Costa Rica ama la novedad en política... por unos meses.

Cada cuatro años, emergen nuevos partidos con promesas de renovación, con discursos que juran haber aprendido de los errores del pasado y con liderazgos frescos que aseguran que "esta vez sí" van a hacer las cosas diferentes.

Pero hasta ahora el patrón pareciera claro: los partidos nuevos tienen fecha de caducidad incorporada. Lo curioso es que esto no pareciera ser un problema, muerto uno aparece otro. Hoy día, está claro, más que el partido, pesa la figura: votamos por candidaturas, no por agrupaciones políticas.

En la democracia del siglo XXI pareciera que el partido es solo un instrumento, una herramienta burocrática de acceso al poder. En palabras de Héctor Fernández, director general del Registro Electoral del TSE, “Se está desnaturalizando la función esencial de los partidos políticos.

En efecto, así es. Costa Rica pasó de tener 8 partidos inscritos en 1980 a 44 en el 2000 y a ¡155!en 2024. ¿Semejante cantidad de opciones se ha traducido en que la ciudadanía finalmente encontró representatividad en alguna de ellas? Paradójicamente ha sucedido todo lo contrario: el 85% de las personas en el país no tienen simpatía partidaria, según la encuesta del CIEP de setiembre 2024.

¿Falta de ideología real o exceso de caudillismo?

La mayoría de los partidos nuevos nacen con una cara visible y fuerte: un líder carismático que promete arreglar todo lo que está mal en el país. Eso les da votos rápidos, pero también los vuelve estructuras frágiles, porque la identidad del partido se mezcla con la identidad del líder, sino que lo diga el Movimiento Libertario, que tras la salida de Otto Guevara Guth quedó en el puesto 25 de 25 en las pasadas elecciones. ¡Un sólido respaldo de 0,07% en las urnas!

Por otro lado, el panorama es igualmente complicado: si el partido no logra un ficha de peso con impacto mediático, quedan condenados a la periferia o la irrelevancia (ver Partido Republicano Social Cristiano). Ojo, incluso subsistiendo en las profundidades, siempre se puede emerger, la clave es, reitero, el fichaje bomba. Del PIN nadie nunca se acuerda porque es absolutamente irrelevante pero Juan Diego Castro lo usó de taxi y zaz, jaló cuatro diputados para el congreso en 2018 (incluyendo a Erick Rodríguez Steller, de ingrata memoria). ¿Qué pasó con el PIN después? De vuelta a la irrelevancia, por supuesto.

Veamos otros casos de estudio...

El PAC arrancó sobre los hombros de Ottón Solís Fallas, quien lo lideró en 2002, 2006 y 2010 solo para ver a Luis Guillermo Solís y Carlos Alvarado Quesada robarse el mandado en 2014 y 2018. Así es la vida. ¿Qué pasó después? No hace falta contarlo: cero diputados en 2022. ¡Cero! El PAC pasó de sumar 1.322.908 votos en la segunda ronda del 2018 a reunir solo 13.803 en la primera del 2022, ¡un desplome del 98.96%! ¿Dónde quedó la afinidad partidaria? ¿Alguna vez existió?

Restauración Nacional salió del riñón de Renovación Nacional que salió del riñón de Alianza Nacional Cristiana. De nuevo, los partidos no importan, importan los intereses y la figura a cargo. Restauración fichó a Fabricio Alvarado Muñoz y todo fue amor hasta que Fabricio se hizo más grande que el partido así que por supuesto, montó uno propio, Nueva República y claro está, RIP Restauración. Hoy Nueva República vive, sí, pero su existencia depende únicamente de la “relevancia” de Alvarado.

El Partido Progreso Social Democrático es otra postal clásica de nuestro terruño. Le pusieron el taxi a Rodrigo Chaves Robles y sobre su nombre y el de Pilar Cisneros Gallo dieron el batacazo: 10 diputaciones y la Presidencia de la República. Superada la necesidad del cascarón los ganadores mandaron la estructura al carajo y se quedaron a gusto en sus curules presentándose como “oficialistas” pero sin renunciar al partido. Es una anécdota patética, fiel reflejo de todos los huecos que tiene nuestra legislación. Ahora El PPSD anda buscando otra figura de “renombre” para no sumarse a la larga lista de partidos de uso no renovable... ¡suerte con eso!

