Viernes por la mañana. Mientras avanzo con la agenda laboral, converso con ChatGPT. Le explico por qué al final de la jornada diaria procuro ver con mi esposa contenido ligero, ameno, que nos levante el espíritu. Le comento que por ese motivo no me he acercado a la serie de moda en Netflix, Adolescence. Ya sé de qué va... y es un tema que me causa gastritis.
Reconozco que no tengo estómago para ver un retrato ficticio de una realidad ineludible, que incluso sin ser padre me preocupa muchísimo. Me angustia ver a adultos concentrados en sumar 4 likes en Facebook mientras los niños corren detrás del conejo blanco de TikTok. Estoy convencido de que es una (otra) de las grandes crisis silenciosas de nuestra época.
Nos está agarrando tarde para reaccionar. Pareciera que no encontramos el lenguaje oportuno para abordar el tema con propiedad, así que como sociedad preferimos barrerlo debajo de la alfombra. La humanidad está improvisando mientras los algoritmos avanzan sin ética, sin pausa y sin rendición de cuentas.
Veo a muchos adultos agotados, desorientados, cediendo con resignación ante la ansiedad del scroll y desconectados de su entorno inmediato. Del otro lado, los niños están siendo formateados por un mundo que no fue diseñado para cerebros y corazones que todavía no tienen herramientas para digerir todo lo que hoy procesan un día sí y otro también.
El panorama es complejo. Pasa tanta cosa todo el tiempo (y al mismo tiempo) que esta se ha convertido en una crisis “paralela”, invisible pero brutal. Es como una erosión del alma colectiva que ocurre en silencio, disfrazada de dopamina, disfrazada de progreso, disfrazada de conexión. Mark Zuckerberg sonríe. Elon Musk sonríe. Pero la humanidad avanza con firmeza hacia una desensibilización colectiva impropia de la especie. Niños y niñas están creciendo sin mapa ni brújula, rodeados de violencia, sin saber siquiera que están en peligro.
He dedicado largas horas a buscar respuestas. Es fácil culpar a las corporaciones; justo esta semana Lumi debutó en Delfino.CR aludiendo a The Corporation, un documental que plantea que el perfil de la corporación empresarial contemporánea se compara con el de un psicópata diagnosticado clínicamente. Pero el foco de la responsabilidad las trasciende: ¿en qué estamos los adultos?
Tras mi intercambio con ChatGPT, la inteligencia artificial me sugirió escribir del tema en este Repaso Dominical. Le dije que no. Pensé que tendría más sentido hoy comentarles la entrevista de Natalia Díaz en Opa o el intercambio entre Otto Guevara y Álvarez Desanti. No quise ver Adolescence y francamente no quería hablar de esto. Hay temas que me superan, este es uno.
Entonces me entró un mensaje de don Roberto Sasso. No miento. Ese mismo viernes, solo un par de horas después. A don Roberto la mayoría de ustedes lo asocia con TEDx Pura Vida. Aclaro: ni una sola vez me ha escrito antes enviándome una de las charlas. Es decir, cuando recibí su mensaje me quedó claro que el tema tenía que ser de especial importancia.
Como ya adivinaron, va sobre lo que hoy nos ocupa. Don Roberto me hizo llegar el TEDx del doctor Luis Diego Herrera titulado El teléfono de Pandora. Por favor: véanlo. Serán 15 minutos de su domingo muy bien invertidos. El doctor Herrera fue director del Departamento de Psiquiatría y Psicología del Hospital Nacional de Niños, así que comprenderán que atestados le sobran para abordar este tema con propiedad.
Lo que plantea el doctor Herrera no es una exageración ni un sermón moralista. Es un diagnóstico clínico. En sus palabras, las redes están afectando la salud mental de los adolescentes de al menos cuatro formas críticas: los aíslan socialmente, los privan de sueño, les fragmentan la atención —su activo más importante— y al mismo tiempo los vuelven adictos. El problema no es que los jóvenes estén usando redes: es que las redes están usando a los jóvenes.
La comparación que hace con el licor es especialmente potente: si un adulto le vende alcohol a un menor, la responsabilidad recae en el adulto. Con las redes, esa lógica desaparece. Estamos permitiendo que algoritmos diseñados para generar dependencia estén moldeando cerebros en desarrollo, sin ningún tipo de regulación ni salvaguarda.
Apenas estaba procesando el mensaje del doctor Herrera cuando mi amigo Antonio me hizo llegar un artículo publicado ese mismo viernes en The New York Times que, sin rodeos, advierte: “Subestimamos la ‘hombresfera’ a nuestro propio riesgo”.
El texto de Rachel Louise Snyder detalla un experimento en Irlanda en el que investigadores crearon cuentas falsas de adolescentes varones para analizar qué tipo de contenido TikTok les sugiere. La respuesta: en menos de 9 minutos, la plataforma los estaba exponiendo a videos misóginos y anti-LGTBQ. En 23 minutos, los algoritmos ya les mostraban contenido de supremacía masculina.
El mensaje no es sutil: para ser exitoso, hay que ser rico, fuerte, dominante y callar a las mujeres. A mayor vulnerabilidad, más violencia reciben. Y lo más alarmante: todo esto no está en la temida deep web. Está en el For You de la aplicación de moda.
El artículo vincula este fenómeno con Adolescence, la serie de la que hablé al inicio. Probablemente ustedes ya conocen la premisa: el papá y la mamá de un niño de 13 años creen que su hijo está a salvo en casa... hasta que ya es demasiado tarde. Como bien advierte Snyder: “Nuestra cercanía no equivale a seguridad”.
Poco importa que haya evitado ver Adolescence, la realidad que retrata es inevitable. No hace falta prender Netflix para darse cuenta. Basta con abrir TikTok... o escuchar con atención a un adolescente.
El problema no es la tecnología. Es que la entregamos sin guía, sin límites y sin criterio. Si hay algo peor que la adicción digital es nuestra indiferencia analógica.
Si usted es madre, padre, docente, adulto responsable: infórmese, edúquese, actúe. No delegue esa tarea al algoritmo. No confíe en que su cercanía garantiza seguridad. No subestime el poder de una conversación a tiempo. La fórmula no es misteriosa ni novedosa: escucha activa y atenta, presencia constante y genuina, y por encima de todo, lo básico, amor, cuido y confianza.