Los años 90 fueron el coto de caza de Demi Moore. Durante esa década se enseñoreaba por Hollywood como una tigresa en medio de la jungla de luces y decorados. Las producciones con fuerte componente promocional fueron presa fácil de su voracidad. Los elencos de lujo eran parte de su cacería diaria.

Casi todo inició con una lección de alfarería.

No es que fuera ceramista, pero su escena en Ghost marcó un punto indeleble en la historia del cine. Dejó impronta en la cultura popular y definió cómo se veía el amor en la década de los 90. Y junto con la banda sonora Unchained Melody de Bill Medley, también definió cómo se escuchaba el amor.

Luego de eso, rompió varios estereotipos, defendió -desnuda- la estética del embarazo (varias décadas antes de que fuera tendencia), y fue de las que se raparon el cabello sin perder glamour.

A pesar de todo el empuje, fue dejada de lado y olvidada por sus compañeros y empleadores. Hasta hace poco tiempo.

Ese podría ser el final de la historia, pero en este caso es simplemente el inicio. Un nuevo inicio, para precisar mejor. Porque vino The Substance.

The Substance es la más reciente película de la francesa Coralie Fargeat, basada en un corto que ella misma había escrito y dirigido en 2014: Reality+ (el protagonista del corto tiene un rol de reparto en The Substance).

Este filme de Fargeat tiene claros ecos a The Shining, El hombre elefante, el clásico de body horror La Mosca y con una clara inspiración en la novela El retrato de Dorian Gray.

The Substance nos ubica en el mundo del espectáculo. Específicamente, en el aspecto de cómo este mundo desecha a las mujeres cuando alcanzan cierta edad; en una forma de gerontofobia, justificada en la necesidad del brillo de la imagen o la turgencia del cutis, porque siempre sirven como elementos ancla para el mercadeo.

Largos corredores; rostros encuadrados en primerísimos primeros planos; detalles de la piel, los fluidos, los defectos; soleadas avenidas cercadas de palmeras; son algunos de los detalles que la cineasta Fargeat utiliza para condimentar su historia.

La interpretación de Moore en el papel de una diva en el ocaso de su carrera, que es reemplazada por una joven promesa para poder mantener los ratings elevados y conservar a la audiencia engolosinada, está claramente nutrida de la propia experiencia de vida de la actriz, como es de suponer.

The Substance, le dio a Moore acceso a premios como el de la Crítica Cinematográfica, del Sindicato de Actores y los Globos de Oro; tres premios que recibió por su actuación y que la habían evadido en su momento dorado de los 90 (en aquella época los premios que había obtenido fueron a peor actriz). Su papel en The Substance incluso le llevó a estar nominada como mejor actriz al Oscar a inicio del mes de marzo.

Acá la historia se puso color de hormiga, porque muchos pensaban que se iba a llevar el Oscar. Era altamente probable, tras haber recibido varios premios en los meses previos, pero el desenlace no fue ese. Al final el Oscar fue para Mikey Madison por su interpretación en Anora.

Dicen los que saben, que cuando se anunció el premio para Madison, la reacción de Moore fue simplemente pronunciar la palabra “nice”, sin embargo, a diferencia de sus labios, el resto de su ser claramente no estaba diciendo “nice”.

Esa fue la historia que vivimos, pero puede haber otras.

En una realidad probable de un universo alternativo, Demi Moore recibe un Oscar por The Substance. Eso sí es “nice”.

En esa otra realidad, nuestros políticos oficialistas son competentes; no necesariamente buenos, pero por lo menos competentes. Al fin y al cabo es un universo probable, no una fantasía. Algo es algo.

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