Son muchas las razones y muchos los argumentos para catalogar a Rodrigo Chaves como un mal presidente. Que es popular, sí, cada vez menos, también es cierto, pero eso es por otras razones y no por sus habilidades para gobernar, menos por los resultados sociales de su gestión. Bad Bunny es el “cantante” más popular, pero no por ello el mejor cantante, lejos esta de serlo.
En mi caso tengo conciencia practica de los gobernantes desde la gestión del presidente Daniel Oduber Quirós (1974-1978). Es a partir del aquel momento en que tuve edad para empezar a degustar la política y su importancia para el fortalecimiento de la democracia. Inclusive me atrevo a decir que desde 1974 a la fecha -50 años han transcurrido- la acción y las habilidades políticas de Rodrigo Chaves Robles y Carlos Alvarado Quesada han sido las más deficientes de estas cinco décadas.
Desde aquel lejano 1974, cuando todos pensábamos que Costa Rica tenía lo necesario para ser la primera nación desarrollada de América Latina, han llegado a presidir la república 12 personas, en 13 gobiernos, pues uno de ellos tuvo reelección presidencial, Oscar Arias Sánchez.
No se debe confundir la capacidad de gobernar -gobernabilidad- que es la función de dirigir con autoridad, estrategia, negociación y comunicación política la marcha de un país, con la función operativa -gobernanza- que se va a requerir de las instituciones y de la maquinaria administrativa. La gobernabilidad es de orden político y la gobernanza de orden administrativa.
El presidente Chaves y la mayoría de sus ministros desconocen totalmente ambos campos, lo han demostrado con creces durante los casi dos años de gestión. Le recuerdo estimado lector, que las leyes de nuestro país definen a los ministros como las máximas autoridades políticas de su ministerio y su sector, no como gerentes. Importante para priorizar en esas figuras su papel político sobre el administrativo en la dirección de la nación.
Son tres componentes claves y determinantes los que se requieren para que un presidente pueda dirigir bien los destinos de una nación: primero, conocimiento cabal del país y de sus problemas principales; segundo, conocimientos de los instrumentos y procedimientos prácticos y jurídicos con que opera el Estado. Y tercero, un liderazgo sustentado en el respeto al adversario y la ética pública.
El Estado no debe ser confundido con una comunidad -error común del Presidente Chaves- puesto que más bien es la organización política establecida para una comunidad, la nación. El Estado no es un fin en sí mismo, sino un medio para obrar y gestionar mediante la institucionalidad establecida constitucionalmente. Por eso el gobernante en democracia está limitado por esa organización estatal y solo podrá hacer las cosas tal y como están reglamentadas por la Constitución Política y las leyes, lo que Chaves ha tenido que aprender a empujones en 22 meses. De la Constitución se deben inspirar quienes gobiernan para buscar las aspiraciones máximas para los miembros de la sociedad y para garantizar los derechos humanos y la justicia social.
Las promesas de los políticos en campaña electoral, en su búsqueda de acceder el poder, pueden provocar resultados negativos si son irresponsables, si no han tenido en cuenta la realidad, los instrumentos y las obligaciones que se tendrá para gobernar a través de lo establecido en forma macropolítica por la Constitución Política. En sencillo, la administración pública es esa Carta Magna en acción, verla como la obstrucción de la consecución de los objetivos por aquellos que gustan de la verticalidad y autoritarismo para su gestión es un peligro para el país.
Cuando un político que llega al gobierno quiere introducirse en la función pública como administrador en todos los campos que se le ocurre, definiendo como debe funcionar cada ente, comente uno de los errores más grandes y nefastos, porque quiere seguir haciendo política partidaria, no administrar y menos gobernar. Además, termina siendo el gran responsable del desorden por no ejercer su autoridad como es debido, de ahí que frecuentemente buscará echarle las culpas de todo a los empleados públicos, como forma de huir de sus responsabilidades y buscando mantener su popularidad.
Peor aun cuando no comprende el porqué de la división de poderes, que antes del Barón de Montesquieu (1689-1755), ya John Locke (1632-1704) había concebido como medio para impedir la tiranía de los estados absolutistas; que pareciera es hoy la tendencia en muchas latitudes del orbe y que algunos justifican con la promoción de un desarrollo economicista acelerado para sus países.
