Una de las actividades que estrenó al presidente argentino Javier Milei en diciembre pasado, fue la visita a la ciudad de Bahía Blanca, una de las más afectadas por las fuertes lluvias que provocaron varias muertes y daños materiales en al menos 10 provincias argentinas. En uno de sus mensajes dijo:
estoy perfectamente confiado en que ustedes van a poder resolver esta situación con los recursos existentes".
Esto me resonó muchísimo, pues justamente estaba terminando de leer Un Paraíso en el Infierno: las extraordinarias comunidades que surgen en el desastre, de la estadounidense Rebecca Solnit.
Este libro, escrito desde el enfoque de la sociología del desastre, analiza lo sucedido después del terremoto de 1906 en San Francisco, la explosión de 1917 que destruyó la ciudad canadiense de Halifax, el terremoto de la Ciudad de México de 1985, el 11 de septiembre en Nueva York, el huracán Katrina en Nueva Orleans, entre otros; y cómo esos desastres obligaron a las personas a asumir un nuevo estado mental lleno de posibilidades distintas a sus vidas cotidianas, provocando un tipo de despertar; el libro analiza además los mitos que socialmente se han generalizado y los pocos casos reales de deterioro social durante las crisis.
El pionero en describir el vocablo desastre fue el sociólogo Charles Fritz en el año 1961. Según él, “para la mayoría, la vida cotidiana es ya un desastre”, y agrega que frente a la tragedia compartida se satisface la necesidad del individuo de identidad comunitaria, “el de fuera” se vuelve “de dentro” y el marginal queda reintegrado. “El desastre nos brinda una liberación temporal de las preocupaciones, las inhibiciones y las ansiedades asociadas con el pasado y el futuro, en tanto que obligan a la gente a concentrar toda su atención en el momento inmediato”, decía Fritz.
Solnit, en su libro, concluye que la gran mayoría de gente está a la altura de las circunstancias; ante el peligro, se genera una respuesta positiva inmediata de improvisación, creatividad, autogestión, altruismo, liderazgos naturales, cuido, empatía, comunidad, colaboración, propósito e incluso alegría.
Esa extraña alegría podría ser un recuerdo latente de nuestra naturaleza gregaria, esa que hemos ido aplastando con el peso de la ciudades, de la tecnología, del aparente progreso que, a menudo, nos torna en los seres egoístas e individualistas que no somos realmente.
Digamos que los desastres nos obligan a soltar las máscaras porque necesitamos las dos manos para limpiar el camino y salir adelante; frente al fuego, a la inundación, a la adversidad, de nuevo nos reconocemos humanos, vulnerables, iguales. Con el desastre, aparece la oportunidad de conectarnos en comunidad, de sentir el propósito y el significado de una vida que vale la pena vivir, siendo parte de una sociedad más libre, menos autoritaria y temerosa, más local y colaborativa; por eso el nombre del libro es “Paraíso en el Infierno”.
La diferencia de un trabajo como el de Solnit radica en que se enfoca en testimonios y datos de los sobrevivientes y protagonistas de los desastres, y no en lo que reportaron los medios de comunicación o las estructuras políticas de atención de “emergencias” o las autoridades tradicionales.
¿Qué vemos de lo que pasa en los desastres?
El 11 de septiembre del 2001, a través de la televisión, millones de personas vimos una y otra y otra vez un avión secuestrado por terroristas, estrellarse contra una de las Torres del World Trade Center en New York, y luego, otro contra la segunda torre.
Mientras tanto, miles de personas que sí estaban ahí, trataban de sobrevivir; los que obedecieron a sus jefes que les pidieron volver a sus escritorios, murieron. Los testimonios de los sobrevivientes cuentan cómo buscaban bajar o subir escaleras sin lastimarse más, cargaban a otros más viejos o con alguna herida o discapacidad, juntos evacuaron tomados de la mano para no dejar a nadie atrás, buscaban aire y agua, y sobre todo querían comunicarse con sus seres queridos. Miles de personas trataban de alejarse del sitio de la explosión y salir de la isla de Manhattan. Tan solo unas pocas horas después, otros miles iban en la dirección contraria: se acercaban a la zona 0 a ofrecerse como voluntarios, a buscar heridos bajo los escombros, a cocinar y armar comedores improvisados para víctimas, voluntarios, bomberos y policías, a repartir alimentos, a escuchar historias, a ofrecerse para abrazar: lo que nunca vimos en los medios.
Los medios de comunicación, en general, reproducen el discurso oficial, la narrativa de la clase dominante capitalista, por lo tanto, toda historia de conflicto, de dualidad, de los buenos contra los malos, de perseguir al culpable y hacerlo caer serán las historias ganadoras.
Pensemos en esta imagen: Un grupo de personas fue visto entrando por la ventana a una farmacia cerrada para buscar vendajes y medicamentos, ¿serían vándalos o héroes anónimos? ¿Si alguien toma una lancha o un auto ajeno para sumarlo a los esfuerzos de la evacuación, es un ladrón o un líder?
Tal vez la respuesta dependa del color de su piel. Después de un gran desastre, nadie buscará robar una pantalla plana de la tienda, el instinto de supervivencia nos hará buscar agua, alimentos, ropa seca y abrigos para los más vulnerables, sin importar que deban quebrar algunos candados.
