Dicen que Paul Valery escribió que “Un poema nunca se termina; sólo se abandona”. Dicen que dijo, no me consta; pero sí doy fe de que los textos pueden soportar años de escritura y reescritura, hasta que, de alguna manera, el escritor lo abandona, considerando que el lienzo no soporta una pincelada más; o que, al menos, autor y obra lleguen a un acuerdo de convivencia. Es cierto, un texto nunca se termina; sólo se abandona… al menos por un tiempo.
Conocí a Rodrigo Soto el 23 de julio del 2015. Caminaba sobre el paseo de las Damas. Casualmente, releía Figuras en Espejo (2009). Le hice un gesto con la mano, crucé la calle, y le extendí mis torpes palabras de admiración, mientras sacaba de mi mochila la novela para la, evidente, dedicatoria de rigor. Pero no estoy para contar anécdotas juveniles; sino para compartir unas líneas acerca del caso de edición más extraño que, me parece, hemos tenido en las letras nacionales en las últimas tres décadas: la triple publicación de Figuras en Espejo.
La literatura como investigación
Introduciendo un poco, y como plumas mejores han escrito: Figuras en el espejo es una obra fragmentaria y polifónica. Un texto lúdico, que explora, a modo de ejercicio formal, las posibilidades narrativas del oficio: el empleo de varios registros, voces y enfoques. Además, es una obra donde podemos rastrear cierto diálogo con textos que van desde Rayuela, hasta La insoportable levedad del ser.
Sabato, en el obligado texto El escritor y sus fantasmas, describió a la literatura como “la forma, quizás la más completa y profunda, de observar la condición humana”. Algo similar hablaba Kundera un par de décadas después: “el novelista no es ni un historiador ni un profeta: es un explorador de la existencia”. Esto último, del El arte de la novela, lo tomó Rodrigo como propuesta estética: el texto literario como una manera de adentrarse a investigar en el problema de la existencia, la identidad, la condición humana. Una forma de “aprehender la realidad”, que se escapa de toda forma de sujeción: el problema que aborda Joyce en Ulises, según Kundera. Ahora bien, con el pensamiento reposado y los años transcurridos, Figuras en el espejo pasó de ser una investigación sobre la identidad a un retrato de la educación sentimental de cuatro jóvenes costarricenses durante los años 70 y 80 del siglo XX, como ya Soto, con la distancia del tiempo, lo ha calificado acertadamente. Rodrigo se adentraba, en los 90, a los laberínticos pasillos de las posibilidades de la literatura entendía como investigación: de aquellos ejercicios, estos espejos. Creo que Soto nunca imaginó los avatares que experimentaría su texto.
Breve historia de una novela
La historia de la formación de Figuras es, me parece, un caso inédito en las letras costarricenses. Desde la génesis de la obra. Las motivaciones iniciales del autor, allá por el 91. El trabajo de escritura y reescritura; o las decisiones editoriales, como incorporar o eliminar capítulos completos. Lo anterior, documentado en 3 ediciones diferentes. Es importante aclarar: no me refiero al hecho de los manuscritos editados, o los procesos de creación que, evidentemente, toda autora o autor experimenta; me refiero a que, frente a nosotros tenemos 3 obras diferentes: un proceso de mutación textual atestiguado en 3 publicaciones.
En un breve texto del año 2001, 3000 días de viaje submarino: a propósito de la publicación de Figuras en el espejo; y que Rodrigo publicó en su colección de ensayos y artículos Pingüinos, camellos y ornitorrincos (2009, UNED), Soto menciona, en el pie de página, que “La escritura de FE inició en 1992 y se extendió hasta 2008. Por el momento”. Soto intuía que la travesía no concluía, que era apenas un abandono parcial: sabía que volvería al texto, al menos, una vez más. Esto es importante, si queremos explorar el (los) texto(s), como un ejercicio de historiografía literaria que raya en la estratigrafía arqueológica: observar y documentar cada capa geológica que compone el texto. Pero ese trabajo queda pendiente para alguna otra ocasión.
Composición: el problema formal
Creo que el aporte más relevante de esta tercera edición, y al que le agradecemos al tiempo la reflexión reposada y la vocación literaria del escritor, radica en la nueva composición de la obra.
En lugar de los cinco capítulos que tiene la edición del 2009, Soto (re)acomoda su material en tres bloques: integra por un lado El país de la lluvia y Gina, y Atrapando el viento junto a El tigre frente al aro de fuego en otro, y mantiene el capítulo 3, Figuras en el espejo, como eje central. Lo que en la edición del 2009 aparece como cuatro nouvelles, donde los personajes se tocan levemente en el tercer capítulo —obteniendo cinco segmentos—; pasa a ser tres partes: logrando una composición simétrica. El primer bloque, entrelazada hábilmente, de forma fragmentada y superpuesta, las historias de Ariel y Gina. La tercera, los relatos de Oswaldo y Marcel. La segunda parte es Figuras en el espejo. En este destacadísimo episodio, que ya Juan Murillo comentó brillantemente en el 2009, vemos los cuatro hilos narrativos traslapándose, contraponiéndose y tensando El Nudo, en un extraordinario juego de reversos de figuras reflejadas. Es este nuevo montaje, especulo, la intención del primer, e inédito, manuscrito del año 1994. El material cambió, se reescribió, se adhirió nuevo contenido, otro transmutó, pero la pulsión se mantuvo latente por más de veinte años. Esta nueva disposición integró mucho mejor los cuatro arcos y le impregnó un ritmo de lectura del que carecían las ediciones anteriores.
Por otra parte, además de cohesionar mejor los cuatro hilos narrativos, este aspecto formal, también tiene una dimensión estética: con el nuevo orden del material, la escena final resignifica toda la obra. Sólo con esta decisión, Soto hace que esta tercera edición se distancie de las precedentes. La mirada inquieta se fija, por un instante, en el último reflejo: Marcela, años después de lo ocurrido la noche de la cena, recuerda a Oswaldo, a partir del texto que este le entró aquella noche. También, recuerda a Ariel, su profesor. Los busca en internet. No obtiene resultado: ¿Qué queda de ellos? Apenas, leves recuerdos. Imágenes reflejadas en su memoria, el taller ficcional por excelencia. Los rostros se desvanecen en su mente: apenas hay rastros que se desvanecen. Nada más. Las figuras en el espejo desaparecen. Como anoté: con solo este detalle de estructura, de acomodo del material, Soto resignifica la obra, insisto, y hace que esta edición se distancie de las anteriores. Siempre una decisión formal tiene una implicación estética en el texto. Creo que este es otro hilo del que debemos de tirar un poco más.
Finalizando, y parafraseando a Rodrigo: la escritura de Figuras en el espejo inició en 1992 y se extendió hasta 2023. Por el momento… Por ahora, lector, lectora, creo que nos toca estudiar a este ornitorrinco literario, espécimen camaleónico y escurridizo del tiempo que habita Sotópolis (con su permiso, Carlos, le tomo prestada la palabra).
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