Tengo el privilegiado problema de contar con más libros de los que aguanta mi librero imaginario. Y cuando digo esto, me refiero al hecho de que no tengo librero desde que me pasé a mi nueva casa, porque honestamente no he salido a comprar uno. Sin embargo, me he dedicado a la tarea de seguir adquiriendo libros a pesar de esta limitante y robando espacio a las pequeñas áreas de la casa, comportamiento que desquicia a mi esposa, incluso en el momento en que se publican estas líneas.
Siempre que salgo al súper, paso por la librería y compro un libro. Siempre que estoy en la computadora, termino en la página web de alguna editorial comprando libros. Es, me sigo justificando, un comportamiento incontrolable que se apodera de mí. No sabría explicarlo, pero también sé que no necesito explicarlo.
Algunos nunca los leeré. A otros les llegará su hora, ya sea un mes o un año después. También sé que no soy el único con este privilegiado problema. Sé que no estoy solo. Existen personas allá afuera que viven con esta necesidad imparable de adquirir libros y coleccionarlos, y hasta existe un término indulgente para las personas como nosotros: tsundoku.
Este es un término japonés que describe a las personas que acumulan libros. Son personas que tienen un impulso que nos les permite medir entre la cantidad de libros que adquieren y el tiempo con el que cuentan para leerlos. Creo, de cierta forma, que este es también un término optimista y que cada quien lo hace con la esperanza de que algún día pueda tener el tiempo y la disposición para leerlos todos.
Existen días en los que me cuestiono si acumular tanto libro se debe a una falta de disciplina, dígase pasar frente a la vitrina de las librerías y hacer caso omiso con el corazón hecho un puño, o si más bien estamos hablando de un amor profundo a la literatura que nos obliga a adentrarnos en mundos a los que soñamos escapar. Me inclino más por la segunda, porque honestamente que dolor estar libro en mano y no comprarlo.
Umberto Eco, escritor e ídolo de este servidor, defendía la idea de una biblioteca llena de libros no leídos. En su ensayo No pienses en un elefante, nos argumentó que tener muchos libros sin leer era más valioso que tener libros leídos. Esto porque esos libros no leídos representaban el conocimiento que aún no teníamos y lo que podríamos aprender con ellos. Para él, la biblioteca llena de libros no leídos era un recordatorio de lo que faltaba por leer y aprender.
Es por esto que me di a la tarea de preguntarle a amigos, e incluso investigar por internet, algunas estrategias para disfrutar de los libros acumulados sin presión alguna. La primera es aceptar que no se trata de leerlos todos, sino de tenerlos a mano cuando se necesitan. La siguiente sería rotar los libros visibles en la biblioteca para redescubrirlos. Finalmente, se puede crear una lista de espera para priorizar lecturas que nos interesan.
El verdadero problema acá no son esos libros que acumulamos y tenemos sin leer. El problema sería ya no emocionarnos por ellos. Así que termine esta columna, agarre su medio de transporte preferido, diríjase a la librería que tenga más cerca y compre ese libro que lleva días soñando. Ojalá sea en una librería independiente (si están en Heredia, les recomiendo El Librero Pandeado, o si más bien están en San José, Libros Duluoz les funciona). La conclusión a la que llegué hoy escribiendo estas líneas, es que, esta necesidad que tengo de adquirir siempre libros nuevos, es culpa del arte.