Tal como menciona Solnit, “las economistas Gibson y Graham definen la sociedad como un iceberg, donde por encima del agua solo son visibles las prácticas capitalistas de competitividad; mientras tanto, por debajo, hay una enorme masa sumergida de relaciones de apoyo y cooperación entre familiares, amigos, vecinos, iglesias, cooperativas, voluntarios y organizaciones; estas prácticas están fuera del mercado”, digamos que no forman parte del PIB, y, por tanto, son marginadas de la lógica de la mayoría de los medios de comunicación.
Las respuestas oficiales y el pánico de las élites
La socióloga Kathleen Tierney definió el pánico de las élites como:
miedo al desorden social; miedo a los pobres, a las minorías sociales, a los inmigrantes; obsesión con los saqueos y los delitos contra la propiedad, predisposición en recurrir a la fuerza letal y toma de decisiones a partir de meros rumores¨.
Según la experiencia de Tierney, la minoría dominante es la que se comporta de forma errónea debido a que proyectan su pánico en los otros, actúan para impedir algo que solo sucede en su imaginación, como una profecía autocumplida; pero "la mayoría crece ante las adversidades".
Los eventos traumáticos pueden producir tanto solidaridad como conflicto social pero lo más importante es que revelan y exponen las desigualdades existentes y exacerban sus efectos: si la población vive ya en gran conflicto social antes del desastre, el asunto sí podría ponerse peor; pero si previo al desastre existen condiciones mínimas de respeto, comunicación y equidad las posibilidades de vandalismo, violencia y subversión son escasas, y más bien podrían generarse condiciones habilitantes para la resiliencia, el altruismo y el compromiso con la comunidad.
Esto fue particularmente claro en el desastre New Orleans, calificado por Solnit “posiblemente el peor caso de pánico de las élites en la historia de Estados Unidos”. Según la escritora, Katrina fue una sucesión de desastres: estuvo el desastre más o menos natural de la tormenta; el desastre absolutamente humano de los diques que reventaron y provocaron la mayor inundación; luego vino el desastre social, la atrocidad de las autoridades locales y federales que convirtieron a las víctimas en criminales y a la ciudad en una cárcel, llena de personas asesinadas y abandonadas.
Es cierto que New Orleans ya era una comunidad con altos índices de criminalidad, pero las historias falsas acerca de saqueos, actos vandálicos y extrema violencia supuestamente protagonizados por la comunidad negra se salieron de control y aunque fueron después desmentidas, ya el daño estaba hecho. Los días posteriores al huracán se convirtieron en una verdadera cacería humana de personas negras y pobres, patrocinada y normalizada por el racismo y el miedo de las élites blancas ante el desafío de su legitimidad.
Las respuestas oficiales que llegan desde los gobiernos, normalmente llegan tarde, cuando ya las comunidades han sobrevivido con sus medios las primeras horas o días de la tragedia. Además, muchas veces llegan reproduciendo errores, tales como conflictos de intereses, trabas burocráticas o liderazgos inadecuados por violentos y paranoicos.
En el caso de los rescates en las Torres Gemelas, Solnit describe cómo muchos bomberos y policías rescatistas murieron debido a la falta de información de los recursos existentes o roces entre sus superiores que complicaron las labores:
los trescientos cuarenta y tres bomberos que murieron se comportaron de manera valiente y altruista. Fueron víctimas del terrorismo, pero también de un sistema descoordinado, poco preparado y mal equipado”.
Un dato curioso acerca del alcalde Giuliani es que se vanagloriaba con frecuencia de su previsión al crear el Centro de Operaciones de Emergencia en el piso 7 del World Trade Center, en una oficina propiedad de uno de los donantes de su campaña, algo totalmente inútil, pues fue de los primeros lugares en ser evacuado en la emergencia.
El pánico de las élites genera y normaliza el uso de la fuerza, supuestamente para proteger a la población, lo que muchas veces termina siendo todo lo contrario, ya que en realidad se usa para proteger la propiedad de los ricos. Existe evidencia de cientos de casos de abuso de autoridad, uso de violencia innecesaria, saqueos y delitos cometidos por los mismos policías o miembros del ejército, contagiados con ese temor de sus superiores, o simplemente sacando provecho de su arma y su uniforme.
En repetidas ocasiones, los esfuerzos institucionales terminan por arruinar la organización legítima y orgánica de voluntarios y vecinos en las comunidades, y convierten los sistemas de asistencia en espacios de caridad y pérdida de identidad y dignidad.
¿Qué podemos esperar de los infiernos que se acercan?
Debemos reconocer que lo que dijo Milei en Bahía Blanca es la verdad. Por la creciente frecuencia e intensidad de los desastres provocados por la acción humana, por el capitalismo crecentista, por la sobreexplotación, la sobreproducción y el sobreconsumo, cada comunidad tendrá que improvisar y resolver con los recursos que tenga, pues ningún Estado, y mucho menos del Sur Global, podrá brindar apoyo económico o logístico suficiente.
Pregúntese, ¿si un desastre ocurriera hoy en su comunidad, encontraría un terreno fértil para el apoyo mutuo y la resiliencia? ¿Sería un paraíso en el infierno, o un infierno en el paraíso?
Confiemos en que la evidencia acerca del comportamiento humano bueno, altruista y solidario, recogida durante tantos años y episodios catastróficos se manifieste y nos permita navegar en esos momentos de crisis con algo de esperanza; esperemos encontrar paraísos de colaboración, solidaridad y propósito entre los iguales y ampliar las posibilidades de heredar a nuestros hijos un planeta habitable.
Entonces, la respuesta ante la pregunta “¿y ahora quién podrá ayudarnos?” del popular personaje del Chapulín Colorado es: nadie… o más bien: nadie además de nosotros mismos, junto a nuestros vecinos.
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