplificado. Uno más entre los miles que buscan cada año el emblema de la resistencia contra el capitalismo y lo encuentran, paradójicamente, transformado en camiseta, magneto y envoltorio de cigarrillo.
Las paredes del restaurante exhiben varias fotografías de un Bob Marley radiante. En una imagen descansa en su cama, al lado de un balón de fútbol. En otras dribla a sus contrincantes, hace malabares o corre tras el pase a gol. El fútbol fue para Marley un refugio ante la presión producida por giras, conciertos y grabaciones. Un antídoto contra el veneno que se esconde tras el éxito. La pértiga que permite avanzar por esa larga cuerda floja que llamamos vida.
En el restaurante suena Three Little Birds (1977), ahora sí, en la voz de Marley. La mujer de ojos cansados me sirve una segunda cerveza en sincronía con el estribillo de la canción: “No te preocupés por nada, porque todo estará bien”. Entonces intuyo que Marley sobrevivió a las secuelas de un atentado y a las contradicciones que surgían de su propia imagen, inmensa y voraz, gracias a la práctica diaria del fútbol. Así consiguió escribir y cantar que todo estaría bien. Así se explican la alegría y el placer contagioso.
La historia del turista amplificado en un restaurante de Kingston encuentra su moraleja conforme el músico, el activista político y el resucitado le ceden espacio al maestro que cultivó el arte del equilibrio. Entonces saboreo mi cerveza en cámara lenta y descubro que Marley tarareaba Three Little Birds cada vez que corría con un balón entre los pies. Como afirma un popular hashtag de TikTok, no tengo pruebas pero tampoco dudas.
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