Finalmente, tenemos el caso del PLP, la casa que construyó Eliécer Feinzaig Mintz y que ahora se tambalea por todo lado, precisamente porque propios y extraños le recriminan un liderazgo asfixiante. Desde que lograron entrar con todo a la arena política (seis diputaciones en 2022) las renuncias no han cesado, culminando esta semana con la muy mediática salida de dos diputadas.

Está claro: un partido que depende demasiado de una sola persona no es un partido, es una franquicia. Y las franquicias no suelen sobrevivir cuando el dueño deja de ser rentable o bien, cuando no quiere soltar la pelotita...

Los partidos sin base son castillos de arena

Otra razón por la que los partidos emergentes se desmoronan es que no tienen base real. Incluso los que nacen en la cima (con figuras reconocidas y discursos llamativos) no logran echar raíces en las comunidades ni construir una red de apoyo leal.

Los partidos tradicionales, con todos sus defectos, tienen estructuras que los mantienen vivos, aunque algunos pasen brincando de crisis en crisis. Liberación Nacional, el PUSC y el Frente Amplio han sobrevivido décadas porque tienen redes de militantes y bases territoriales que los sostienen, incluso cuando sus figuras principales cambian.

Los partidos emergentes, en cambio, nacen y mueren en redes sociales y en WhatsApp. Su militancia es volátil, circunstancial y muchas veces basada en el carisma de una sola persona. Cuando las cosas se ponen difíciles, la gente no se queda a pelear por el partido. Se va.

La oposición sin columna vertebral

Otro patrón claro es que los partidos nuevos suelen tener problemas para encontrar su lugar en la oposición.

  • El PAC fue oposición hasta que llegó al poder y dejó de serlo (salvo Ottón, hay que reconocerle eso).
  • Nueva República quiere venderse como oposición pero no abandona la operación masaguada con Zapote y siguen peleando con un muerto (el PAC).
  • El PPSD debería ser la "bancada oficialista", pero en la práctica ni siquiera es un bloque funcional.
  • El PLP prometió ser una oposición inteligente y técnica, pero terminó dividido entre quienes quieren negociar con Chaves y quienes quieren enfrentarlo.

Al final, los partidos emergentes caen en el mismo problema: no tienen claro qué quieren ser. Y cuando no existe una identidad clara, cualquier crisis es suficiente para desmoronarse.

Panorama 2026

Partamos de un dato que aporta un contexto clave: De los 25 partidos que aspiraron a la presidencia en 2022 solo 6 superaron el 1% de los votos. Al resto, muchas gracias por participar. Ahora bien, ¿sabe cuántos podrían eventualmente presentar candidatura para el 2026?

En principio entre 37 y 39. Hay 34 inscritos y 5 esperando el visto bueno del TSE. Mientras tanto, los inactivos (8) tienen tiempo hasta el 31 de julio para renovar estructuras. Visto que algunos podrían optar por no participar y otros podrían decidir presentarse en conjunto podemos prepararnos, fácil, para entre 20 y 30 cajitas en la papeleta. El tiempo dirá.

Lo cierto es que en un país en el cual la mayoría de los partidos nacen sin ideología, sin base y sin una estructura real, cada elección es un nuevo experimento. Pero en algún punto, Costa Rica tendrá que hacerse una pregunta incómoda: ¿se puede sostener una democracia con partidos de cascarón? 

Si seguimos apostando solo por figuras individuales y no por proyectos colectivos de largo plazo, el 2026 será otra elección de franquicias personales en vez de partidos políticos. Y si esa tendencia se mantiene, lo que nos espera en el futuro no es una democracia más fuerte, sino una ruleta rusa donde cada cuatro años todo vuelve a empezar desde cero.