En cuanto al liderazgo no hay duda de que el secreto de ser un buen gobernante discurre en el arte de predecir para llevar al país por un camino de conducción segura. Esto obliga al líder a estar impregnado de imaginación, creatividad y responsabilidad, que al final de cuentas es lo que le dará contenido a los valores y los fines de interés común que se deben promulgar en el ejercicio del poder; es la única forma de impulsarlos y concretarlos.
De lo contrario el discurso se vuelve una perorata de justificaciones para disimular la impotencia e incapacidad de sacar la tarea encomendada por los ciudadanos, esto es común en el Poder Ejecutivo del presidente Chaves. La llegada a un cargo de dirección superior requiere capacidad de juicio prudente y por supuesto visión política para las acciones inmediatas y urgentes.
Se aspira a que quienes llegan a la presidencia de la república no solo conozcan los problemas nacionales, sino que además que tengan soluciones y planes, discutidos y escritos para gobernar, no que lleguen a aventurarse con ocurrencias e improvisaciones en el ejercicio de su función. Que tengan liderazgo y capacidad de conformar equipos de gobierno, además, que conozcan la estructura del Estado. De lo contrario el fracaso está asegurado.
Desde el punto de vista teórico un gobernante debe tener conocimiento de lo que es la gobernabilidad y lo que es la gobernanza de una nación. En las últimas cinco décadas el presidente que más ha quedado debiendo en ese conocimiento es Rodrigo Chaves, que como se lo dije personal y públicamente en la conversación que tuvimos en mi programa de televisión, siendo candidato en la segunda ronda electoral, desconocía en su totalidad la estructura y las competencias de las diversas instancias del Estado, y lo peor, parecía que no le preocupaba.
No tenía claro el papel y la cantidad de los ministros, el papel de las Juntas Directivas en las instituciones autónomas, no tenía equipo de gobierno -lo sacó a concurso público- y no puedo olvidar que la elección de los viceministros al azar de cada ministro. De seguro empezó a conocer a su más cercanos colaboradores, ministros y viceministros, a partir del primer Consejo de Gobierno.
Ya en ejercicio del poder los choques constantes, las inconsistencias, las contradicciones en su gabinete y sus comentarios en las conferencias de prensa han mostrado su ignorancia del papel de cada institución, al no comprender qué es la independencia de poderes antes comentada. Desnudados por el desconocimiento de lo que es el entramado institucional acuden para excusar su desconocimiento a cargar contra la administración pública y sus jerarcas como los culpables de sus fracasos. Empero, la mayor contradicción se da cuando por renuncias se queda sin ministros, viceministros, presidentes ejecutivos y directivos de autónomas, pues, ahí de inmediato corre a esos administradores públicos y cuerpos intermedios que tanto critican para cubrir las vacantes en su gabinete.
Por otro lado, sus capacidades de gobernabilidad, que se sustentan en la capacidad del líder de poder establecer interrelaciones con los diferentes actores sociales, grupos de presión y grupos de interés, son nulas. En cada una de sus intervenciones públicas provoca incendios políticos que posteriormente le imposibilitan tomar acuerdos y muchos menos, cuanto los toma, llevarlos a puerto seguro. Ya comprendemos por qué dijo hace algunos meses que antes que tender puentes él prefería dinamitarlos, algo que hace hoy y mañana también.
Gobernar no es mandar. El Poder Ejecutivo no es una finca donde se impone criterio aun sin tener conocimiento de los problemas y sin consensuar antes de la toma de decisiones. Gobernar un país exige dotes para tomar decisiones con parsimonia, con acuerdos, con el sustento de la palabra empeñada, con un estilo mesurado y con una educación excelsa para el ejercicio del máximo puesto asignado en una sociedad a un(a) ciudadano(a). Quien preside la nación es el primer educador político y democrático de la ciudadanía.
Gobernar no es mandar, es algo mucho más sofisticado que obliga a la negociación, a la estrategia, a la conciliación, al acuerdo, a empeñar la palabra, a la buena retórica, a la educación, al conocimiento, a rodearse de los mejores, a tener un plan y porque no: a tener un sueño para caminar juntos en la nación de todos.
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