Se le denomina supercentenaria a la persona que llega o cuenta con las condiciones de bienestar para llegar a 110 y más años de vida. El término comienza a cobrar relevancia a nivel mundial porque cada vez más personas tienden a esa edad, más allá de las muy bien mercadeadas “zonas azules” del mundo. ¿Cuánto tiempo continuará aumentando la expectativa de vida de la humanidad?
Yuval Harari sostiene que vivimos en una época en la que el azúcar mata más personas que la pólvora. ¿Podría eso llamarse progreso? Quizás lo sea, en el sentido de que el bienestar, en sus múltiples dimensiones, depende del individuo más de lo que depende de su familia o cultura, del estado o de eventuales adversarios en una guerra.
Peter Attia, en su más reciente libro Outlive (“Sín límites: la ciencia y el arte de la longevidad”), relata que, pese a ser un experto clínico en la expansión de duración y calidad de vida, tuvo un fuerte choque con la realidad en una sesión de terapia para valorar su salud mental. La persona facilitadora le preguntó: “para qué quiere vivir tantos años si usted no es feliz?” La pregunta lo hizo reaccionar, y debería hacernos reaccionar a nosotros también.
Es pertinente considerar la apremiante realidad de que nuestro sistema de pensiones está diseñado para que las personas se jubilen a los 65 años de edad, pero no fue diseñado para que vivan 45 años más dependiendo de su pensión. Mucho menos con una decreciente tasa de natalidad y una creciente informalidad en el empleo que invierten la pirámide solidaria de que cotizamos en el presente para sostener a quienes ya se retiraron. Y a nosotros, ¿quién nos sostendrá?
Más allá de los desafíos de la longevidad, también vemos las oportunidades. Por ejemplo, la posibilidad de cultivar el talento desde lo individual, a través de la creatividad, y que nos conduce a la manifestación artística de nuestro ser. Rick Rubin, en su libro El acto creativo, sugiere que todas las personas somos artistas. Si alguna persona no lo creyera así, pues hoy sería un buen día para empezar a indagar cómo se manifesta la creatividad en ella de manera artística. ¿Nos gusta el baile, la cocina, silbamos melodías, dibujamos garabatos en el cuaderno, nos atrae personificar a otras personas?
Por supuesto, también el talento es la fuente desde donde podremos cultivar el ser en los años venideros en que la inteligencia artificial automatizará mucho de nuestro quehacer, y quizás hasta nos haga redundantes de manera parcial o total en nuestro empleo. Ello implica una exigencia a explorar de qué manera podemos darle sentido productivo a ese talento que cultivamos.
Adquiere una preponderancia particular, a la luz de la disrupción digital que se avecina, el desarrollo intencional de nuestro bienestar y de nuestro propósito. De esta manera, si vivimos muchos años, lo haremos dentro de lo que cada persona considere que es su estándar e indicador de felicidad. A fin de cuentas, eso será determinante para valorar, en el atardecer de la vida, si la hemos vivido a plenitud.
Escuche el episodio 213 de Diálogos con Álvaro Cedeño titulado “Supercentenarios”.
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