En junio de 2022, la fintech sueca Klarna despidió mediante un video masivo a 700 colaboradores, que representaban el 10% de su fuerza laboral. Después de una reorganización, hoy en día Klarna es uno de los bancos más importantes de Europa, que ofrece soluciones de pago para 150 millones de consumidores en más 500 000 comercios de 45 países y realiza 2 millones de operaciones diarias, con el soporte de más de 5000 colaboradores.
Recientemente, Klarna reveló que mediante un acuerdo con la empresa estadounidense OpenAI, ha implementado un chatbot de inteligencia artificial (IA) que gestiona dos terceras partes de todos los chats con sus clientes, lo que representa 2,3 millones de conversaciones. También, el asistente se encarga de gestionar reembolsos, cancelaciones e incluso disputas en los procesos de compra. Klarna ha dicho que esta tecnología realiza el trabajo de 700 personas: precisamente el número de colaboradores cesados en 2022.
El auge de la IA es hoy una realidad. Aunque parece que son más los perjuicios que podría traer, esta tecnología puede beneficiar a todas las sociedades del mundo. Sin embargo, para cumplir con ese cometido inevitablemente se requiere de un fuerte compromiso ético.
El impacto de la IA en el ámbito social
La IA trabaja 24 horas al día, 7 días a la semana, 365 días al año. Además, por ejemplo, el chatbot de IA de Klarna no solo habla 35 idiomas y está disponible en 23 mercados, sino que opera sin descanso, sin quejarse y sin riesgo de accidentes y enfermedades laborales. Si el objetivo de una empresa es generar el mayor capital posible, ¿cómo puede competir la fuerza laboral humana ante una IA cada vez más inteligente?
Las implicaciones de la IA se han analizado desde algunos años. En su recomendación de 2021, la organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) subrayó las consecuencias éticas asociadas a IA, por su potencial impacto “en la adopción de decisiones, el empleo, la atención de la salud, la educación, el acceso a la información, la protección del consumidor y de los datos personales, el medio ambiente, la democracia, el estado de derecho, la seguridad, los derechos humanos y las libertades fundamentales, incluidas la libertad de expresión, la privacidad y la no discriminación”.
En la historia reciente se han planteado grandes dilemas éticos en relación con los avances tecnológicos. El Proyecto Manhattan, por ejemplo, se desarrolló gracias al aporte de grandes científicos de la época, que crearon un arma de destrucción masiva impensable en aquellos días. ¿Podría el uso inapropiado de la IA generar impactos sociales aún más desastrosos que la bomba atómica? ¿O más bien es una oportunidad para llevar a otro nivel la productividad y transformar la economía y la vida de las personas?
Según el Foro Económico Mundial, para 2025 habrán desaparecido 85 millones de puestos de trabajo actuales y la OCDE estima que hasta el 46% de los empleos podrían automatizarse, generando incertidumbre a quienes los desempeñan. La automatización afectará en mayor medida a empleos de manufactura, pero también actividades como la conducción de vehículos puede cambiar significativamente, como ha ocurrido con los taxis autónomos en San Francisco, California.
Se espera también que la IA abra nuevas oportunidades laborales en áreas como la programación de sistemas. Por ejemplo, el Foro Económico Mundial ha indicado que podrían generarse 97 millones de empleos debido a la transformación digital. De estos puestos de trabajo, ¿podríamos suponer que todos serán automatizados, o veremos IA tomando decisiones importantes de manera independiente? ¿Es descabellado pensar que en un futuro no muy lejano habrá muchas compañías conformadas por grupos minúsculos de humanos, que sean capaces de generar $40 millones al año? Tal vez no.
La educación es otro campo sensible al uso de la IA. En julio de 2023, un profesor de la Universidad de Costa Rica detectó el uso de ChatGPT para responder preguntas de un examen, en un grupo de 18 estudiantes de nuevo ingreso. Esto supone otro dilema ético debido a la forma en la que la IA puede ser utilizada para superar los requisitos académicos que existen con el propósito de desarrollar habilidades de diversa índole.
Evidentemente, la IA puede ser utilizada de forma positiva para mejorar muchos aspectos de la vida cotidiana, como la salud, la educación o el empleo, siempre que seamos capaces de mantener una conducta ética y los gobiernos gestionen los riesgos asociados.
Marco regulatorio de la IA
UNESCO ha resaltado la necesidad de establecer mecanismos que garanticen la ética en el uso de la IA. Estados Unidos y más de 20 países de la Unión Europea trabajan actualmente en el análisis del marco regulatorio de la IA, con el fin de generar beneficios para la sociedad. Eso esperamos.
Las máquinas podrán hacer lo que quieran, pero los humanos pueden decidir éticamente qué productos aceptan de las máquinas. Por ejemplo, en el congreso de Costa Rica se presentó recientemente la Ley de regulación de la IA, que tiene por objetivo establecer lineamientos para el desarrollo, la implementación y el uso de la IA en nuestro país, en concordancia con los principios y derechos establecidos en la Constitución Política de 1949 y los tratados internacionales de los que formamos parte. Además, dicha Ley se concentra en la protección y promoción de la dignidad y el bienestar y los derechos. Por cierto: la propuesta fue realizada con ayuda de ChatGPT.
Posiblemente la IA bien regulada y gestionada revolucione positivamente la vida como hasta ahora la conocemos. Sin embargo, más allá de esos beneficios, los potenciales impactos negativos y los riesgos, ninguna IA podrá empatizar y tomar las mejores decisiones, no tendrá la capacidad de razonamiento y pensamiento abstracto que poseemos, no será consciente de su existencia y de su entorno y lo más importante: nosotros decidimos adónde queremos llegar con ella.
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